Wagner sin rodeos
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El resultado, a nivel musical, tiene dos grandes atractivos. Para un público general, permite disfrutar de la orquestación wagneriana y de algunas melodías más que conocidas. Para los entendidos, identificar cada símbolo de Wagner es un juego que permite reconstruir todo el argumento. El precio que hay que pagar, con todo, es una cierta falta de articulación del discurso sonoro. Los clímax y anticlímax tienen todo su sentido en el marco de las óperas, pero escuchados uno detrás de otro no acaban de transmitir una línea clara.
Josep Pons, titular de la Orquesta del Liceu, se encontró en su salsa. Para un director eminentemente sinfónico como él, poder librarse de los cantantes por un día debe tener bastante gracia. Entiéndase esto último como broma, por supuesto, pero también como una explicación para la interpretación de muchos pasajes a una velocidad del todo inusual. Ciertamente, las voces necesitan que se respeten las respiraciones y la preparación de la musculatura para abordar según qué piruetas. Eliminados los cantantes, el director es libre de ir tan lento o, como en este caso, tan rápido como le dicte su criterio. Pons exhibió velocidad para dar una lectura renovada y solvente de esta partitura espectacular. Lo hizo como él sabe: equilibrando planos sonoros, y cuidando el mínimo detalle -impresionante escuchar, por ejemplo, el fraseo impecable y compacto de los contrabajos, por poner un solo ejemplo-. Todo ello, sin caer en el decibelio por el decibelio, sino buscando cada matiz. Una velada magnífica para hacer disfrutar al público y de paso compensar algo la ausencia total de Wagner en esta temporada del Liceu que se cierra.
Música: Wagner/Maazel. Intérpretes: Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Director: Josep Pons. Fecha: 25 de julio. Lugar: Gran Teatre del Liceu, Barcelona