El unicornio de Gabriel
No es azul, como el de millones de personas que crecimos escuchando la canción de Silvio Rodríguez dedicada al mitológico animal. Pero es también nuestro unicornio y está situado al final del Paseo del Prado, en el Parque de los Enamorados, de La Habana Vieja.
Su autor es Gabriel Cisneros Báez, un joven escultor de 28 años de edad, quien, desde el momento en que tomó el unicornio y lo sacó a la calle, para emplazarlo en un espacio público como parte de la 13ra. Bienal de La Habana, comprendió que había logrado el objetivo: sorprender a las personas, hacer sentir con la pieza e incentivar el deseo de interactuar con ella.
Esculpido en resina de poliéster, fibra de vidrio y con armazón de acero, Heraldo (título de la pieza) se integra al tránsito natural de la zona. «El unicornio está muy enlazado con el imaginario colectivo, los deseos, sentimientos. Es ilusión, ficción. Lo asocio con lo sensorial, con el espíritu, con un estado mental. Es una escultura que parece deambular por la ciudad y que rompe con el ideal de belleza del unicornio que uno tiene concebido. Eso para mí es muy interesante y agradable a los sentidos. Quería que sorprendiera al caminante», expresó a Juventud Rebelde.
Heraldo, según explicó su creador, tiene que ver con la manera en que siente y piensa la gente. «Está delgado y taciturno porque es la perfecta alegoría de mis ilusiones y las de muchos», dijo y más adelante afirmó: «Los individuos, a nivel social, viven muchos conflictos internos y carencias —más que materiales— sentimentales, espirituales».
Uno de los mayores méritos de esta entrega de Gabriel es, en mi opinión, que no lleva en sí la apariencia de haber salido de una fábrica, como ocurre muchas veces cuando se emplea la resina. En su caso, el artista hace uso del material para generar formas al estilo de los grandes maestros del Renacimiento.
Es la primera vez que este joven creador participa de manera oficial en el evento. Anteriormente lo hizo, pero en muestras colaterales. «Cuando me invitaron a ser parte de Detrás del muro me resultó interesante porque es un proyecto con mucha visibilidad y un carácter muy social. Las personas se involucran en el resultado final de la obra.
«Sentía que debía aprovechar esas posibilidades y hacer una pieza que se integrara al contexto, porque hasta ese momento, de manera pública, solo tenía la obra que hago con José Villa Soberón, que tiene un carácter diferente, es más conmemorativa y la hacemos, generalmente, por encargo», declaró.
Gabriel Cisneros nació en la provincia de Las Tunas y es egresado de la Academia Profesional de Artes Plásticas, de su ciudad natal, y del Instituto Superior de Arte (ISA). Desde sus años de estudiante empezó a sobresalir entre los de su generación por la manera en que asume el proceso creativo. Su tesis de graduación del ISA (Sin razón, sin aliento y sin nada), fue un autorretrato a tamaño natural en el que se le ve sentado, cómodamente, en un butacón, con un gesto reflexivo y serio. Dentro de Sin razón…, colocó el texto que debe acompañar la tesis, e invitó a los participantes a que rompieran la pieza. Solo así podrían leer el respaldo teórico de esta. Corrió el riesgo de no graduarse y se convirtió en el primer egresado sin defender la fundamentación teórica de su propuesta.
Su talento es indiscutible. Sin embargo, a Gabriel no se le identifica muchas veces como el gran escultor que ya es, sino como el «asistente» de José Villa Soberón, Premio Nacional de Artes Plásticas 2008, aun cuando las obras que han realizado juntos cuentan con la firma de ambos.
«Es una confusión. El trabajo es una colaboración. Desde que empecé en su taller hace casi cuatro años hemos hecho diez esculturas en coautoría, entre ellas la Alicia Alonso que está en el Gran Teatro de La Habana, y la escultura de Rafael María de Mendive con Martí de niño», aclaró.
