“Las Horas Más Oscuras” por Antonio Sánchez García @sangarccs
He vuelto a ver Las Horas Más Oscuras, una recreación fílmica de los días más extraordinarios y dramáticos vividos por Inglaterra, Europa y posiblemente la humanidad entera cuando en un giro espectacular de los trágicos momentos desatados al iniciarse la invasión de Europa y del planeta por el nazismo hitleriano, los ingleses sacaran fuerzas de flaqueza y acorralados por los avasallantes ejércitos alemanes y al borde del abismo le entregaran la conducción del reino y la dirección de la guerra a un líder conservador ya mayor, desprestigiado por su estilo de vida bohemia, su eterno vaso de escocés y su habano en las manos, su indomable espíritu de independencia y sus graves errores bélicos del pasado: Winston Leonard Spencer Churchill.
El que a sus sesenta y seis años, por entonces un anciano, hubiera sido conservador, liberal y luego nuevamente conservador no constituía una señal de experiencia y profundo conocimiento de los hábitos y usos de la clase política británica. El que hubiera sido un aristócrata y lord del almirantazgo tampoco garantizaba las mejores relaciones con la Corona y las tradicionales fuerzas armadas del Imperio. Se lo sabía caprichoso, voluntarioso y sobre todo un encarnizado enemigo del nazismo, un patriota más allá de toda sospecha y un adversario mortal del apaciguamiento y la disposición a transar con el enemigo, que había llevado al gobernante Neville Chamberlain a la humillación y el ridículo.
Había participado en la Primera Guerra Mundial aventurando una osada intervención en los Balcanes que se tradujera en una fuerte derrota y el sacrificio de dos mil combatientes ingleses: Gallipoli. Nada garantizaba su éxito. Pero era la única carta con la que contaban los ingleses en el momento más duro de su historia, el único político que podía contar con la aceptación de liberales y conservadores y podía darle una luz de esperanza a una población pendiente de ver y sufrir la arrolladora invasión de la barbarie germana.
¿En qué atributo hizo descansar su poderío? Como lo hace decir en su primer discurso en la Casa de los Comunes con absoluta fidelidad el director de LA HORA MÁS OSCURA: en su firme e irreductible convicción de que a Hitler no se le debía ofrecer otra cosa que el rechazo total y la guerra, dejando la vida en el campo de batalla, sobre territorio insular o en sus océanos circundantes, donde quiera que fuese y bajo las circunstancias que imperasen, antes que rendirse, como lo pretendía Chamberlain y en el fondo lo deseaban los ingleses, aterrados ante el monstruoso desafío que vivían y anhelantes por obtener La Paz sin luchar por conquistarla. Churchill, culto, lúcido y valiente, sabía que nadie había expresado mejor la verdad del momento que aquel romano de tiempos imperiales que dijese “qui vis pacem para bellum”. Quien quiera La Paz, que esté pronto a hacer la guerra.
Fue cuando, desde el fondo de la desesperación de la circunstancia exclamase la frase más extraordinaria que haya sido formulada en los campos batalla: “no ofrezco más que sangre, sudor y lágrimas.” Con un solo objetivo: defender la libertad y oponerse a la esclavitud. Si esa frase hubiera estado en labios de una Venezuela altiva y orgullosa, consciente de sus valores y dispuesta a dar la vida por defenderlos, hoy no estaría mendigando el auxilio de poderes extranjeros. Y aunque Inglaterra sería auxiliada por los Estados Unidos, nadie esperó por ellos para abrirse el pecho y enfrentarse a los impetuosos ejércitos alemanes. Primero hizo la guerra. Luego recibió el respaldo de los aliados.
¿Por qué no habríamos de recordar la grandeza de un líder de esa descomunal magnitud y buscar en sus hechos, gestos y palabras la inspiración para nuestros actos? ¿No tuvimos en Rómulo Betancourt una figura perfectamente comparable con el genio británico? ¿No libraron nuestros ejércitos dignos y esforzados combates contra los mejores soldados cubanos, propinándoles las más severas y humillantes derrotas en los campos de batalla? ¿No fuimos capaces de oponerle un frente continental al expansionismo del castro comunismo, hasta hacerle morder el polvo de la derrota? ¿No alzamos el muro de las democracias contra la tiranía y la demagogia del engaño?
Rómulo Betancourt fue el máximo de conciencia posible y la suya fue la mayor voluntad liberadora con las que Venezuela fuera capaz de enfrentarse al siniestro ataque del comunismo soviético latinoamericano. Sin la ayuda de ningún factor externo. Ciertamente: en Bolivia debieron recurrir al auxilio de los rangers norteamericanos para enfrentar al dr. Guevara. De los campos de batalla venezolanos fueron expulsados por nuestros cazadores. Y si no hubiera mediado la horrenda y oprobiosa traición de Hugo Chávez y los comandantes golpistas, y el horrendo entreguismo de nuestra clase intelectual y política, jamás hubiéramos descendido a este ominoso estado de minusvalía.
Aún así: recordar esas oscuras horas de mayo de 1940 levanta el espíritu. Con grandeza, lucidez y coraje podremos volver a ser los que fuéramos. Es nuestro imperativo categórico.
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