Feminismo y cultura pop
A más de una semana del 8M, muchas personas se preguntan si ya pasó el momento propicio para hablar de feminismo. El término, que todavía causa mucha controversia entre sectores conservadores, pasa como una alusión apropiada para el Día de la Mujer, pero todavía muy satanizada antes, durante y después de ese día.
Lo curioso es que la lucha feminista es la que ha hecho posible derechos que ya muchas mujeres damos por sentado, pero que siguen siendo logros históricos relativamente recientes, penosamente recientes: el voto, la educación, la posibilidad de trabajar.
El argumento que simplifica diciendo que el feminismo ya logró hace tiempo su cometido, se quiebra rápidamente al contrastar las cifras de desigualdad y la indignación de mujeres que salen a marchar. Especialmente en Latinoamérica, que en los últimos años ha sentido las mareas del feminismo como uno de los movimientos civiles más complejos y activos ¿La razón? Todavía hay mucho por hacer.
Apenas hace unos días, se aprobaba el primer paso para eliminar legalmente la brecha salarial por género en México, considerando que en el mismo cargo las mujeres ganan hasta 30% menos que sus homólogos hombres en este país. Pero esas historias, la violencia, la prohibición sobre el cuerpo, ya las conocemos y han sido por muchos años normalizadas.
Lo interesante es cómo la cultura pop, que siempre se apropia del reflejo de la época, está readaptando su narrativa cada vez más para capitalizar el clima de cuestionamiento de los últimos años. Prueba de ello es la cancelación de Pepe Le Pew, el zorrillo que acosaba a una gata, en la próxima película de Space Jam 2.
Asimismo, el éxito del documental Framing Britney Spears del New York Times, que ahora quiere ser replicado por la BBC y por Netflix con sus propias versiones, y que está inspirado en la estigmatización pública de la “princesa del pop” primero como una “virgen/inocente” y luego como “loca/mala madre/mala mujer” y en el movimiento #FreeBritney que lleva varios años cuestionando la situación de la cantante, quien perdió totalmente su independencia financiera, personal y laboral desde hace más de una década a manos de su padre.
Otro dato interesante es la decisión de Netflix de estrenar este 8M: Moxie, una comedia adolescente escrita por la comediante Amy Poehler que gira en torno a la revolución feminista a través de un fanzine que hacen unas chicas en la prepa.
También es oportuno mencionar la polémica que se desató a raíz de una publicación del reguetonero Arcangel, en la que cuestionaba el respeto que se le podía dar a una mujer que mostraba su cuerpo en redes. Inmediatamente cantantes como Anita y Cazzu reaccionaron, alegando la autonomía que debe tener una mujer sobre su cuerpo, los dobles estándares en los que conductas que son celebradas en los hombres y dilapidadas cuando se trata de mujeres y, por sobre todo, el cuestionamiento de por qué es la mirada masculina la que debe determinar la medida del valor de una mujer.
Estos no son los únicos ejemplos, cada vez vemos más heroínas en las historias, más canciones cuestionando y alusiones al empoderamiento y la complejidad “femenina” en las series y películas. Pero, a la vez, lastimosamente persisten las objetivaciones, las simplificaciones, los clichés caricaturizando el empoderamiento femenino y principios como el de la Pitufina (un personaje femenino subyugado a un elenco masculino)
¿Es entonces la cultura pop buena o mala para el movimiento feminista? Es difícil de determinar, hay ejemplos notables y otros terribles de cómo la industria cultural retrata los valores feministas. Mi opinión es que en una industria que aunque muchas veces es deshumanizante, democratizar el imaginario simbólico es importante.
Al popularizarse estos temas se llevan al cotidiano y se resignifican. Muchos temen por el exceso de “cancelación” y exageración de cuota de lo “políticamente correcto” con muchas causas que se discuten en el siglo XXI; pero si queremos cambios de mentalidades, uno de los grandes “influenciadores” es la cultura pop. Es un juego de espejo.
Necesitamos niñas y niños que crezcan con referentes diferentes y nosotros como consumidoras y consumidores educarnos para no alimentar los ciclos de abuso que objetivizan, clasifican el tipo de mujer “buena” y “mala”, y llevan constantemente a la inquisición pública las figuras femeninas.