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Декабрь
2019

José Sacristán: «Soy una tonadillera frustrada. Heredé de mis padres el cantar flamenco»

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Abc.es 
Hay una generación de actores y actrices a los que el paso del tiempo no les lleva a tirar la toalla. Al contrario. Con más de ochenta años, nos brindan el plus de la veteranía manteniendo intacta la ilusión del primer día. En una sociedad que glorifica la juventud, ofrecen toda una lección. A esta generación pertenece José Sacristán (Chinchón, 1937), quien confiesa con una ironía que es marca de la casa que se mantiene en forma por los célebres ajos de su pueblo. Tras una exitosa carrera en el escenario y en los platós cinematográficos y televisivos, ha vuelto a encontrarse con su muy querido y admirado Delibes.


Le costó conseguir que Delibes diera permiso para la adapción de su novela, realizada por usted, José Sámano -director del montaje- e Inés Camiña.


Era muy reacio a ello. Decía que no quería que nadie le pusiera cara a Nicolás, un personaje de ficción, aunque basado en él mismo, si bien trasmutado en pintor, y a la dolorosa experiencia de la desaparición de su mujer, Ángeles Castro, con cuarenta y ocho años. Algo que le sumió en una profunda depresión. Hubo un intento por parte de Sámano y Delibes de adaptarla, pero por unas u otras razones el proyecto no llegó a buen puerto. Insistí y Delibes, poco antes de morir, autorizó a que hiciera una lectura dramatizada en Valladolid de algunos pasajes de la novela. Desgraciadamente, Miguel falleció, y, al final,han sido sus hijos quienes dieron el visto bueno.


¿Qué les ha parecido el resultad0?


Ha visto el montaje toda la tribu: sus siete hijos, nietos, sobrinos... Y me enorgullece que no solo hemos logrado su aprobación sino su aplauso. La noche del estreno, uno de sus hijos me confesó que él se había opuesto en el consejo familiar, pero que ahora venía a darme las gracias porque había vuelto a ver a su madre.


¿Qué buscaron y potenciaron básicamente en la adaptación?


La línea maestra la marcó Pepe Sámano, pobrecito, que descanse en paz, y como es de obligado cumplimiento en trabajos de estas características el objetivo fundamental es diferenciar con claridad la posición del lector y del espectador. El primero se relaciona con el libro de una manera, mientras que al segundo tienes que contarle en hora y media que dura la función lo que está en tantas páginas. A lo planteado por Pepe, Inés y yo fuimos aportando propuestas y sugerencias.


¿Qué le interesó sobre todo de esta novela de Delibes?


Desde siempre me ha fascinado Miguel Delibes, he leído prácticamente todo lo suyo. Y me encantó encarnar al Pacífico Pérez en la versión teatral de otra novela de Delibes, Las guerras de nuestros antepasados, allá por finales de los ochenta del pasado siglo. Resulta extraordinaria la mirada de Miguel sobre la compleja condición humana, cómo aborda el sufrimiento, el amor, la muerte, la vida, la injusticia, la empatía con personajes como ese Pacífico Pérez o Paco el Bajo o Azarías de Los santos inocentes. entre muchos otros. Delibes está en la línea de grandes autores como don Antonio Machado, José Saramago, Ernesto Sabato, José Luis Sampedro..., que también me atraen mucho. Esa mirada cobra una especial intensidad en Señora de rojo con fondo gris, al compartir algo tan íntimo, tan personal como fue la muerte de su mujer, que fue el complemento perfecto de Miguel, su compañera ideal. Con su mirada, Miguel nos enseña a nosotros a mirar, a mirarnos. Pacífico Pérez, de Las guerras de nuestros antepasados, decía de su tío Paco que fue «el hombre que le enseñó a mirar». Yo esto se lo aplico a Delibes, más allá de la indiscutible calidad de toda su obra.


¿Cómo era Delibes?


Maravilloso. Un hombre en su sitio, de los que entran pocos en el kilo, como decía mi abuela. Discreto, prudente, con una gran bondad, de gran timidez y pudor incluso exagerados. Y con una manera de andar por la vida con tanto rigor y cuidado. Le conocí cuando preparamos Las guerras... Para mí que me honrase con su amistad ha sido un honor, una de las mejores cosas que me han pasado.



«Condeno el acoso y el machismo. Pero en el caso de Plácido Domingo me chirrían lo tardío de las denuncias y el anonimato»



¿Tras «Las guerras...» que ha supuesto para usted volver al escritor vallisoletano?


Una enorme satisfacción doble. Primero como actor al encontrarme con un personaje tan magnífico y que me están alegrías profesionales por un tubo. Y, a la vez, en lo personal, el goce de rendir homenaje a Delibes. En la representación tengo la impresión de que Miguel está conmigo y me dice «venga, cuéntalo y que todos se enteren». El reencuentro me está resultando muy emocionante.


-Es su primer monólogo...


Sí. Ha sido una buena experiencia, no me ha supuesto ninguna dificultad especial. Aunque, en realidad, cuando te enfrentas a una historia y a un personaje como los de «Señora...» da lo mismo que en el escenario estés solo o con quinientos.


Es una obra dura, pero también esperanzada, un canto al amor, el personaje dice de su mujer: «Con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir». ¿Es el amor un bálsamo?


