Apetito espectral
Los tamales para la abuela, el mole y los cigarros para el bisabuelo, los pambazos y el vasito de pulque para el tío, los dulces de cereza, las palanquetas, calabaza en almíbar e higos cristalizados para todos; las veladoras, las flores y las fotografías colocadas sobre la pared; el papel finamente picado junto con las calaveritas de azúcar, chocolate y amaranto. Pareciera que todo está listo para adornar la casa, iluminar el alma y recordar a los muertos.
Vagando por las redes llamó la atención un texto que rezaba lo siguiente: La comida es tan importante para los mexicanos, que la única razón por la que se vuelve de la muerte es para comer (y beber), dicha expresión no puede describir de mejor manera el Día de muertos. La muerte, como elemento festivo o ritual, goza de gran popularidad en México, probablemente por aquel sentimiento prehispánico que no la colocaba como un símbolo maligno o fatalista, sumando la herencia de José Guadalupe Posadas, con La Catrina. Dichos elementos colaboran en la razón de servir comida sobre una mesa, con veladoras, fotografías, artículos personales y demás enseres, que denominamos Ofrenda de muertos.
En múltiples ocasiones hemos dejado evidencia de que la cultura mexicana sin comida pierde gran parte de su esencia; por lo que, al hablar de tacos, pan de dulce, enchiladas, pulque, carnitas, entre otras delicias, no solo estamos haciendo referencia a su gastronomía sino, además, constatando el bagaje cultural de la nación. Luego entonces, y retomando la frase de líneas arriba, la cultura alimentaria no solo se disfruta de manera tangible, también se añora, y se goza, en el más allá, en el inframundo o en la otra vida, como se guste apreciar.
A partir de este disfrute, y de las creencias en torno a estas tradiciones, surgen mitos que complementan la visita de los muertos; en más de una ocasión, desmontando la ofrenda familiar, hemos probado o bebido alguno de sus componentes, tras saborearlo caemos en cuenta que ya no tiene el mismo sabor, como si este hubiese perdido su esencia, ante este fenómeno se piensa que el fallecido comió de él. Siendo un tanto escéptico, la explicación recae en los días que estuvo expuesto al clima. El aire y la temperatura volatilizaron los aromes y sabores de la fruta, el pan, el mole y demás productos. Aunque la ilusión sabe mejor que la razón.
Tras varios años trastocando el tema es posible observar su estructura primigenia, su construcción y su evolución con el paso de los años; sin embargo, siempre tendremos elementos para analizar nuestra propia cultura, sociedad y creatividad, aspectos que nos colocan en nuevos planos, donde la vida y la muerte no detienen nuestro gusto por hincarle el diente a un pan de muerto, unos frijoles refritos o un pipián con guajolote.