Thomas Hardy: “drama en mente”
Se ha dicho que escribió las tragedias del hombre de Darwin en el universo de Newton y en las cocinas de Dickens”, comentó Carlos Fuentes acerca de Thomas Hardy (Dorchester 1840-1928). Críticos lo comparan con Walter Scott y su talento puede contraponerse al realismo de George Eliot y Anthony Trollope. Relevante en Europa y a escala mundial.
Solo un intermedio (Editorial Nortesur) es una novela del dieciochesco melodramática y pesimista con un estilo que ahora no podrían simular sentimentales quienes niegan la condición humana y la ruina de ella. Aun a riesgo de perder credibilidad, como en cualquier contienda, durante esta narrativa Hardy escribe desafiando el lenguaje dándole prioridad a los atributos lógicos antes que al azar.
Hay nociones que se despojan del hecho y adquieren índole idílica regida por la premisa de que todo tiempo pasado fue mejor. Una añoranza popular que refiere a otra época preferible a la actual. Alberga morbidez remontarse al pretérito perfecto: quizás algunas historias no son destinándose al porvenir. “La primera regla moral de un autor consiste en considerar al lector”, dictamina Pasolini en el mismo ensayo donde cataloga de ridícula Cien años de soledad.
La clase de tramas que urde Hardy no solo aplican en un determinado contexto histórico por lo atemporal del argumento aunque surja únicamente como promesa. Los escritores suelen imitar a Hardy, incorporando en sus escenarios fragmentos del discurso ya elaborado, ignorantes de que resulta imposible repetirlo.
Baptista Trewthen, joven maestra, decepcionada de ejercer la docencia acepta un matrimonio arreglado. Sin embargo, una serie de eventos provoca de súbito que la heroína en vez de sufrir los avatares haga “algo mucho más difícil con relación a lo irremediable: comprenderlo (...) así las tristes circunstancias son el entreacto mientras espera recuperar el equilibrio, un rodeo necesario entre elecciones y el asombroso triunfo de éstas”.
El intento de interpretar con ingenio la novela carece de finalidad, porque los acontecimientos se oponen a lo inescrutable: ya fueron sentenciados; tal vez aparezcan poco obvios pero la conciencia opera de modo natural sobre el tema.