El naturalismo en dosis concentrada sube a las tablas
Título: Los Pazos de Ulloa . Autor: Emilia Pardo Bazán . Versión: Eduardo Galán . Dirección: Helena Piment a. Intérpretes: Pere Ponce, Ariana Martínez, Marcial Álvarez, Fracesc Galcerán, Claudia Taboada y David Huertas . Escenografía: José Tomé y Mónica Tejeiro . Vestuario: Mónica Tejeiro y José Tomé . Iluminación: Nicolás Fischtel . Música original y espacio sonoro: Íñigo Lacasa . Producción: Secuencia3 . Escenario: Teatro de Rojas. Celebrar a doña Emilia Pardo Bazán en el centenario de su muerte es un acto de justicia. Revivirla con la adaptación teatral de «Los Pazos de Ulloa», en versión de Eduardo Galán y bajo la dirección de Helena Pimenta, es una buena manera de actualizar las ideas de la escritora tan válidas para su tiempo como para el nuestro. «Los Pazos de Ulloa» (1886) es una de las novelas de la Pardo Bazán en las que irrumpe el naturalismo pleno. En ella la autora se complace en pintarnos su Galicia natal, pero una Galicia hidalga que declina, que va a desaparecer ante el empuje del tiempo y de las nuevas clases; el naturalismo aquí incluye todos los elementos necesarios del género, incluso el determinismo racial y ambiental y la doctrina de la selección de las especies. Todo esto crea un mundo en el que se impide toda solución libre. Es curioso ver cómo la escritora enfrenta dialécticamente ciudad y campo en la novela, siendo en el campo donde se compendian todos los males humanos y sociales; la aldea, en efecto, como se dice en el texto «envilece, empobrece y embrutece». La aristocracia feudal gallega, un pasado glorioso ya degradado y degradante, hidalgos carlistas y curas trabucaires, caciques, luchas electorales que son auténtica caricatura de la política «moderna» de las grandes ciudades, todo contribuye a recargar las negras tintas con que la autora retrata la situación de la Galicia campesina y decimonónica, fondo sobre el que se destaca un poderoso drama en que los seres humanos son víctimas de un destino marcado mecánicamente por la Naturaleza misma. Señores decadentes y criados brutales, idealistas que fracasan, una pareja de niños, hermanastros, que serán los protagonistas de otra novela. Sin embargo, hay en esta obra algún simbolismo que nos viene a decir que la autora busca, quizá instintivamente, una vía de escape al materialismo naturalista; baste recordar aquella descripción que leemos en las páginas finales de la novela, donde una blanca mariposa revolotea entre las tumbas del cementerio como indicación de que hay algo más allá de la muerte, del determinismo y de la tragedia. Llevar al teatro este gran texto narrativo y hacerlo bien es ya de por sí un triunfo. Es lo que logra la directora Helena Pimenta con la versión teatral de la novela realizada por Eduardo Galán. En las propias palabras que aporta la producción teatral en su programa se afirma que «la versión teatral que proponemos de «Los Pazos de Ulloa» es un alegato contra la violencia y la crueldad, centrándose en el enfrentamiento entre el deseo, la pasión y el amor, la violencia rural del mundo caciquil y la cortesía y las buenas maneras de la ciudad (Santiago de Compostela). Por la obra desfilan un cacique, una curilla con pasiones contenidas, una mujer enamorada y…». Y aparecen otros personajes, pues hay varios actores que doblan o triplican papel. En esencia, esta versión mantiene el espíritu, la actitud, la denuncia, la descripción del universo humano decadente que nos pinta Emilia Pardo Bazán en la novela. La adaptación de la obra está concebida desde el punto de vista de don Julián, el sacerdote que mantiene su humildad de clase, y que llega al pazo del marqués de Ulloa, un hombre violento y prepotente que vive amancebado con la criada, con la que tiene un hijo. En el pazo es el personaje amoral del capataz el que lleva la voz cantante y hace y deshace a su antojo, manteniendo a raya al propio marqués. A partir de ahí las acciones se suceden. Y es un acierto de esta propuesta que el espectador vaya conociendo el desarrollo