Crónica de un desmadre anunciado
Durante los días previos a la manifestación para conmemorar el 51 aniversario de la masacre de Tlatelolco, supuse, y supuse bien, que si no se aplicaban medidas represivas contra los vándalos, la manifestación se convertiría en un desmadre, dicho y hecho. Resulta estéril “asustar” delincuentes con la peregrina idea del presidente que los va a acusar con sus mamacitas si no se portan bien. Estos inadaptados sociales no tienen madre.
La conmemoración de esta efeméride merece respeto. Fue un hecho sangriento que jamás debió ocurrir. Eran aquellos nefastos años, cuando el gobernante en turno era todopoderoso. Ordenaba reprimir a culatazos, macanazos y balazos, lo que no coincidía con su “criterio de gobernar”.
Este pasado 2 de octubre, una vez más sucedió lo que no tenía que suceder, se colaron en la marcha una centena de cobardes encapuchados para cometer todo tipo de atrocidades. Esta subespecie primitiva de vándalos nada tiene que hacer en la conmemoración de un hecho vergonzoso en la historia de nuestro país, acontecido hace 51 años en la Plaza de las Tres Culturas, curiosamente diez días antes de dar inicio las “olimpiadas de la paz” en la ciudad de México. Vaya ironía.
Siempre hubo contradicciones en cuanto al número de muertos. Originalmente el gobierno dijo que fueron 38. Las cifras oficialistas contrastan con lo que después de aquel trágico día reportaron los miembros de Consejo Nacional de Huelga (CNH), quienes aseguraron que hubo aproximadamente 325. En su libro Posdata, Octavio Paz consideró que la cifra más probable fue de 325 muertos.
Ese movimiento estudiantil fue el parteaguas en los tiempos políticos de México. Además de independiente y contestatario, promovía la resistencia civil. Se potenció con las demandas libertarias de democratización que dominaban el imaginario mundial. Durante aquel movimiento, el gobierno mexicano aplicó salvajes mecanismos de represión y aniquilación, para ello recurrió a detenciones ilegales, torturas, persecuciones, desapariciones forzadas, espionaje, criminalización, homicidios y ejecuciones extrajudiciales.
Revisando estos dramáticos hechos, regreso al asunto de los cobardes vándalos encapuchados, quienes han hecho su aparición en los más recientes eventos públicos acontecidos en la capital del país. Estos energúmenos nada tienen que hacer en esas manifestaciones. ¿Qué demandan? Sólo atentan contra la propiedad pública y privada causando daños millonarios. Probablemente su promedio de edad es 30 años, no habían nacido cuando sucedió La Noche de Tlatelolco. Dixit: Elena Poniatowska. No tienen la mínima idea de la trascendencia de aquel dramático hecho. Probablemente alguien está atrás de ellos financiándolos para generar caos.
Colofón
La solución para evitar que esto se repita, es arrestarlos in fraganti, quitarles la capucha y fincarles cargos por delitos de daños a la nación y a la propiedad privada, sin miramientos, ¿o no?
jaimemarinsr@jmarin.com