El niño que cayó del cielo, Antoine de Saint Exupéry
El 31 de julio de 1944 cerca del final de la Segunda Guerra Mundial, Antoine de Saint-Exupéry partió desde Córcega a bordo de un avión en una misión de reconocimiento hacia la región de Grenoble-Annecy. Fue el último vuelo de Exupéry: su avión fue derribado sobre el Mediterráneo, cerca de la ciudad de Marsella.
Muy pocos tienen presente que el autor de El Principito fue también un militar, piloto aviador. Eso explica en parte su estilo, casi castrense, de frases breves y concisas, como telegramas. Y todavía son menos las personas que han leído alguna otra de sus novelas.
Exupéry logró presentar al mundo uno de los más profundos libros del existencialismo bajo la apariencia de un cuento de hadas. El filósofo y escritor Leonardo da Jandra afirma que “Lo más difícil para un intelectual es hacer fácil lo difícil.” Quizá en ese dar liebre por gato estriba el enorme éxito de El Principito.
Sus otras novelas y relatos ahora mucho menos conocidas y leídas, pueden resultar un tanto densas para el público que sólo busca entretenimiento. Incluso su obra póstuma, “La Ciudadela”, contada desde el no muy frecuente punto de vista narrativo del Nosotros, puede atragantar a los lectores más superficiales y desprevenidos.
Para conmemorar a nuestro autor en el 75 aniversario de su muerte, nada mejor que leerlo, leerlo bien y a profundidad.
NO ENCUENTRAN LO QUE BUSCAN
Quizá el más sorprendido por el éxito del que ahora goza El Principito hubiera sido el propio Exupéry. Al publicarse tuvo una recepción más bien tibia por parte de los lectores: hoy es el tercer libro más vendido, sólo después de La Biblia y El Corán. Todo indica que nunca se propuso figurar como autor de literatura infantil o juvenil. Todas sus novelas y relatos, El Principito incluido, se desarrollan en el viril mundo de los aviones, viajes y las experiencias que derivan del oficio de aviador.
Para cuando fue publicado (1943), Exupéry ya era un autor de fama y éxito. Tras su primer relato, El Aviador, de 1926, vinieron otros textos. Su novela Vuelo Nocturno (1931), prologada por André Gide, además de resultar un éxito comercial, fue reconocida por los críticos literarios de su tiempo, quienes colocaban a su autor a la altura de Conrad y Hemingway.
James Joyce colaboró en la traducción del libro al inglés. El libro ganó el Premio Femina y el Premio Goncourt; los políticos le imponen la Legión de Honor y en Hollywood se hizo una película basada en la novela, con Clark Gable, Helen Hayes y John Barrymore… película que resultó un fracaso.
Luego de perder su trabajo de aviador en la compañía Aeroposta, en Argentina, intentó conseguir varios récords aéreos, intentos que terminaron en graves accidentes. Mientras se reponía del sufrido en Guatemala, escribió Tierra de Hombres (1939), novela que recibió el Gran Premio de la Academia Francesa y el National Book Award.
Enrolado en el ejército francés, combatió en las primeras batallas de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Alemania invadió Francia se marchó a los Estados Unidos, donde se dedicó a recabar ayuda para la resistencia francesa, además de continuar con su carrera literaria.
Aparte de los artículos realizados para varios periódicos y revistas, escribió cuatro novelas más: Piloto de Guerra (1942), El Principito (1943), Carta a un Rehén (1943) y La Ciudadela, publicada cuatro años después de su desaparición.
Cuando se revisa una biografía detallada de Antoine de Saint-Exupery, queda claro que su peripatética existencia fue una continua búsqueda de algo que con seguridad no pudo ni definir ni encontrar. Luego de leer “Fuentes de la Creencia en Dios”, del padre Sertillanges, anotó lo siguiente en su cuaderno: “Destetados de dios prematuramente, a la edad que necesitamos refugiarnos en él todavía, debemos luchar a lo largo de la vida como hombrecitos solitarios”.
