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Декабрь
2019

Saltillo y su alcalde

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Nada se construye ni se destruye de un día a otro, por mayor que sea el empeño. Negarlo equivaldría a ignorar la historia. 

El reto de los alcaldes de Saltillo consiste en elevar la categoría de la ciudad. 

Los avances logrados hasta hoy son resultado de administraciones buenas, regulares y malas, pese a la oposición de gobernadores como Rubén Moreira, quien bloqueó a un alcalde de su propio partido (Jericó Abramo) para alejarlo de la sucesión estatal, y a otro del PAN, Isidro López, por haberle ganado la elección en la capital.

El cambio de Saltillo lo inició un político a quien el poder económico le impidió ser alcalde; como gobernador, se le rindió, y en la desgracia le volvió la espalda. Óscar Flores Tapia, de cuna humilde —ahora las candidaturas las deciden las chequeras— elevó a la ciudad a rango de metrópoli cuando hasta los setenta y ochenta del siglo pasado Torreón era líder.

En la construcción del Saltillo moderno participaron gobernadores y alcaldes, cada uno de los cuales generó condiciones para dejar de ser una colonia de Monterrey. 

En esa etapa, dos presidentes municipales ocuparon después la gubernatura; el primero (Enrique Martínez) dotó al estado de infraestructura y saneó las finanzas; el segundo (Humberto Moreira) no será recordado por la obra realizada, sino por la deuda de 36 mil millones de pesos, y para más inri, por haber heredado el poder a su hermano.

Antes de ser gobernador, Miguel Riquelme fue alcalde. El saltillense Manolo Jiménez quiere dar el mismo paso en 2023. 

Todavía es temprano, pero los motores de la sucesión ya se han puesto en marcha. Jiménez es de los polítícos de más confianza de Riquelme, por haberle apostado cuando la candidatura aún no se definía (no tenía otra opción, pues el aspirante de Saltillo al cargo era Jericó Abramo) y porque le abrió puertas —sobre todo de la oligarquía— en una sociedad difícil para los laguneros.

Jiménez es un joven dinámico a quien todo le ha salido a pedir de boca. Quizá Luis Horacio Salinas jamás hubiera imaginado que su nieto —dicho por él— iba a ser también alcalde. Salinas quiso ser gobernador. 

¿Dirá Jiménez algún día —igual que otro Salinas (de Gortari, Carlos, a su padre)—: «Ya la hicimos. Nos tardamos 42 años (25 en el caso citado), pero llegamos”. 

El tiempo y los electores lo dirán. Mientras tanto, Manolo (nombre torero) debe calmar sus ansias de novillero. 


gerardo.espacio4@gmail.com




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