Aroma funerario
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La astucia de los alquimistas de Moncloa, sin embargo, han conseguido darle la vuelta a la tortilla. El PSOE no encarará las elecciones generales bajo los efectos del bajonazo moral que les hubiera supuesto una severa derrota en las municipales y las autonómicas, sino que encarará las municipales y autonómicas en plena celebración de la nítida victoria en las elecciones generales. ¿Bastará ese chute de moral para arrastrar más votos socialistas a las urnas del 26 de mayo? La izquierda se ha movilizado tanto —el fuerte incremento de la participación el domingo pasado así lo acredita— que no es razonable aguardar la llegada de más refuerzos. No es fácil que el PSOE pueda ganar. Ha quedado claro que solo salva los muebles donde cuenta con apoyos nacionalistas. Por eso será Ximo Puig presidente de Valencia y el propio Pedro Sánchez presidente de España.
Pero ahora las cosas serán distintas. La batalla electoral llega a aquellos lugares donde los nacionalismos brillan por su ausencia. El PSOE tendrá que verse las caras con sus adversarios sin tropas de refuerzo. Cara a cara. A pecho descubierto. Ni siquiera podrá contar, en muchos de esos feudos, con la complicidad post electoral de Unidas Podemos. Iglesias aportará allí muy poca clientela. Añádase al argumentario anterior la circunstancia de que la ley d’hont ya no penalizará tanto la fragmentación de la derecha como en abril, por el tamaño de las circunscripciones que entran en juego, y se llegará fácilmente a la conclusión de que lo más fácil es que estemos en vísperas de días amargos para el partido que acaba de ganar las elecciones generales. Y, sin embargo, yo no me apostaría pincho de tortilla y caña a que las cosas vayan a suceder de ese modo.
Se dice con frecuencia que las elecciones no se ganan, se pierden. Y la derecha puede perderlas a pesar de estar en condiciones inmejorables de ganarlas. Casado lleva una semana dando tumbos por el cuadrilátero, completamente grogui, lanzando puñetazos al aire, más preocupado por satisfacer las demandas de quienes miran su cabeza como si fueran los verdugos que blanden el hacha que por entender los errores de su campaña. Se equivocó gravemente al elegir a muchos de sus compañeros de viaje, al dispersar tanto sus mensajes electorales y al desatender a esa parte del electorado del PP que mira a Vox con tanto recelo como a Podemos. El resultado ha sido catastrófico: muchos —demasiados— han visto en él al Atila del PP que premia a sus amiguetes y fumiga a los que no lo son, al opositor resabidillo que quiere presumir de dominar el temario del examen, y a un líder obsesionado con convertirse, sobre todo, en la alternativa a Abascal.
Las consecuencias de este triple fiasco todavía están por medir, pero si una de ellas es que el desencanto lleva a refugiarse en la abstención a esa parte de los votantes del PP que se niegan a votar a Vox y a Ciudadanos, apaga y vámonos. No solo será una catástrofe para la derecha y una bendición para la izquierda. Será, además, la tumba política de Pablo Casado. Pincho de tortilla y caña a que, en tal caso, no llega vivo al verano.