ANC, el búnker del «procés»
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La misma Colau que aplaudía el agitprop secesionista constata ahora que el departamento de Interior tiene abandonada la ciudad y exige al consejero Buch «acciones urgentes para garantizar un adecuado dimensionamiento de acuerdo con las necesidades de la capital de Cataluña». Después de cuatro años de teatral inopia, ahora le vienen las prisas. En campaña municipal. ¡Qué casualidad! Pedir al independentismo que se ocupe de los problemas cotidianos es mucho pedir: su república no «és d’eixe món».
En estos años de desparrame separatista, el orden lo imponía la Assemblea Nacional Catalana (ANC) a su manera. El juicio del Tribunal Supremo deparó un ejemplo de cómo el Estado de Derecho acaba tirado en la calle. Día 20 de septiembre de 2017, nueve quince de la noche. Un inspector de la Brimo de los Mossos d’Esquadra intenta organizar un cordón para proteger el trayecto a la Consejería de Economía sitiada por cuarenta mil manifestantes. Su intención topa con un cancerbero, Jordi Sànchez, presidente de la ANC.
Altivo y prepotente, el cancerbero le exige que retire la Brigada Móvil: «Esto que estás haciendo no es lo que hemos acordado, largaos de aquí». (¡Vaya tono!) Sànchez deja patente quién manda. Blande el móvil: llamará a Puigdemont y al consejero. El uniformado escucha al cancerbero: «Trapero está loco, ha perdido la cabeza, saca a la Brimo de aquí». Cuando cuelga, «se dirige hacia mí y me dice que Trapero recibirá una llamada y que nos quitemos. Mi respuesta es: puede llamar al Papa de Roma, que si no me da una orden mi cadena de mando, yo llego a la Consejería. Le dije a mis jefes: no voy a perder más tiempo en hablar con este señor. Si quiere algo, cuando se calme, me llamáis».
Por aquel entonces, la ANC mandaba mucho. La de ahora empieza a parecerse a la Confederación Nacional de Excombatientes que encabezó Girón de Velasco en 1974 para preservar los valores del 18 de julio. Con sus gironazos en El Alcázar decía mil veces no a la apertura democrática y arengaba a las «fuerzas nacionales» integradas en «el búnker». Con unas pérdidas de 5 millones en un año, ingresos por cuotas de socio de 2,1 y otros 2,2 en merchandising, los números rojos colorean la cuenta de resultados de 2018. Si añadimos el descenso de casi el 70 por ciento en donaciones y el incremento de gastos de personal, la ANC busca con ahínco otro 1-O.
De ahí la radicalidad de la hoja de ruta aprobada en la VII asamblea general del 4 de mayo en Tarragona. Comandados por la mesiánica Elisenda Paluzie -catedrática de Economía en la UB, aunque no lo parezca- el millar escaso de asistentes descartó un referéndum pactado y planteó la vía unilateral como escenario «más probable».
Según el búnker independentista, gran parte de la sociedad ya está madura para la independencia, aunque ningún dato sustente tal afirmación. Poco importa que el fugado de Waterloo pierda peso político, o que Esquerra abogue por cierto pragmatismo. A Paluzie y su personal la realidad de 2019 les trae sin cuidado. Varados en el mágico 1-O, del cual dicen culminar su «mandato», aseguran que esta vez la cosa va en serio: la declaración de independencia se publicará en el Boletín Oficial del Parlamento de Cataluña (BOPC) y en el Diario Oficial de la Generalitat (DOGC) y se arriará la bandera española de la Generalitat. Convertida en República, la Cataluña de la ANC recuperará la Ley de Transitoriedad Jurídica, dejará en libertad a los presos y organizará la bienvenida de los fugados.
Aunque imparta lecciones de democracia, la ANC solo representa a ese búnker que vive de la tensión permanente. A falta de reválida popular, ejerce de lobby independentista en el tejido empresarial como demuestra su victoria en las elecciones camerales. Su candidatura Eines de país consiguió 32 de los 40 epígrafes del pleno. El total son 60 -los restantes se eligen el 7 de junio-, pero tiene la mayoría asegurada. La capacidad de movilización explica que con solo el 4,1 por ciento de participación (17.224 empresas de 423.000) la ANC haya colocado a los suyos. Lo alarmante no es que Paluzie y compañía sigan con la DUI, sino que haya empresarios que apoyen esa delirante hoja de ruta que conduce a la ruina económica y al ostracismo en Europa. La colla ANC gritando «independencia» en la Lonja demuestra que el búnker hace, todavía, mucho ruido.