UNA NOVIA VESTIDA DE NEGRO
Uno de sus esfuerzos por llenar ese vacío existencial fue contraer matrimonio. Desde años antes había externado en cartas sus deseos de formar una familia, pero nunca pudo tener descendencia.
Exupéry contrajo matrimonio con Consuelo Suncín en 1931. La conoció en Argentina el año anterior. Ella tenía treinta años, era hermosa, impredecible y sobre todo, una mujer emancipada. Por mucho tiempo la fama de Consuelo fue tan sólo la de esposa de Exupéry y a lo más, haber inspirado al personaje de la Rosa en El Principito.
Hasta hace un par de décadas, desconocida por la mayoría, la biografía de la mujer con la que el escritor vivió sus últimos trece años es extraordinaria y puede leerse como una historia llena de emociones y aventuras.
Consuelo Suncín fue escritora, poetisa, pintora y escultora. Nacida en 1901 en la ciudad de Armenia, en El Salvador, fue hija de un acomodado terrateniente. Félix Suncín, su padre, fue militar con rango de coronel. Desde niña, Consuelo fue precoz. A los 19 años se casó por primera vez con el mexicano Ricardo Cárdenas. Ese mismo año obtuvo una beca del gobierno salvadoreño para estudiar inglés en San Francisco.
A la manera de La Niña Mala de Vargas Llosa, Consuelo construía historias sobre sí misma para conseguir la aceptación del entorno social en que se desenvolvía. Habituada a la fantasía desde pequeña, representaba sus papeles con facilidad.
Se divorció de su primer marido en 1925, en Mérida, México. Pero sabía que tendría mayor aceptación la versión de que era viuda de un capitán del ejército mexicano muerto en la Revolución y como tal se presentaba.
Inquieta desde chica, Consuelo Suncín escribió, hizo escultura, estudió pintura con Diego Rivera, y siempre se desenvolvió con soltura en los círculos intelectuales de las ciudades donde residió.
Ya libre, estudió periodismo en la Ciudad de México donde conoció a José Vasconcelos, impulsor de las reformas educativas y del movimiento muralista mexicano. Pese a que Vasconcelos era casado, la llevó consigo a París, donde a través del pintor Van Dongen conoció a Enrique Gómez Carrillo, escritor y periodista guatemalteco que ocupaba el cargo de cónsul general de Argentina en París.
Carrillo era 30 años mayor que ella y, cosas de la vida, en su juventud había sido novio de la madre de Consuelo. Ella dejó a Vasconcelos para casarse con Carrillo, quien según ella y sus biógrafos, fue el amor de su vida.
Gracias a Gómez Carrillo, Consuelo entró en contacto con la intelectualidad francesa, belga e italiana. Entre sus amigos pudo contar al dramaturgo y Nobel de literatura, Maeterlinck, a Rubén Darío, Clemenceau y Verlaine. Carrillo le aportó una gran estabilidad emocionaEste segundo matrimonio duró sólo once meses, pues él falleció el 29 de noviembre de 1927, víctima de un derrame cerebral. Consuelo se encontró ahora sí viuda, libre y heredera de su pensión diplomática, los derechos de autor de Carrillo, una fortuna y una casa en Niza.
Tras el duelo tuvo una relación con el poeta Gabriele D'Annunzio, quien por su temperamento la llama “El Volcancito”. Consuelo decidió irse a vivir a Buenos Aires. En esta etapa, ella es una artista prestigiosa cuyo talento es reconocido. Además es guapa, famosa y rica. Ahí en la capital argentina, tres años más tarde, en 1930, conoció a Exupery, noble venido a menos que trabajaba como piloto comercial de servicios de mensajería.
Se casaron al año siguiente en Niza. Pese a sus logros, la familia del escritor la consideró una mujer amoral, divorciada y viuda: para ellos no era más que una exótica oportunista. Para la boda, Consuelo eligió un vestido de novia completamente negro: fue su manera de desafiar a todos. Así fue como ella se convirtió en la Condesa Consuelo de Saint- Exupéry.
