La universidad y lo inaceptable
Hace poco más de un mes, en este mismo espacio, publiqué “Del animal laborans a la persona”, donde hablé de “los sujetos del rendimiento”, es decir, del tipo de personas que además de autoexplotarse, no logran ser libres de llevar a cabo el tipo de vida que desean debido a que se encuentran “encadenados” a un trabajo que les absorbe más de 14 horas diarias.
Irremediablemente, esta “lógica de rendimiento autoimpuesto” trae consigo algunas “enfermedades neuronales” que se vuelven uno de los muchos males de la sociedad del cansancio, descrita por el filósofo Byung-Chul Han: “1) déficit de atención con hiperactividad; 2) trastorno límite de la personalidad; 3) síndrome del desgaste ocupacional (…) (y), otra enfermedad que se ha vuelto en una de las más representativas de la época: la depresión, la cual no necesariamente se deriva de nuestro “exceso de responsabilidad e iniciativa”, sino de nuestra obsesión por alcanzar “el imperativo del rendimiento” autoimpuesto, o ése con el que nos retan las organizaciones para las cuales trabajamos.
Asumiendo el riesgo de resultar chocante por esta larga autorreferencia, traigo esto a cuento por la desafortunadísima situación que se presentó con la estudiante del ITAM, la cual, es justo decirlo, no es exclusiva de dicha universidad. Desafortunadamente, muchas instituciones educativas hemos tenido que afrontar el profundo dolor de perder un estudiante que decidió quitarse la vida por un sinnúmero de razones, entre ellas, el estrés ocasionado por la exigencia académica impuesta por algunos programas “de excelencia” o docentes obsesionados por imprimir en todos sus cursos el sello de las universidades top del ranking mundial.
Dicho afán, que por lo visto no siempre trae consigo los resultados esperados, forma parte de prácticas derivadas de la empresarialización de la universidad, donde el estudiantado es considerado más como un animal laborans que como una persona que se encuentra en proceso de formación y no en la inevitable etapa de explotación laboral.
Así, cuando la obsesión por los indicadores se lleva de manera miope al terreno de la educación, muchas instituciones vertebran sus procesos formativos a partir de valores como la rentabilidad, productividad o la eficiencia, dejando de lado otros que dan sentido y sustentan la función sustantivade la universidad.
Vale el afán de cualquier universidad por ser parte del top del ranking mundial; lo inaceptable es que algunos estudiantes tengan que morir para que aquellas puedan figurar en él.