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Декабрь
2019

Lucia Berlin y el descubrimiento de la vida

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Abc.es 
El día que Lucia Berlin nació, ya entrado el mes de noviembre de 1936, hubo en Juneau, Alaska, una avalancha que sepultó una tercera parte del pueblo. O al menos así lo recordaba ella cuando en la recta final de su vida, antes de morir con 68 años en Los Ángeles, ordenó sus recuerdos en una suerte de autobiografía que dejó sin terminar, con una frase a medias: «Buddy seguía encogido y temblando muchísimo en el asiento de delante».


Lucia se describe en este punto conduciendo bajo la lluvia para alejar a su tercer marido de los peligros que lo acechaban en México. Todos en el coche «iban gimoteando y vomitando». Sus tres hijos –todavía no había nacido Dan, el cuarto– temblaban por culpa del dengue. Bud porque se había quedado sin drogas.


A Berlin no le dio tiempo a contar en estos apuntes el fin del matrimonio, en 1968, y mucho menos cómo se las apañó para salir adelante trabajando como profesora universitaria, enfermera, recepcionista o mujer de la limpieza mientras superaba su adicción al alcohol. «Tuvo que luchar contra la vergüenza de ese estigma –recuerda su hijo Mark–, pero al final vivió casi dos décadas sobria, en las que produjo lo mejor de su obra»: en total, 76 cuentos por los que logró algún premio, aunque poco reconocimiento.


Lo bueno es que en la literatura no hay mejor fiscal que el tiempo, y la recuperación de sus relatos la ha consagrado de manera póstuma como una autora singular. Berlin brilla en «Manual para mujeres de la limpieza» (2016) y «Una noche en el paraíso» (2018) por el modo en que convierte su propia experiencia vital en cuentos soberbios.


«Mi madre escribía historias verdaderas; no necesariamente autobiográficas, pero por poco –señala Mark Berlin–. Las historias y los recuerdos de nuestra familia se han ido modelando, adornando y puliendo con el paso del tiempo, hasta el punto de que no siempre sé con certeza qué ocurrió en realidad».


En «Bienvenida a casa» (Alfaguara, 2019), el volumen que incluye las notas autobiográficas inconclusas, un álbum fotográfico y algunas de las cartas que escribió entre 1944 y 1965, Berlin documenta, ahora sin ficción, la tremenda agitación con la que vivió el primer tercio de su existencia.


Hija de un ingeniero de minas, de niña siguió a su padre por yacimientos de Idaho y Montana, acostumbrándose a los aullidos de los mineros y los golpes que se daban en los hombros. Con su padre movilizado por la guerra, en 1941 se marchó junto a su madre, que «olía a cigarrillos Camel y a Tabú y a Jack Daniel’s», a casa de sus abuelos en El Paso, y de allí, tras concluir la guerra, a Chile, donde por una vez vivió cómodamente.


En la Universidad de Nuevo México vivió su despertar intelectual –«Elegí la especialidad de periodismo por error. Quería ser escritora»–y sexual. A los 19 años ya se había casado con un escultor, que la dejó antes de ver nacer a su segundo hijo: «Paul dijo que la única solución era que se marchara, y eso hizo».


A los 22 años se casó con su segundo marido, Race Newton, un músico de jazz que se la llevó a Nueva York: «Fuimos a muchas exposiciones magníficas. Robert Frank, Richard Diebenkorn, Mark Rothko, Alberto Giacometti. Oímos en directo a Miles, a Bill Evans con Scott LaFaro, a Coltrane, a Thelonious Monk, a Dizzy Gillespie, a muchos más».


Sus primeros cuentos publicados los firmó como Lucia Newton. «Creo que soy escritora, no me considero una aficionada. Incluso creo que soy una buena escritora», le decía por carta a su buen amigo Ed Dorn: «Quiero escribir, qué locura. De pronto tengo cientos de cosas por contar».


Y de nuevo las curvas: «Buddy llamó el lunes, típica perrería suya». Esta vez el matrimonio lo rompió ella: «Si no hemos sabido nada de Race para entonces, nos quedaremos en Chihuahua y pediremos el divorcio (y un poco de ron). Dios, suena tan simple, es tan simple. Qué poco conectado estaban nuestras vidas, la de Race y la mía». Buddy en cambio era «sexi y encantador, gracioso y listo […] Cuando los niños lo veían, no decían simplemente “¡Hola, papá!”, sino que corrían a tocarlos, a abrazarlo. Y yo también».


Buddy disfrutaba de la vida: «Se le daba de maravilla. Disfrutaba de verdad con la gente y la música, los libros y la pintura. Sus siguiente pasiones serían la cultura y la historia de los nativos americanos, la fotografía y volar. Ah, y nosotros tres. Pensábamos entonces que nuestro amor nos protegería de la heroína, que empezábamos una nueva vida».


Fracasado este matrimonio, Berlin ya no se volvería a casar. La única pista en «Bienvenida a casa» de su vida después de Buddy está en una lista que hizo en los 80, detallando los problemas de 33 casas que había habitado, aunque todavía le daría tiempo a mudarse a otras 18 viviendas. La descripción de cuatro de ellas acaban con la misma palabra: «Desahucio».


«Bienvenida a casa»
Lucia Berlin. Traducción: Eugenia Vázquez Nacarino. Alfaguara, 2019. 192 páginas. 18,90 euros.



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