Antes de morir dijo que “Llevaba el luto de mí misma, de lo que era de veras y de lo que me negaba ser”.
TIGRES Y ESPINAS
El matrimonio de estos dos extravagantes seres resultó feliz sólo unos meses, hasta que el detonante éxito de Vuelo Nocturno se le subió a la cabeza. Antoine dejó a Consuelo para ir de amante en amante, por periodos intermitentes viven en casas separadas.
Pese a todo, es un periodo de intensa actividad creativa para ambos. Consuelo se volcó en el arte y en las actividades intelectuales. Posó para Man Ray, se hizo amiga de artistas surrealistas como Duchamp, Balthus, Breton, Miró, Picasso y Dalí.
Al iniciar la Segunda Guerra Mundial, Exupéry viajó a Nueva York dejando sola de nuevo a su esposa en Francia. Poco después, también en busca de un récord, Antoine se estrelló en Guatemala, siendo su suegra quien va a atenderle y evitó que le cortaran la mano.
Consuelo se reunió con él, lo llevó a El Salvador y ahí permaneció hasta su recuperación. Poco después, ya en Europa y antes de regresar a Nueva York, encierra a Consuelo en un manicomio en Berna y le vacía su departamento. Tras múltiples y tristes fricciones, Consuelo le pidió el divorcio pero Exupéry se lo negó.
Para los lectores de hoy resulta tentador creer que El Principito es la historia de Exupéry y su relación con Consuelo, contada como si fuera una fábula. Hay bastantes motivos para pensar que así es. Para Marie-Helene Carbonel, autora del libro Una Novia Vestida de Negro, la Rosa del Principito es Consuelo. Los tres volcanes son los volcanes de El Salvador. Los baobabs son las ceibas a la entrada del pueblo de Armenia en El Salvador. La Rosa tose, pues Consuelo sufre de asma y por eso es frágil.
Bajo esa perspectiva se quiere ver en la escena donde el Principito se dirige a las rosas del jardín un acto de disculpa para con su esposa por sus múltiples infidelidades y maldades. Lo cierto es que mientras Exupéry escribía El Principito, mantuvo una relación con Silvana Hamilton, estudiante norteamericana de periodismo.
Ella lo animaba a diario en sus encuentros, al desarrollo del cuento. Ya publicado el libro, Exupéry le regaló íntegro el manuscrito original, incluyendo borradores e ilustraciones que no aparecen en la edición definitiva. Antoine era incorregible.
En la actualidad y desde 1968 el manuscrito es propiedad de la Morgan Library, en Nueva York.
BUSCABA EL REVÓLVER EN MI BOLSILLO
Algunas personas han querido encontrar en los diálogos que el Principito sostiene con la serpiente y luego con el aviador, el anuncio de una despedida, un suicidio. Y sí, fuera de su contexto de cuento, son frases duras: “¿Tienes un buen veneno? ¿Estás seguro de que no me harás sufrir mucho tiempo?” “Este cuerpo me pesa demasiado.”
Los constantes accidentes que sufrió Exupéry en sus intentos por imponer nuevos récords, y la insistencia con que buscaba estar en la primera línea de batalla, indican que tenía tendencias autodestructivas. El riesgo lo estimulaba.
Fue en 1943 que se le llamó de nuevo a filas, se le asigna a su antiguo grupo y lo enviaron al norte de África, donde el escuadrón recibió los nuevos aviones P38 Lightning, que según los lineamientos norteamericanos, no podían ser volados por pilotos mayores a 32 años.
Él ya no tenía ni la edad ni el peso que se requería, además de que las lesiones acumuladas habían minado mucho sus reflejos. El capitán Exupéry tuvo que emplear todo su encanto personal y su poder de persuasión para obtener un permiso especial para volarlos pese a sus 44 años. También esta vez logró salirse con la suya.
Antes de partir en su último vuelo, Exupéry dejó anotado en su mesa de trabajo: “Si me derriban no extrañaré nada. El hormiguero del futuro me asusta y odio su virtud robótica. Nací para jardinero. Me despido, Antoine de Sain-Exupéry”.