'Ad Astra': soledad en el corazón del infinito
Como el cine de ciencia ficción habla más del presente que del porvenir, cada generación tiene su propia película futurista. Quienes nacieron entre 1900 y 1920 soñaron con el robot de Metrópolis e imaginaron que en las ciudades del futuro los biplanos cruzarían por calles alzadas que comunicarían edificios similares a los que se estaban construyendo en Nueva York. La Segunda Guerra Mundial terminó con todas estas fantasías, pero los Baby Boomers imaginaron con Alphaville de Godard un futuro en el que Alpha 60 dirigiría los destinos de la humanidad. La Generación X, por su parte, se conmovió con el discurso del replicante Batty, quien pudo observar el brillo de los rayos C en las proximidades de la Puerta de Tannhäuser. Son algunos ejemplos. Hay cientos. Sirven para decir que Ad Astra: hacia las estrellas, de James Gray, es una obra que llama a conmover a la Generación Z con su historia de incomunicación y soledad.
Hay temas universales, por supuesto, como en todas las buenas películas: el freudiano deseo de destruir al padre, la aventura del hombre que se devasta a sí mismo para encontrar las razones por las que fue abandonado en la niñez. Ad Astra narra la historia del mayor Roy McBride a quien interpreta, con aire introvertido, Brad Pitt. El mayor, experto en pasar con éxito sus exámenes psicológicos, un día se entera que su padre, de quien supo en su niñez que se había perdido en la misión por encontrar vida inteligente más allá de nuestro Sistema Solar, está vivo. Y no sólo eso. El padre de nuestro héroe parece estar detrás de una serie de ataques a objetivos terrícolas en los planetas que la humanidad recientemente está colonizando.
En franca emulación del Charles Marlow que busca a Kurtz en El corazón de las tinieblas, McBride viaja hasta las fronteras del Sistema Solar para enfrentar a un progenitor que, por otra parte, parece tan frío como el padre en todas las películas de Tarkovski, incluyendo, claro, Solaris. Así, con un algo de Conrad y otro poco de Tarkovski, con algo de Stanislaw Lem y algo de Francis Ford Coppola en Apocalipsis ahora, Ad Astra es el retrato de una juventud que aquí mismo, en nuestro tiempo, no encuentra razones para amarse a sí misma. Es una generación a quien el universo resulta tan pequeño como el amor de sus mayores. Ad Astra interpela pues al joven que hoy puede identificarse con McBride, este hombre que busca a su padre al otro lado del Sistema Solar no para matarlo o reconciliarse con él, sino, más simplemente, para preguntar ¿por qué no me quisiste? El padre de McBride es un enloquecido Tommy Lee Jones que no tiene miramientos para decirle que hay cosas más importantes que el amor filial. La ciencia, por ejemplo.
Ad Astra es la obra de una generación que retrata en este tiempo a todos los adolescentes que tienen hoy, al alcance de su mano, en un celular, la cultura del mundo: la ciencia del mundo. Y sin embargo no saben qué hacer con ello. Resulta obvio, por tanto, que no sea una película para todos. Habrá quien encuentre en esta obra escenas excesivamente largas y diálogos en extremo rebuscados, pero Ad Astra está dirigida a todos aquellos que han meditado la paradoja de Fermi y se han preguntado: ¿si son tantas las posibilidades de que haya otros mundos, dónde demonios están? ¿Por qué nuestra vida se siente tan sola, tan perdida como este hombre que se enfrenta a lo monstruoso de las estrellas y lo infinito de su propia soledad?
ÁSS