Seguir a Jesucristo
El Dios de Jesús no parece ser enteramente el de sus seguidores. Un buen cristiano practicaría la compasión, antes que nada. Podría inclusive no acatar tan rigurosamente los ritos de su Iglesia y no asistir a misa todos los domingos sabiendo que el principio supremo que promulgó Jesucristo no es la obediencia —ni mucho menos el sometimiento— sino el perdón.
El pecado mayor de un creyente no es el desacato sino la maldad. La vileza pura y simple, o sea. Muchos practicantes se sienten absueltos de ser mejores personas por el mero hecho de exhibir su devoción públicamente y de seguir con la debida observancia los protocolos religiosos. Se persignan cada que toca pero se arrogan, en paralelo, las potestades de cualquier pecador: estafan al socio en los negocios, engañan a la mujer, desconocen sus obligaciones y jamás ayudan al prójimo. Todo esto, bajo el signo de la cruz.
De los Diez Mandamientos, sólo dos son delitos formales: robar y matar. Los demás se centran en la ética y la adoración exigidas a los fieles. Un agnóstico podría no venerar a Dios o no santificar las fiestas y ser, en los hechos, una persona de bien a los ojos del Señor, o por lo menos tal debería de ser el orden de las cosas porque el gran problema del mundo no es la falta de devoción sino la presencia del Mal. La bondad no está irremediablemente anclada a la fe, aunque muchos religiosos practiquen una hermosa generosidad. La misericordia de quien no cree también es benéfica para los demás aunque no resulte de seguir un mandato divino sino del impulso personal de ayudar a quien lo necesita.
La crítica a los creyentes de tiempo parcial –por llamar de alguna manera a los que ignoran los principios religiosos cuando así les conviene— se podría sustentar, justamente, en su pretendida condición de obediencia y en esa extraña disposición que tienen para condenar y juzgar a los demás. Los placeres de la vida no son en manera alguna rechazables pero, por ejemplo, cuando has hecho votos de castidad no es nada aceptable que disfrutes del sexo. El tema por discutir, como con los izquierdosos que tanto denuestan a los “ricos” pero que tienen exactamente sus mismos apetitos, es la hipocresía.
A Jesucristo se le sigue en la gracia del corazón, no en las costumbres.
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