El autorretrato como seña de identidad literaria y judía

(…) para la cuestión judía necesitamos un ámbito en el cual el espíritu judío pueda quedar aislado y mostrarse así en su naturaleza.
Walter Benjamín a Ludwig Strauss
Berlín, 11 de septiembre de 1912

Para efectos de solventar una idea más cercana a la identidad literaria y judía que propongo en esta intervención y, que por supuesto no es fragmentaria—como si lo es el “fenómeno de la heteronimia” (una legión) en y de Pessoa— comenzaré por citar que: “doy fe de haber visto, o mejor, de haber oído el día en que el Señor nos envió su carimbo y su férula, a los que nos atuvimos sin remedio todos, señalados y sin señalar, los nocturnos y los madrugadores, hembras y machos todos a una como un solo cuerpo andrógino y uniforme; cuerpo cualquiera: y fue el hecho, que aquí transcribo…”1.

Autorretratos y algunas señas

Autorretratar es mirarse dentro de uno mismo: “el artista [un escritor] se descubre a sí mismo como motivo de exploración estética [y literaria].”2 Es también, porque no decirlo, el adentrarse a la vida interior en un ignoto terreno en el tiempo y el espacio. La imagen apenas de asoma y aparece ya la semejanza. Se abren las puertas y la prefiguración literaria se “corporiza” poco a poco.

Si bien “el autorretrato nace a fines del siglo XV —en el ámbito pictórico— cuando Alberto Durero comienza a realizar una serie extraordinaria de ensayos con su propia efigie3, en nuestro Génesis XXXXIX:6 se “ensaya” con el “Bello de figura y de rostro” que es una prefiguración directa y a la letra, corporizada de José. Es también una válida construcción literaria que, por ejemplo, Thomas Mann lo retoma para su novela José y sus hermanos. El personaje al que se alude es dual ya que la bifurcación obedece a ser primero hijo y padre (imagen) y luego servidor (semejanza) pero siempre con el privilegio de ser y estar asistido desde la ausencia. Sutilmente encontramos la referencia de los que miran hacia Él, refulgirán. Cito un poema de los “muestros” para ilustrarlo:

Me anuncian sin vacilo que “he sido sorteado para servir de juez
a hurtadillas y nombrar frente a otros el nombre del próximo
José que venderemos en subasta pública (al mejor postor)”.

¡Ah! Ingratos hermanos vendepatrias ahora quieren que impulse
algo que yo, en verdad no construí…

ese Monstruo («monstrare») que cubre momentos de la concertacesión
materia oscura dualidades grotescas gestos teatrales extravagancia
“manierista” [falta una línea] estoy desarreglado…

pero ellos insisten en la espesa pasta que ser monstruo no es tan sombrío]

al contrario, serlo es la hipérbole contra la cual medimos nuestra mediocridad]

Esta complacencia literaria trascenderá a lo largo de las generaciones de escritores y, por mencionar un par de ejemplos, les diré que encontramos en la vida de IcekHerz Singer (mejor dicho, en la obra de Isaac Bashevis Singer) Satán en Goray (1935); La familia Moskat (1950); Gimpel, el tonto (1957), entre otras4 y en la vida novelada de Isaac Goldemberg a través de su aclamada obra La vida a plazos de don Jacobo Lerner (1978). Es aquí donde la tradición religiosa y seglar reúne en la literatura “los buenos rasgos del verdadero judío” (Isaac Bashevis Singer, dixit).

Otro ejemplo preciso sería el del escritor peruano Isaac Goldemberg, a través de Los autorretratos y las máscaras (Ed. Cross-Cultural Communications de Nueva Cork, 2005) poemario donde no sólo “plantea las contradicciones internas de su poética, sino que aborda a “Dios (…) como metáfora del vacío. Al leerlos, parece como si el silencio divino y la soledad existencial fuesen la única e irrefutable evidencia de su existencia. Esto se manifiesta claramente en su poema Las palabras mayúsculas que culmina con la siguiente estrofa: “Dios creó los Cielos y la Tierra en Soledad. / en Soledad Dios creó al Hombre, / En soledad el hombre era la Tierra. / Era el Hombre solo, solo de Nada, / dijo la Soledad. //5

De nueva cuenta aparece esta identidad de la “atormentada vida interior”; seña particular y fortuita del judío, como lo menciona IoslRákover [cuando] habla [apela] a Dios:6 “Yo creo que ser judío es ser un combatiente, un eterno nadador contra la miserable y criminal corriente humana. (…) Me siento feliz de pertenecer al más desdichado de todos los pueblos, (…) Yo creo que ser judío es un don innato. Se nace judío del mismo modo que se nace artista”.

