Un país afectado sicológicamente
Superar el dolor de la muerte es difícil, me explican expertos en tanatología, que cualquier pérdida es necesario enseñar a las personas a entenderla, a superarla, pues por naturaleza los seres humanos no estamos preparados para ello. Tampoco estamos preparados para la muerte.
Se mide la afectación económica de la inseguridad, según la Envipe 2019 elaborada por el Inegi, el costo de ésta en 2018 fue de 286 mil millones de pesos, los daños a la salud fueron más de 9 mil millones de pesos, se sabe que en lo que va del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, hay 24 mil carpetas de investigación por el delito de homicidio doloso, se miden los decomisos de droga y muchos delitos más que cuando se inició el registro de éstos, con mucho más detalle.
Lo que es un verdadero misterio es la afectación sicológica de los mexicanos por esta crisis de violencia. Me explican que después de un homicidio en especial con características violentas, nadie trata a las personas cercanas al fallecido, el impacto por una muerte así es mucho y obvio deja huellas imborrables, cicatrices que a diferencia de las lesiones corporales no se ven pero ahí se quedan.
No se diga en el caso de los desaparecidos, imagine usted el dolor por ejemplo de los padres y familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, o de miles de personas en esa condición en el país, su dolor quedó suspendido y la herida está abierta al no tener una certeza sobre el destino que tuvo su ser querido, una afectación importante que deja huella no solo en la familia, sino en las personas que la rodean.
El daño que se le ha hecho al país, el que no se ve, ese que se queda en la mente de los afectados por cualquier delito, hoy se desconoce a ciencia cierta su dimensión y por consecuencia al no saber los alcances, tampoco se sabe cómo remediar el mal.
No quiero imaginar por ejemplo el dolor por el que está pasando la familia LeBaron en el norte del país; leí con horror cómo los niños sobrevivientes a la masacre se escondieron entre los arbustos para no ser asesinados y fueron testigos de la muerte de sus seres queridos en un día que debió ser de alegría y que los dejó marcados para siempre.
El boquete está hecho, la violencia no baja y no sabemos de qué tamaño es.
miguel.puertolas@milenio.com