¿Pensar nada más en los pobres?
México, además de sobrellevar una avalancha de agravios históricos —la Conquista, para abrir boca, y luego la pérdida de la mitad del territorio patrio en una guerra tan injusta como torpemente peleada—, carga sobre el lomo un sempiterno sentimiento de culpa justamente porque el descalabro no resulta, esta vez, de los malignos designios de extraños enemigos sino de mexicanos de carne y hueso, responsables directísimos de nuestras desgracias. Estoy hablando de una calamidad, la miseria de millones y millones de nuestros compatriotas, que es una verdadera vergüenza nacional. Nos impide, esta realidad, estar en paz con nosotros mismos y nos coloca, aunque nos resistamos a admitirlo, en el paredón de los acusados. Al mismo tiempo, como táctica de evasión, trasladamos la autoría del crimen, pues sí, a aquellos mismos que nos conquistaron y a sus sucesores en la galería de abusivos, es decir, a los que se apropiaron, a la mala, de Tejas, California y tantos otros territorios más.
Algunos de nosotros, a pesar de atestiguar los mismos orígenes de quienes denuncian en permanencia a los grandulones de fuera, no les imputamos todos los males habidos y por haber. De tal manera, reconocemos —y, encima, pretendemos demostrar— que el hecho de que millones de nuestros compatriotas vivan en la miseria viene siendo algo así como un subproducto de hacer las cosas a la mexicana, por decirlo de algún modo. O sea, que vendría siendo un tema cultural, con perdón. Un asunto de no validar, por ejemplo, la consustancial legitimidad de la propiedad privada, de no reconocer los derechos de propiedad (nos hemos solazado en despojar a miles de propietarios de sus tierras para repartirlas), de que la riqueza nos despierte una oscura desconfianza, de privilegiar el victimismo por encima del éxito, de cultivar el resentimiento en lugar de la admiración por el esfuerzo personal y, sobre todo, de no haber logrado instaurar un sólido sistema de respeto a las leyes.
En estos momentos, nuestro Gobierno dirige su mirada, justamente, a los desheredados. Y, bueno, supongo que apuntaló la reciente decisión de cancelar el Metrobús de La Laguna en el gran sentimiento de culpabilidad de la nación mexicana. Digo, tratando de entender las cosas…
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