La manifestación de esta circunstancia del Ser nos lleva, sí al fervor, pero nos conduce igual a la Shoah; a la errancia y las penurias y por ello siendo duales como somos (Walter Benjamin, dixit) nos convoca a una identidad literaria –que vista desde la óptica del autorretrato– no es más que una lógica tradicional que se emparenta (y bifurca a la vez) en el reconocimiento de la alteridad junto con el de la judaeidad. “Dios, para reencontrarse a sí mismo, necesita de los hombres y éstos, para emprender esa gigantesca tarea, deben hacer pleno uso de su libertad”.7

Por eso uno se autorretrata porque en este sentido pensar a contracorriente es un riesgo que determina la identidad. Este “asemejarse” a la idea por una parte de ser y estar al igual que la figuración (escrita) trasciende como el canto del salmista: “Yo me ‘asemejo’ al pelícano del desierto” (Salmos; CII:7). Y no, cabe también decir, a la estética de la heteronimia donde “en realidad, lo que hay en la obra de Pessoa es la sensación de que el hombre desaparece; en su lugar viven los textos, cuyos autores tan sólo son máscaras. Es decir, el fenómeno de la heteronimia tiene un matriz dramático y, especialmente, shakesperiano.8

En el judaísmo se muestra, para retomar la interpretación de Maimónides en su Guía de los perplejos, como en la Escritura dice: “Hagamos un hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. Que dicho sea de paso algunos interpretaron que el hombre “estaba hecho a imagen de Dios y a semejanza suya, [lo que no quiere decir] que el Altísimo sea un cuerpo con una figura cualquiera”9. Lo primero es un equívoco de interpretación que en Occidente continúa y que nos remite al mito sobre la realidad como lo sostiene Pessoa en su obra.10

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* Editor fundador de Grupo Ochocientos y actual director del Centro de Investigación y Estudios Literarios de León (CIEL-LEÓN).

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Notas

1 Mezcla para dos tiempos, de José Kozer (primer libro de prosa) aparecido en la revista Líneas de Fuga, no. 1, Sep.-Dic. 1999; pp. 51-56.

2 Apunte del escritor Juan José Doñan a propósito de la exposición Autorretratos jaliscienses organizada por Guacha Bato en Guadalajara, México.

3 Ibid.

4 Isaac Bashevis Singer, su obra y su leyenda de Sergio Nudelstejer de reciente publicación.

5 Ver: Treinta poemas judíos y una canción cristiana que se convirtió luego en Los autorretratos y las máscaras de Isaac Goldemberg y del cual Lidy Gill del Collage of Old Westbury realizó la reseña que ahora cito.

6 IoslRákover habla a Dios (FCE-Argentina, 1998) relato de ZviKolitz pp. 19-20. Existe otra edición del libro traducida al castellano comoYóselRákover apela a Dios.

7 Las travesías de una generación en un tiempo de tempestades: Walter Benjamin y el judaísmo, de Ricardo Forster. Revista Pensamiento de los confines, no. 1, 1998, pag. 86.

8 El destierro apacible y otros ensayos (Ed. Premiá, 1987) de Jacobo Sefamí. Cap. “Fernando Pessoa: para una estética de la heteronimia”, pp. 105-120.

9 Guía de los perplejos (CNCA, 1993) de Maimónides. Cap. I. “Explicación de las palabras hebreas tsélem (imagen) y dmut (semejanza); pp. 63-65.

10 “No obstante ese vació de autoría, Pessoa parece —apunta Sefamí en su ensayo— refrescarse con la idea —muy en boga a principios de siglo (el XX)— de que la historia universal es un Libro que todos los hombres escriben, leen, tratan de entender, y en el que también los escriben. La metáfora libro/universo se deduce, en la obra de Pessoa, a través de su programa poético en el que intenta, a través de la fragmentación cierta totalidad”.