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Декабрь
2019

Patxi Andión que estás en tus canciones

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Abc.es 
Navidad de 1967. Patxi Andión, entonces un casi desconocido músico dispuesto a grabar sus primeras canciones, es uno de los invitados a un festival benéfico ante un público de copetudas señoras que colaboran a mejorar las navidades de quienes no contaban con medios para celebrarla.


Patxi salió al escenario, con su voz bronca y después de una canción de tanteo espetó al respetable público una canción inédita todavía que titulaba «Los decorados». «Odio a los que regalan palabras como si fueran flores… y son sordos sus oídos a mis quejas… Quiero insultar a los hombres que estando en el escenario no son más que decorados». Todo esto a voz en grito y ante un público que no podía esperar algo semejante.



Ese era el Patxi Andión al que todos conocimos, seguimos y admiramos en ese duro y revulsivo primer lustro de los años 70. Nacido en Madrid de estirpe y corazón vascos, Patxi compartía estudio con Cristo, un apreciable pintor, mientras Patxi exploraba allí el mundo de la escultura. Aquel estudio de la madrileña calle Ferraz, contiguo a su casa, se convirtió, de forma paulatina, en un taller de experimentación sonora y allí nacieron sus primeras canciones a la vez que se difuminaba su afición por la escultura.


Pronto llamó la atención del público y hasta el de un sello discográfico, quizás no de relumbrón porque no era transnacional, que le dio sus primeras oportunidades.


Nació así su primer álbum, muy influido por la chanson francesa de entonces -los Brel o Brassens estaban entre sus influencias- pero lleno de la extraordinaria personalidad artística de Patxi. «La Jacinta», ese personaje de prostituta todavía infrecuente en nuestro cancionero popular, «Rogelio», el lamento por una amistad rota por los objetivos divergentes de dos amigos de infancia, «Nana a una vieja viuda del mar» donde comienza su romance artístico con el mundo de la mar y los pescadores vascos, «Canto», toda una declaración de intenciones, «Canción vieja», una creación propia que también le grabó una Mari Trini primeriza…


[Las cinco mejores canciones de Patxi Andión]


Puede que nunca fuera un superventas, si exceptuamos su magistral retrato del Rastro y sus personajes en «Una, dos y tres», pero las grandes marcas discográficas se abalanzaron sobre él y le llegaron las ofertas. Aceptó la del sello Philips porque creyó en el compromiso artístico que le ofrecían.


Trabajó allí con más calma y nacieron sus discos más sólidos, más adultos. Un total de siete álbumes, alguno de ellos banda sonora de sus incursiones en el cine, como fue la segunda parte de «El libro del buen amor» donde encarnaba al Arcipreste de Hita. Seguían allí vivos sus personajes y sus temas. El primer álbum en el nuevo sello fue el imprescindible «Once canciones entre paréntesis» donde compartían surcos la «Samaritana», «…y es mar», «20 aniversario… palabras» o «Nos pasarán la cuenta». Después llegaría «padre», «El maestro», «Posiblemente», «Me está doliendo una pena» y su prestigio fue subiendo casi a la vez que su popularidad porque en el disco «A donde el agua» de 1973 estaba ya ese retrato del Rastro del que ya hemos hablado.


CBS, entonces en su mejor momento de difusión universal, aprovechó el final de su contrato para hacerle otra oferta irresistible. Su presidente en España, Tomás Muñoz era hombre de espíritu abierto capaz de enfrentarse a censores y a romper esquemas manidos e inservibles. Abre su etapa en el nuevo sello con una colección de lo que llamó «Cancionero prohibido», título que se explica por sí mismo. Por ejemplo, contenía «Mi niñez» retrato descarnado de una época. Pero le siguieron creaciones tan diversas como


«Amor primero» (cómo no recordar la colaboración con Mocedades) o «General» o «Si yo fuera mujer», precisamente la canción con la que abrió el que fue el último concierto de su vida, el pasado mes de noviembre en la sala Galileo Galilei, que tuve la fortuna –y ahora, tras su trágica e inesperada muerte- sé todavía más que sí fue una fortuna estar allí con el amigo al que conocí pergeñando canciones en el estudio de pintura y escultura, y al que he seguido con interés y amistad a lo largo de tantos años.


Ante su repentina desaparición, dolorosa a más no poder, me llega el recuerdo de John Lennon, que al igual que Patxi había dejado un largo tiempo, varios años, de silencio discográfico, para volver a su lugar, que era el escenario. Y al igual que al músico de Liverpool, la vida apenas le dio unas semanas para disfrutar de su último trabajo. El de Patxi se titula «La hora lobicán», que no es otra que esa hora entre el día y la noche, y entre la noche y el día en que la escasa luz no te permite –es una expresión que se usa entre los cazadores- distinguir si esa figura borrosa es lobo o can. Precisamente a esa hora, entre la noche y las primeras luces de una mañana casi invernal, se nos ha ido para siempre Patxi Andión cuyo último disco tenía yo de cabecera en estos días. Disco que me regaló y dedicó precisamente en ese último concierto que compartimos él y yo.



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