Si yo fuera independentista
Si yo fuera independentista, que lo fui, estaría avergonzado de mis líderes, de cómo me engañaron con su mezcla de arrogancia, intimidación y farsa, y por cómo han corrido luego a esconderse como desobedientes lo que trataron de cobrarse como rebeldes, aunque sin pagar el precio.
Si yo fuera independentista, que lo fui, y por esto dejé de serlo, me asaltaría el terrible remordimiento por todo lo que estropeé a cambio de nada.
Si yo fuera independentista, y puedo respetar a los que siempre han dado la cara, habría usado el juicio para explicar lo que hice y asumir como un adulto las consecuencias de mis actos, en lugar de hacer el ridículo diciendo que España es una dictadura.
Si yo fuera independentista, y por eso decidí dedicar mi vida a asuntos más solventes, trataría de mantener mi dignidad, porque aunque algunos crean que no es mucho, es muchísimo cuando es lo único que te queda.
Hay que ser independentista y algo más: algo más serio, a ser posible. No es presentable que tras tantas lecciones de democracia y libertad, ahora que vienen a reclamármelas, no seas capaz de nada más que de lloriquear el humillante «Señoría, yo no he sido».
Si todavía fuera independentista dejaría inmediatamente de engañarme con mis propias mentiras, disfrutaría de esta magnífica Barcelona en la que vivo y reservaría una mesa en Hoja Santa para brindar por las magníficas lecciones de estilo y clase que en los últimos meses el juez Marchena nos ha dejado. Doy por descontado que entienden que esto es exactamente lo que he hecho.