Piloto de vuelo «pasional» y amante de la naturaleza, José Luis Ríos aúna a bordo de un helicóptero de extinción de incendios forestales sus dos aficiones, aunque, en un duro verano como este, en más de una ocasión con las lágrimas abriéndose camino en sus ojos ante la impotencia de ver cómo el patrimonio natural «se hace cenizas en tres, cuatro o cinco días». «La verdad es que dan ganas de llorar volando. Es bastante cruel », confiesa con la voz de la experiencia de 26 campañas, en España y Chile, entre el humo para efectuar la descarga de agua más efectiva. A fuerza de horas de vuelo –lleva 27 años, primero como militar y desde 2003 en la empresa privada–, y entrenamiento, este gallego tiene claro que «los grandes incendios hay que tomárselos con tranquilidad , hacer el trabajo, un trabajo en equipo» en el que aeronaves y personal en tierra actúan como una unidad cuya lucha es cada vez más titánica. Un David unido y coordinado contra el Goliat de las llamas. Y nada de perder la esperanza, por mucho que sea «un poco desmoralizador ver que no lo puedes controlar» , que al volver de hacer una recarga del 'bambi' el fuego «se ha comido 300 metros más» y al poner pie en tierra tras dos horas «tirando agua sin cesar, cansando, agotado, tienes que beber cada tres por cuatro porque te deshidratas... Entonces dices: '¡pufff! no he hecho nada, no ha servido de nada mi trabajo». Ni el del resto del operativo, que en la base comparte sensaciones. « Se te saltan las lágrimas . Es una impotencia total», reconoce cuando comprueban que no pueden hacer nada. A bordo de un helicóptero «eres insignificante ahí arriba» ante estos incendios, cada vez más habituales, «de sexta generación, que no tienen capacidad de control ni de extinción, da igual el número de medios que tengas ». En el que calcinó en junio unas 25.000 hectáreas en la Sierra de la Culebra lo comprobó: «No hacía nada, pero es que si metes 150 medios aéreos, tampoco». El triple treinta, una combinación ganadora de elevadas temperaturas (más de 30ºC), fuertes y cambiantes vientos (más de 30 kilómetros por hora) y escasa humedad (inferior al 30%), jugó durante más de tres días a favor de la propagación de las llamas. «Pero sabes que al final vas a doblegarlos». Y es ahí, cuando las temperaturas y Eolo ceden, «cuando tienes que estar preparado y darle donde le duele al incendio». Eso sí, calma y paciencia, por más que el fuego corra a la velocidad del viento. Mientras, la clave es « proteger a los pueblos e intentar evitar que queme más masa forestal». «Pueden pasar días, bastantes días», advierte Ríos, quien así se lo trasmite a los alumnos a quienes instruye para ponerse a los mandos de un helicóptero de extinción. Al frente de la coordinación de las aeronaves con las que Pegasus Aviación presta servicios en Castilla y León y La Rioja, teme que el verano será duro y no queda otra que «estar alerta, preparados y dar lo máximo». Aunque en la retina también quedan guardados los malos momentos, las hectáreas quemadas que tardan años en recuperarse, prefiere quedarse con los buenos: «Los compañeros y el fin de un incendio» .
