Los desplazamientos a Anoeta fueron siempre los mejores. Un partido como el este domingo, que empezó a las 9, daba para partir de Barcelona el sábado, no muy tarde, y llegar sobre las 18:00 al Monte Igueldo, y montarse un par de veces en La Montaña Suiza, darse una ducha rápida, y ponerse en Mugaritz no más tarde de las 20:30. Intangible velada. Al día siguiente, almorzar en Elkano y alargar la sobremesa -somos la derecha- hasta la hora de dirigirse al estadio. Cuando aún podíamos salir de casa sin pedir permiso, solía viajar a Anoeta, y eran los desplazamientos más felices.
El Barça llegó tan disparado como cuando solíamos llegar hambrientos a los restaurantes. La intensidad, la pasión en el equipo del que quiere demostrar que ha renovado el compromiso. Koeman, ambicioso; Imanol, adaptándose a los ataques del Barça. Poco a poco la Real, con una presión muy alta y personalizada, le tomó el pulso al partido e igualó el protagonismo. Sólo un error o un golpe de genio podían deshacer el empate y De Jong, demostrando que no es ni nunca será un central, perdió una carrera con Isak, que lo hizo absolutamente todo menos batir a Ter Stegen. Tensión, control, la razonable expectativa de que de repente ocurriera algo extraordinario. Más cómoda cada vez la Real con su defensa hombre a hombre, y el Barça se iba desdibujando en el tramo final de su ataque. Alba se dedicaba a hacer el quinqui con el árbitro, gritándole por una nimiedad aún cuando muy cariñosamente Munuera le pedía que se callara. No es ni aceptable en lo personal, ni justo para el club, que un jugador ya de la edad de Alba coquetee con la amonestación de un modo tan barriobajero y absurdo, y más con el alarmante calendario que el equipo tiene por delante. Griezmann, que cumplía 30 años, marcó parasitando una jugada de Messi y de Dembélé justo cuando iba a escribir que jugar con él es jugar con diez. Casi inédito el francés y Dest -Busquets y Messi mediante- marcó el segundo. El Barça de Laporta, marcando la diferencia en San Sebastián y en la Liga, sacando los partidos uno a uno, con una fuerza y la seguridad que con la anterior directiva no existía. ¿Puede un presidente inspirar de tal modo a su equipo? Por supuesto. Un equipo es el espíritu de su presidente. El Barça es Laporta tal como el Madrid es Florentino. Y un equipo con un presidente debilucho, sin personalidad ni capacidad para proyectar liderazgo está condenado a la mediocridad, al aburrimiento y a la segunda fila. Somos un carácter o no somos nada.
Un poco más distraído y un poco más cansado, el Barça volvió al lío tras el descanso, pero con las ideas muy claras de cómo su ventaja tenía que ser administrada. Entre los laterales, de gran trascendencia en el partido -asistencia final de Jordi Alba- Dest marcó el tercero. El marcador no reflejaba lo igualado que estaba siendo el partido, aunque se necesite un cierto nervio para escribir esto justo cuando Busquets se la puso entre líneas a Messi para que la picara por encima de Remiro. Busquets y Pedri dejaron paso a Ilaix y a Araujo. Momentos de rondo en el eje del ataque, a la manera de Cruyff. Koeman ha insistido en el ensayo/error hasta que ha encontrado el punto de apoyo para impulsar el talento del equipo. Dembélé marcó el quinto.
Meterle 5 a la Real sólo lo consigue un equipo que, además de ganar, quiere mandar un mensaje. Con la inspiración del presidente y bajo la dirección del técnico, el Barça presentaba su muy particular candidatura al doblete 2021. La Real no quería el sexto, se replegó, abandonó la presión alta y cuando el Barça salía jugándola ya no la iban a buscar. Barrenetxea marcó el gol del honor y fue un golazo, por la escuadra. Braithwaite entró por Dembélé y Messi y De Jong tenían que forzar la amarilla purgarse contra el Valladolid y llegar limpios al Clásico, pero ni lo intentaron. Apabullante, significativa, relevante victoria del Barça que claramente ha despegado. Messi marcó el sexto por si el mensaje no había quedado claro.