"Dolor y Gloria": la "Roma" de Almodóvar
El otro día leí un artículo que hacía un interesante pitch para cine. Decía que la vida y obra de la cantante Isabel Pantoja sería la gran biopic del cine español. Cargada de melodrama, tragedia, intriga y redención, la trayectoria de Pantoja siempre ha sido un fenómeno de audiencia en su país. Lástima que, en esta tendencia de filmar a los ídolos, Pedro Almodóvar se les adelantó. Su recién estrenada Dolor y Gloria, claramente pertenece al subgénero en el que los cineastas meditan su propio pasado. Como en Memorias de un seductor (Woody Allen, 1980), La noche americana (François Truffaut, 1973) u Ocho y medio (Federico Fellini, 1963). Lo que ocurre es que Almodóvar, como parte de aquella contracultura a la que dio expresión, también pertenece a los rockstars que están siendo objeto de tributos cinematográficos. Y algo mejor que la vida de un rockstar contada por alguien que no vivió en su misma época es la vida de un rockstar contada por ese mismo rockstar. Cabe decir que Almodóvar es más punk que rock. O lo fue. Sin haber confirmado que Dolor y Gloria sea una representación fiel de su vida, el eterno embajador del cine español nos lo sugiere a través de numerosos guiños.
Como el mismo Pedro Almodóvar, Salvador Mallo (Antonio Banderas) es un director consagrado tanto en su país como en el extranjero. Lleva años alejado de los sets de filmación, incluso alejado de toda interacción social, por problemas de salud física y emocional. Entonces lo busca la filmoteca de Madrid, que le pide hacer una sesión de preguntas y respuestas en la proyección de uno de sus títulos de culto, a propósito del treinta aniversario de su estreno.
Salvador acepta. Luego busca al actor protagónico de la película en cuestión, de quien ha estado distanciado todos estos años (mismo caso de Almodóvar con varios de sus ex colaboradores, como Carmen Maura) y le proponerle ir juntos al evento. Este reencuentro es el primer paso de una profunda reconciliación que tendrá con su pasado: su infancia, su relación con su madre, el surgimiento del deseo, su primer amor y su más grande amor lo invadirán en flashbacks que lo harán reafirmar su necesidad de hacer cine.
Debido a que su nombre equivale a una propuesta audiovisual y temática bastante específica, hay que advertir que Almodóvar nos cambia la dosis que siempre esperamos de él. Reduce el erotismo, la sensualidad y la pasión para dar cabida a una intimidad desencantada, no por ello menos auténtica. Para hablarnos de aspectos clave en su formación como hombre y cineasta, adopta una mirada pacifista en comparación a aquella visión provocadora que nos hace preferirlo. Otro cambio a resentir es el detonante de la travesía dramática de Salvador; es más psicológico que físico. De igual forma, Dolor y Gloria plantea un conflicto que existe en el pasado, dentro de la cabeza del protagonista, por lo que su transformación es mental, quedándonos a deber esa explosividad almodovariana que se manifiesta en lo grotesco, lo tragicómico, lo melodramático. Estos reparos no son estrictamente fallas; sino una invitación del autor a desapegarnos de su estilo y reconocerle que, aún sin ánimo disruptivo, Dolor y Gloria no es su jubilación artística. Todo lo contrario: le devuelve el estatus de maestro.
Vestido, peinado e interiorizado como el cineasta que lo lanzó a la fama, Antonio Banderas logra la actuación de su carrera. Y pese a que esta vez los protagonistas tienen manzana de Adán, Penélope Cruz y Julieta Serrano nos recuerdan que el español es un supremo director de actrices.
Esta vez, Pedro Almodóvar se anda con sutilezas; el resultado es su mejor película desde Hable con Ella.
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