La historia detrás de Faber-Castell: producen 2300 millones de lápices al año y la maneja la novena generación familiar
Uno de los grandes problemas de las empresas familiares es lograr continuidad (y sobrevivir) a través de varias generaciones. Muchas no logran resistir la segunda o tercera rama genealógica. Pero en Alemania existe una compañía que lleva más de 260 años siendo administrada por la familia fundadora. Se trata de Faber-Castell, la principal productora de lápices del mundo con más de 8000 empleados a nivel global y 10 fábricas repartidas en varios continentes.
La historia de la firma empezó a escribirse en 1761 cuando Kaspar Faber abrió un pequeño taller de producción de lápices en Stein, cerca de Núremberg. Ahí comenzó a fabricarlos de manera artesanal junto a su esposa, María, y su hijo, Anton Wilhelm. Fue este último quien le dio un perfil más industrial al proyecto. Compró un terreno en las afueras de Stein donde construyó una fábrica para aumentar el volumen.
Volumen internacional
El taller pasó a ser un emprendimiento llamado A.W. Faber, que luego fue manejado por Georg Leonhard Faber, nieto de Kaspar. No obstante, quien le dio un impulso internacional a la compañía fue Lothar Faber, el hijo mayor de Georg. Como número uno de la empresa abrió sedes en Nueva York, París, Londres y San Petersburgo. Su prolífica carrera como empresario le valió la obtención de un título nobiliario: el barón von Faber.
A los lápices le sumó otros negocios. Primero construyó una fábrica de pizarra en Geroldsgrün, donde unos años después iniciaron la producción, a su vez, de reglas de madera y hojas de cálculo.
Actualmente el negocio de fabricación de lápices es el principal vertical de Faber-Castell (produce unos 2300 millones por año), e incluso sus productos fueron utilizados por grandes artistas, como Vincent van Gogh. No obstante, hoy cuenta con otras unidades como lapiceras, acuarelas y más.
Cómo nace Faber-Castell
La compañía recién adopta el nombre con la que la conocemos a comienzos del siglo XX. Lothar von Faber había decidido que el apellido de la familia debía conservarse cada vez que el heredero de la fábrica se casara. Pero el empresario sufrió la muerte repentina de su hijo Wilhelm, quien falleció de un ataque al corazón a los 42 años.
La heredera pasó a ser Otillie, su nieta mayor. En 1898 ella se casó con el conde Alexander Graf zu Castell-Rudenhausen y ambos pasaron a ser conocidos como los condes Faber-Castell. Dos años después Alexander asumió la dirección de la empresa hasta su muerte.
Las generaciones pasaron y los Faber-Castell continuaron al frente hasta que decidieron profesionalizar la compañía. Ahora un comité directivo toma las decisiones y ellos se encargan de aportar su visión. Quienes están a cargo forman parte de la novena generación familiar: el conde Charles Faber-Castell y las condesas Katharina, Victoria y Sarah.