¿Es peligroso calentarse con una chimenea de leña?
El fuego es una de las formas más antiguas de calentarse. Las chimeneas han vivido una evolución significativa en los últimos años que les ha permitido adaptarse a los tiempos modernos, en forma de instalaciones más modernas y más decorativas, a la vez que prácticas. Calentarse con chimenea supone un importante ahorro económico porque el combustible, la leña, es más económica que otros combustibles como el gas o el gasoil, siempre que esté bien construida e instalada. Y ecológica porque la madera se regenera; mientras crece el árbol, se transforma CO en oxígeno.
Es importante, a la hora de plantearse la opción de instalar una chimenea, tener en cuenta el rendimiento y la potencia. La leña tiene una capacidad específica de emitir calor y la chimenea es la que aprovecha este calor. Según el tipo de chimenea, el rendimiento será mayor o menor. Por ejemplo, una chimenea tradicional, es decir, abierta y de ladrillo refractario, suele tener un rendimiento de un 20%, que significa que solo aprovecha un 20% del potencial calorífico de la leña. En cambio, una chimenea metálica tiene un rendimiento mucho mayor, que puede oscilar entre un 40% y un 75%, en función del modelo y de si es cerrada o no.
El buen funcionamiento de una chimenea no solo nos permite gozar de un mayor rendimiento y más calor, sino que además evita situaciones de riesgo, como la aparición de monóxido de carbono (CO), un gas incoloro, inodoro, insípido y no irritante que se produce cuando combustibles como la leña (y también el gas o el petróleo) no queman completamente (combustión incompleta o mala combustión) y producen un exceso de este gas tóxico.
Cuando este gas entra en el cuerpo impide que la sangre lleve oxígeno a nuestras células, tejidos y órganos. Y como es tan difícil de detectar, puede provocar daños graves si se inhala durante un periodo largo de tiempo. Pueden producirse síntomas similares a los de una intoxicación alimentaria, como dolor de cabeza y mareo, náuseas, cansancio o problemas visuales y, en los casos más graves, incluso la muerte.
Para un buen y correcto uso de la chimenea es fundamental la construcción y el mantenimiento. Si estos dos aspectos cumplen con los requisitos necesarios, el uso de la chimenea no tiene porqué suponer un riesgo, ni de intoxicación ni de incendio, dos de los principales riesgos asociados.
Puede parecer simple o banal, pero encender bien la chimenea es clave para evitar problemas como la formación de una nube de humo en la habitación. Lo primero que tiene que hacerse es retirar las cenizas acumuladas y limpiar el cristal de la puerta (en caso de que nuestra chimenea sea de las cerradas).
La clave está en usar virutas, sin sobrecargar demasiado para no ahogarla, y con el objetivo de formar llamas, que son las que generan aire caliente, y este es el que arrastra el humo hacia fuera. Usaremos leña fina o piñas secas o pastillas para encender, pero no líquido o gel inflamable; para quemar como combustible usaremos leña más gruesa.
Antes de añadir la leña fina, esperaremos a que haya llamas para no ahogar el fuego. Debe hacerse de manera escalonada, dejando que la leña vaya quemando, hasta llegar a los troncos más gruesos. Si se introduce más leña de la necesaria, tendremos más humo que llama porque no se está generando suficiente calor.
El humo necesita que el conducto de la chimenea esté caliente para que circule por él, y esto se consigue con fuego. Una vez conseguido, debe controlarse la velocidad a la que queremos que queme la leña. Para ello, se usarán los distintos tiradores que nos permiten controlar el tiraje (cerrando a la mitad, abriendo del todo…).