¡Bravo por la Villa Panamericana!
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Pero no tanto por la del Bajío del Arenal, sino por la del Parque Morelos, parte del vigente Proyecto Alameda, que sigue como el Cid, ganando batallas después de muerto. Si es que está muerto.
La Villa Panamericana del Bajío fue un error gravísimo. Los responsables tienen nombre y apellido: Mario Vázquez Raña (qepd) y todos los regidores priistas -sin excepción- del ayuntamiento tapatío de la época. Repasemos un poco los hechos, vividos de primera mano y debidamente documentados en actas de cabildo. La razón de tal yerro es muy sencilla: tontería, politiquería y corrupción que, se sabe, forman una mezcla explosiva siempre.
Todo empezó cuando, bajo el mando del alcalde Alfonso Petersen, al principio de su administración, Coplaur recibió la orden de buscar el contexto adecuado de la futura Villa Panamericana. Al efecto, se estudiaron varias hipótesis: el Aguazul, la barranca, el barrio de la Quinceava zona, etcétera. Se determinó, según los parámetros establecidos, que el contexto de la antigua Alameda (parque Morelos) era el socialmente más benéfico y arquitectónicamente más adecuado y viable. Y se comenzaron las operaciones. Se adquirieron, abierta y transparentemente, al doble de su valor catastral, 13 terrenos en torno al parque. ¿Por qué este precio? Por justicia: toda la zona estaba destinada a una acentuada plusvalía, y era razonable que los vendedores participaran de un beneficio generado por una acción del ayuntamiento. Además, era la única manera de adquirir a corto plazo la reserva territorial indispensable.
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Acto seguido, según el programa urbano arquitectónico, debidamente asesorado y calibrado, se determinó que se requerían 1500 departamentos y dependencias de apoyo diversas. Coplaur realizó un proyecto conceptual inicial. Y luego se convocó a un concurso jalisciense, del que se obtuvieron, con toda claridad y ante el escrutinio de todos los regidores y del público, siete propuestas entre más de cincuenta. Los otros seis proyectos fueron adjudicados a figuras indiscutibles del panorama arquitectónico nacional e internacional: Fernando González Gortázar, Augusto Quijano, Matías Klotz, Alberto Kalach, Carme Pinós y Rick Joy. (Haga favor ahora el lector de guglear a cada uno de ellos, a ver si son o no indiscutibles). En el concurso ganaron: Jaime Castiello, José Manuel Gómez Vázquez Aldana, Sandra Valdés y Pedro Alcocer, Ricardo Agraz, Colectivo Guayaba (dos edificios), y Álvaro Morales y Miguel Echauri.
El proyecto resultante no era una acumulación de intervenciones aisladas: era un proyecto urbano, con marcada perspectiva social, con estudios hidrológicos, demográficos, socioeconómicos, inmobiliarios, de servicios, de movilidad, etcétera. Todo fue solventado debidamente. El primer proyecto (Morales y Echauri) fue el de la restauración y renovación del parque, así como sus conexiones al barrio del Retiro (diagonal Alameda), el de la Perla, la Plaza Tapatía, etcétera. Sobre esa base se hicieron los proyectos individuales. A los arquitectos se les pagó justa y módicamente (deben existir los documentos relativos). 1500 departamentos en cuatro niveles, más una torre, en el predio más apartado, de nueve pisos. El Inah, a través de sus censores de diario, puso el grito en el cielo, como acostumbra a hacer ante cualquier iniciativa, en este caso sin ninguna razón válida, ya que sus temores pacatos de que la torre invadiera las visuales del Hospicio Cabañas fueron científicamente acallados mediante estudios topográficos certificados. No se demolió una sola edificación patrimonial, ni histórica ni artística ni ambiental. No se desplazó involuntariamente a un solo habitante, inquilino o usuario de la zona. Se realizaron decenas de reuniones de información con los vecinos, cámaras, colegios y academia. Todo estaba listo.
Y sobrevino lo que nadie vio: la crisis financiera mundial del 2008. La Villa Panamericana, como estaba planteada y aprobada, con las factibilidades urbanas, técnicas y financieras listas, se volvió imposible.
Continuaremos mañana.