Claro, sobre todo cuando es como el que se tenían Miguel y Ángeles. Y la obra nos revela que la memoria del amor es capaz de vencer a la muerte, mientras somos recordados no desaparecemos del todo. Hay en Señora... un sufrimiento inmenso, pero con un punto de esperanza en cuanto a que un amor de esa naturaleza es indestructible.


¿Cómo le ha ido a usted en el amor?


Como confiesa Machado en su «Retrato» «recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario». Lo cierto es que no me puedo quejar. He tenido fracasos, vivido historias que no han terminado bien. Pero en general celebro todas y cada una de mis relaciones sentimentales.


Durante un tiempo fue vendedor del Círculo de Lectores. ¿Cómo ha recibido su desaparición?


Siempre quise ser actor, pero en ocasiones no he tenido más remedio que trabajar en otras cosas. Ya a los trece años entré de aprendiz de mecánico en un taller para ayudar a la economía familiar, no precisamente boyante. Y luego, aunque ya estaba en el teatro, al principio no era suficiente. En 1963 leí un anuncio en la prensa donde se pedían vendedores para una empresa hispano-alemana. Guardo un recuerdo entrañable de mi paso por el Círculo. Aparte de que me pude comer más de un bocata de calamares gracias a mi trabajo. Me hizo mucha ilusión que cuando estaba en Barcelona con «Las guerras...» los vendedores del Círculo me hicieron un homenaje. Ahora, por desgracia, se ha ido a hacer puñetas. Me duele profundamente.


Ha dicho usted que le habría gustado ser Juanita Reina...


Soy una tonadillera frustrada. Heredé de mis padres el cantar flamenco y he cantado en zarzuelas y musicales. Me acuerdo con mucho cariño de «My Fair Lady» o «El hombre de La Mancha» con mi querida Paloma San Basilio. Apoyo la copla a muerte. Es un género complejo donde conviven joyas soberbias, en música y letra, con ejemplos de lo más abyecto, machista y reaccionario. Pero yo la voy a seguir defendiendo. Al igual que a la zarzuela, donde hay músicos de una altura impresionante. Ya don José Tamayo tuvo el acierto de poner en marcha el gran espectáculo de la «Antología de la zarzuela».


¿Qué opina del caso Plácido Domingo: hay acoso en el mundo del espectáculo?


No tengo suficientes datos, pero no puedo tomar partido abiertamente por sus supuestas víctimas. Vaya por delante mi más absoluto rechazo y condena al machismo, y a la lacra de la violencia de género, pero otra cosa es aprovecharlo propiciando ninguneo e injusticias. Hay algo que me chirría, lo tardío en manifestar esas denuncias y el anonimato. No apruebo que se tomaran represalias en el ámbito profesional contra Kevin Spacey o el boicot a las películas de Woody Allen. Si un señor tiene que pagar por algo ante la justicia que rinda cuentas, pero otra cosa es su obra.


Forma parte de una generación que no ahorraba sacrificio y esfuerzo. ¿Son así también los jóvenes actores?


Los hay tontos y pésimos, pero también otros con mucho talento, mucho coraje. Me apasiona enormemente trabajar con jóvenes. Y suelo comprobar que las variantes son superficiales, mecánicas, pero las constantes son las mismas con el que tiene talento, quiere contar historias... Estoy encantado de la vida de compartir, discutir... con los jóvenes. Un muchacho de 18 años te puede enseñar. Nuestra profesión es un aprendizaje permanente. Quien no lo vea así está perdido.


Y un maravilloso «juego»...


Sí. Jugar y jugar. Nada más y nada menos que un juego. El juego del niño que quiere ser pirata, mosquetero... Convencerde que eres el que no eres, como cuando me ponía las plumas de gallina y le hacia creer a mi abuela que era un comanche.



«Delibes era un hombre maravilloso, de los que entran pocos en el kilo, como decía mi abuela. Su amistad fue para mí un honor»



¿En la gran pantalla que tiene José Sacristán en su casa qué películas ve?


De todo tipo. Procuro estar al día, pero jamás renuncio a clásicos: «Metropoli», «La diligencia», «Ladrón de bicicletas», con su espléndido blanco y negro, «Laura»..., y más ahora con el invento de remastizar. Y vuelvo a algunas permanentemente, como las de mi amigo Stanley Donne. Ves «Cantando bajo la lluvia» o «Siete novias para siete hermanos» y se te olvidan las penas. Disfruto como cuando de niño iba al cine Padilla


¿Cómo ve la situación del teatro hoy en nuestro país?


Quisiéramos que todo fuera mejor, pero está vivo, se mueve. Y en mi caso, sería miserable que me quejara. Lamento mucho que compañeros y compañeras las pasen canutas.


¿Y la de España?


Estoy harto. De la derecha no hablo, pero a la actual izquierda le mando un cubo de mierda. Y no digamos, los chapuceros del «procés».


¿Tiene algún ritual antes de salir a escena?


Nada especial. Llegó con tiempo al teatro. Siempre me acuerdo de lo que decía Pedro López Lagar, un actor de la compañía de Margarita Xirgu, cuando representaba «Panorama desde un puente»: «Me pongo la gorra y salgo». Y sigo mi «método», mitad Stanislavski y mitad la Niña de los Peines.


¿Piensa en el retiro?


Ahora estoy con la gira de «Señora...», y hay el proyecto de llevar el montaje a Buenos Aires. Como decía mi amigo Fernando Fernán Gómez, vamos durando



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