—¿Cuándo empezaste a trabajar con Villa Soberón?
—Él es profesor del ISA. Nunca llegó a darme clases pero nos conocíamos de vista. Tenemos una amistad en común. Estando en el último año de la carrera se me acercó para ofrecerme que colaboráramos mutuamente. En ese momento me propuso la escultura de Martí que está en Santiago de Chile.
«Cuando me gradué empezamos a trabajar juntos. Es una persona maravillosa. He crecido muchísimo en el tiempo que llevo con él. Actualmente en el taller contamos con el apoyo de varios muchachos que son muy entregados a lo que hacemos y se lo toman con mucha seriedad. Es muy bueno tenerlos con nosotros porque el trabajo se agiliza mucho. Podemos hacer más esculturas en menor tiempo y con menos desgaste físico.
«Villa me apoya mucho con mi obra personal. El pasado año hice dos exposiciones personales: Forastero en tierra extraña (Galería Galeano, La Habana) e Impío (NG Art Gallery, Panamá). Forastero en tierra extraña era un caballo solo, en una postura como si el público lo asustara, como si huyera de lo que estaba sucediendo. Fue un poco arriesgado. Quise defender la idea de que la pieza se complementara con el público y sucedió lo que esperaba.
«Me gustan las esculturas ecuestres en el contexto galerístico porque en espacios abiertos es más común encontrarlas. Es una obra más visual y figurativa. La muestra en Panamá fue mi primera exposición personal en el extranjero.
«Las piezas que presento en galerías no son de pequeño formato. Tengo la necesidad de que la escultura invada el espacio de la gente. Me gusta mucho sacarlas del pedestal porque eso las hace más dinámicas. El pedestal las convierte en objeto, las sacraliza y hace más impersonal la relación con el espectador. Sin él, en cambio, obra y público se relacionan mejor».
Gabriel Cisneros Báez. Foto: Aracelys Bedevia
—¿Cómo llegaste a las artes visuales?
—Al inicio no tenía ningún interés. Mis padres son biólogos. Pero desde que yo era pequeño se percataron que tenía ciertas habilidades para el dibujo y la cerámica e insistieron en que probara.
«No me interesaba mucho. Mi idea era seguir el camino de ellos. A tanta insistencia me presenté a las pruebas de la Academia Profesional de Artes Plásticas de Las Tunas y las aprobé. Empecé a cursar estudios en esa escuela y poco a poco me fui enamorando del perfil».
—¿Por qué eliges la escultura como medio de expresión?
—Me gusta mucho crear objetos. La escultura invade el espacio real, puedes tocarla, olerla, darle la vuelta. Me atrae la capacidad que tiene de meterse en la vida de la gente.
—Háblanos un poco de ti. ¿Qué más le gusta a Gabriel, aparte de esculpir figuras?
—Dedico mucho tiempo al taller por las características de la obra que realizo. Empiezo temprano en la mañana y concluyo pasadas las 6:00 p.m.
«En los últimos tiempos hago poco en los ratos libres. Soy un amante empedernido del cine y cuando salgo, por lo general, no es a fiestas sino a teatros, conciertos, algún restaurante.
«Tengo la mala suerte de que mi familia sigue viviendo en Las Tunas. Paso los fines de años allá con ellos. Es muy agradable. Es una descompresión muy grande porque la dinámica de mi ciudad es muy distinta a la de aquí».
—Volviendo a Heraldo. ¿Tienes idea de dejarlo emplazado en algún espacio público?
—Me encantaría, aunque hasta ahora nadie me lo ha pedido. No tengo objeción en donarlo a la ciudad, pero me gustaría hacerlo en bronce porque es más resistente que la resina.
«Las personas lo tocan mucho. Se suben encima de él, se le cuelgan del cuerno y eso causará que se fatigue mucho más rápido. Más que el tiempo me preocupa el vandalismo con la obra. La interacción es inevitable».