Por una democracia con tolerancia (primera parte)
Lo que quiero es comprender
- Hannah Arendt
Para defender a la democracia hay que entender las causas de la erosión liberal y las razones del populismo. El surgimiento de partidos políticos y jefes de estado con agenda antiliberal y talante caudillista no es una novedad histórica. Tampoco es una realidad fortuita y sin explicación.
No son lo mismo el régimen de Julio César, en la antigua Roma, y los de Benito Mussolini y Adolfo Hitler en el Siglo Veinte. Sin embargo, entre ellos hay vasos comunicantes. La Unión Soviética resulta paradigmática y es un caso extremo de despotismo burocrático, (aunque en la Rusia post-zarista la democracia liberal no tuvo tiempo de arraigarse).
Lo que la historia enseña es lo siguiente: la constante es el autoritarismo, el despotismo de uno u otro signo. La excepción es la democracia, la celebración de elecciones para alcanzar cargos de autoridad, la existencia de contrapesos al poder, la protección de las libertades individuales, el respeto a las leyes, el diálogo racional entre iguales para tomar decisiones públicas…
Otra enseñanza de la historia: los regímenes se corrompen: son de naturaleza inestable; incluso los más virtuosos tienden a convertirse en su opuesto. Esto, que lo sabían muy bien los filósofos de la antigüedad, deberíamos tenerlo presente para evitar caer en ingenuidades ideológicas de cualquier signo. Nada dura para siempre. Incluso la democracia de los Estados Unidos está en riesgo.
En América Latina, desde hace varios lustros, los estudios de opinión han venido mostrando que, en caso de elegir, el grueso de la población prefiere la igualdad y la seguridad prometidas por una autoridad fuerte, a los riesgos de la libertad y la incertidumbre de la democracia representativa. En el sentimiento colectivo latinoamericano la convicción de cerrar la puerta al regreso de las dictaduras es frágil.
De tal tendencia resultaba lógica –hace años– una prognosis: las democracias liberales caerán en cualquier momento. Así ocurrió, por ejemplo, en la Venezuela de Chávez y Maduro, y hacia allá podría ir también el Brasil de Bolsonaro.
¿Cuáles son las causas que explican esta tendencia a dejar sin apoyo social a las democracias? La respuesta ya la han dado los propios científicos sociales: las democracias liberales no han sido lo suficientemente representativas del interés general y han presentado agudas insuficiencias en materia de bienestar social, igualdad de oportunidades y respeto a las leyes (es decir, no han combatido la corrupción). Además, no han sabido promover un sentido colectivo de la vida social del que se sientan partícipes los ciudadanos comunes.
¿Cómo podríamos calificar a la democracia liberal mexicana? Me refiero a la que se instaló luego de la derrota del PRI en las elecciones del año 2000 y que se gestó en el sexenio del presidente Zedillo a resultas de las presiones ciudadanas vividas a mediados de los años ochenta.
Estamos obligados a preguntarnos en qué falló nuestro régimen y por qué. Durante los últimos dieciocho años, más o menos, calificó razonablemente bien en materia de competitividad electoral. Incluso permitió varias alternancias y el pasado 1 de julio vivimos una fiesta democrática. También hemos tenido libertades de no poco valor: de expresión, de conciencia… Y hemos vivido un interesante pluralismo político y de estilos de vida.
Además, los presidentes de la época de la transición han estado acotados, y ha habido una cierta distribución del poder: hacia los gobiernos estatales, hacia la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el seno de las cámaras…
Podemos reconocer estos logros como de innegable importancia histórica y valor ético, pero si miramos con honestidad nuestra realidad de pobreza, desequilibrios sociales, violencia, corrupción e insatisfacción de los ciudadanos con su gobierno, las anteriores preguntas persisten.
¿Pero falló tanto nuestro sistema político como para que el actual presidente de México proponga abiertamente un cambio de régimen? Él habla de una Cuarta Transformación de alcance similar a la Independencia, la Reforma y la Revolución.
De entrada, esto deja sin reconocimiento histórico y político a la Transición a la Democracia que he mencionado, como si hubiera sido un extravío social absoluto, una calamidad que hay que echar al basurero de la Historia, a pesar de que ha sido precisamente nuestra democracia, con todo y sus carencias, la que ha permitido a Morena llegar al poder y ser la esperanza de millones de mexicanos.
¿Necesitamos una Cuarta Transformación o podemos considerar a la Transición como el inicio de aquella? Estos años de construcción democrática, ¿no han servido para nada o son un fundamento irrenunciable cuyos grandes defectos hay que superar mediante los propios instrumentos de la democracia? De las respuestas a estas preguntas puede depender nuestro destino como nación.