Un padre, a Celaá: «Cuando sus hijas empezaron el colegio, a las nuestras las llamaban subnormales»
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Hace muchos, muchos años, aprendí de mis padres y de mis maestros, que cuando el malote de clase, el del 'bullying' de hoy, no daba más de sí para defender su obtusa opinión, viajaba de inmediato a posiciones tan toscas, tan pobres y tan 'macarras' como las de «y tú que sabrás de esto» o «tú no tienes ni idea», adornándolas eso sí, con todo tipo de atributos poco reproducibles. Lo que no me imaginaba es que el prontuario de respuestas de ministra en sesión de control al gobierno, no tuviera algo más de sustancia intelectual.
Señora ministra, cuando sus hijas comenzaron su educación en el aquel colegio bueno y caro de Lejona, a las nuestras, a miles y miles de nuestras hijas, las llamaban subnormales, y no tenían escuela a donde ir. ¿Le ha pasado eso, Señora? ¿Puede entender de lo que le hablo? En aquellos lejanos años ochenta de esperanza y futuro, miles de padres y madres de bien —con mucha más ilusión que medios y recursos— comenzaron una cruzada única y titánica, cuya primera conquista era desterrar esa palabra maldita de nuestro lenguaje cotidiano.
Y ¿sabe qué? Lo lograron. Y también lograron que naciera un tejido asociativo privado capaz de influir para modelar un nuevo paradigma social, apoyado sobre el valor universal de la igualdad. ¿Lo sabía?
De su mano, de las entrañas del compromiso de estas familias, nació la educación especial, pero también de su empuje –no del suyo señora ministra— brotó la inclusiva, la ordinaria con apoyos, la definitivamente integradora, la escuela que también abre las aulas cada día a nuestras hijas.
Y como si no hubiera un mañana, volvieron a dejarse la vida y todo su dinero mirando al mundo empresarial, ese al que con tanta frecuencia se criminaliza por inhumano, haciéndole abrir sus puertas a nuestras hijas (a las antiguas subnormales) para que pudieran vivir una vida laboral plena.
Y al final, más tarde señora ministra, llegaron ustedes los políticos, para ponerse detrás de la pancarta y agarrarla en primera fila como si siempre hubiera sido suya, siempre y solamente suya.
De ahí vienen estas familias, señora ministra, de un camino de espinas y hoyos en el que aguantaron heroicas, alimentadas únicamente por la sonrisa de sus hijas y por la esperanza de un futuro diferente y justo.
Mi hija también tiene Síndrome de Down, señora ministra, pero ya nadie la llama subnormal, y gracias a aquellas familias de las que usted dice «no saber de dónde vienen» tiene la inmensa fortuna de poder estudiar en la concertada, en el Colegio Sagrado Corazón de Chamartín, ¿le suena verdad?, en el que aprende y como todos se siente feliz, plena y querida.
Usted es ministra de algo que se llama educación, y cuyo significado en nuestra maravillosa lengua castellana va mucho más allá de lo relativo a la mera instrucción académica, para elevarnos hasta las puertas de la sana convivencia basada en el respeto, en el civismo y la corrección y en la urbanidad y la gentileza. Todas estas palabras, señora ministra, son sinónimos de educación, constituyen las verdaderas palancas fundamentales de la vida en sociedad, en buena convivencia y en democracia, y además, las luce usted en el cargo.
Todo sea dicho, señora ministra, con toda la educación y con todo el respeto.
Ramón Pinna es padre de una niña con síndrome de Down y presidente de la Fundación Achalay