a través del personaje del cura, que hace en apartes bien definidos de narrador, para crear el contexto e ir presentando personajes y situaciones, muchas de ellas estremecedoras en su brutalidad, tosquedad, primitivismo y violencia machista. La obra es decimonónica, pero se nos presenta con defensa de valores que son perfectamente asumibles en la actualidad, como la crítica al poder patriarcal, la exacerbada violencia de género y la presencia de un feminismo incipiente. Así mismo, queda levemente patente el caciqueo y la situación política que contrapone conservadores y liberales posterior a la revolución del 68. La dramaturgia ideada por Helena Pimenta ahorma en la representación lo narrativo y lo teatral y las elipsis de aquello que hay que saltarse en la novela, esencialmente las partes más descriptivas y muchas de la acciones, no impiden que el texto teatral resultante quede frío e inconexo, más bien ocurre todo lo contario, pues las pasiones se concentran, cada escena es esencia más que circunstancia, los diálogos son directos y sin desperdicio alguno y lo que pasa en el escenario es una suma de elementos que fluyen y añaden una pincelada más al retrato moral de cada personaje. Nada hay estático en la propuesta de Pimenta, ni siquiera se puede considerar estáticos los que se quedan quietos en una parte del escenario, porque la acción está en la otra, y con esa quietud resuelven la transición de escena a escena. Una obra, en la que lo fácil sería tender a la desmesura, se resuelve con lo que llamo el «equilibrio Pimenta», que no es nada nuevo en el hacer de la gran directora teatral. Genial la dirección de actores y la dramaturgia de estos «Pazos de Ulloa» que quedan para el recuerdo. Afirmar que la interpretación ha sido brillante por el conjunto del elenco es quedarse corto. Cada uno defiende su papel, o sus papeles, con acendrada profesionalidad y caracterizando acertadamente cada personaje. Excelente Claudia Taboada bordando una Nucha que evoluciona en su personalidad y cuyo cambio se va notando en la suma de matices. Francés Galcerán da una lección de su capacidad camaleónica para interpretar tres papeles bien diferentes y que en cada uno de ellos casi no nos demos cuenta de que es el mismo actor; eso lo dice todo. Marcial Álvarez, potente y con un rostro que habla por sí solo, , dota a su personaje de esa personalidad que le define como poderoso desencajado y nos recuerda mucho al Montenegro valleinclanesco o al señorito de «Los santos inocentes». Ariana Martínez dibuja con versatilidad una Sabel sometida y humillada tanto por el padre como por el amante, y una Rita con aires de pizpireta; muy buena su labor. David Huertas quizá tiene el papel menos lucido, pero da muy bien el tipo del intelectual liberal. Y qué decir de la excelencia de Pere Ponce, el señor de la escena, que dota a la obra de una enorme verdad y verosimilitud, en una interpretación calmada y natural. Muy buen trabajo, y duro, el de todos. Debo destacar algo que no siempre se consigue: la excelente claridad en la dicción de cada frase, cada palabra, independientemente de la entonación el tono que correspondía en cada momento. Escenográficamente se logra un espacio funcional pero evocador de las sucesivas realidades de lugar, donde las proyecciones aportan un elemento poético y completan el buen rendimiento de la levedad escenográfica. La iluminación también es parte esencial del montaje y está manejada muy acertadamente. Y el espacio sonoro aporta ambiente o crea sensaciones muy variadas con esos toques de música gallega o de ópera. En fin, hemos visto un teatro que se entiende, que gusta, que crea afición, un teatro necesario y que no por ser realista y verista pierde comba en el universo de la cultura. Es de agradecer que se arriesgue con creaciones de la consistencia de estos «Pazos de Ulloa». El público, que llenaba el Teatro de Rojas, aplaudió con entusiasmo el espectáculo y salió no con la cabeza baja y con prisas, sino haciendo corrillos y comentando lo bien que había estado la función.