¿Por qué tanto alboroto, si Gil no hizo nada?
LA HABANA, CUBA.- El fin de semana no se habló de otra cosa en La Habana que no fuera el explote del antiguo ministro de Economía, Alejandro Gil. En las aceras, en las iglesias, en las paradas de ómnibus, en las muchas quincallitas que intentan no quebrar, literalmente en todas partes la gente se explayó sobre el tema. Si el objetivo del gobierno era desviar la atención popular hacia la caída en desgracia de Gil, lo consiguió. Pero si su intención era convertirlo en el único catalizador de la rabia —mucha y peligrosa— que destilan los cubanos, enloquecidos por cortes eléctricos de hasta quince horas seguidas, pecó por defecto, y pecó en grande.
En lugar de conformarse solo con Gil, los cubanos, que comparan el actual escándalo en las altas esferas con la causa no.1 de 1989, preguntan para cuándo rodarán las cabezas que faltan, porque a nadie le cabe la menor duda de que Gil estaba metiendo la mano profundamente con la anuencia de otros delincuentes que están a su mismo nivel o por encima de él.
Si el régimen cree que calmará a la opinión pública sacrificando a los dueños de algunas mipymes exitosas, acusándolos y exponiendo en televisión sus delitos gracias al apoyo que recibían del exministro de Economía, deben saber que ya esta película ha sido vista varias veces.
La corrupción de los funcionarios del régimen es un secreto a voces, no solo porque la administración de Díaz-Canel es la más ineficiente y chapucera de la historia de Cuba, sino porque no puede esperarse otra cosa de gente que maneja negocios que no son fiscalizados por la Contraloría General de la República, que dispone de los fondos públicos como estima conveniente y sin rendir cuentas a nadie, que dilapida y roba con total impunidad mientras la prensa oficial se ensucia las manos y la cara asegurando públicamente que aquí “Los ministros relevados no se van, como en otros países, con la cartera llena”.
En este minuto cualquiera que esté medianamente informado recuerda esas palabras expresadas en fecha reciente y con una convicción tremenda, por la periodista Arleen Rodríguez Derivet, como también recuerda a Gil, con su cara durísima, diciendo que cada medida económica aplicada en los últimos cinco años ha sido por el bienestar del pueblo.
Entusiasta del Ordenamiento Monetario y su implementación en el momento más crítico que ha padecido Cuba desde el Período Especial; artífice del “hoy sí, mañana no” para el dólar; autor de la frase: “sabemos que la vida es dura, pero confianza que la única salida es el socialismo y para eso trabajamos todos”, Gil se fue convirtiendo en el rostro de las malas noticias, porque para eso lo sacó Díaz-Canel de su opulento anonimato en Londres. Para eso y para hacerlo Doctor por la Universidad de Pinar del Río, la única que se prestó a tamaña desfachatez.
Algunos aseguran que Gil nunca quiso ser ministro. La papa caliente cayó en sus manos y no se pudo negar, pero decidió sacar el mayor partido posible de su nueva situación. Y habría continuado haciéndolo si Mirtza Ocaña Lara, la traficante de dólares interceptada en Tampa, no hubiera confesado ante las autoridades que trabajaba para él. Si esa mujer, que había realizado operaciones similares 45 veces en menos de un año no hubiese sido descubierta, Gil seguiría robando tranquilamente y nosotros sin enterarnos.
Mientras el gobierno lleva a cabo su “rigurosa investigación”, la hermana del defenestrado viaja a Cuba a toda prisa y celebra la preocupante noticia con fiesta y canturía, para dar a entender que no hay nada de qué preocuparse, pues lo peor que podría pasarle a Gil es ser confinado al plan pijama hasta que al pueblo se le olvide.
Para Gil no habrá Valle Grande ni Combinado del Este. No pasará una merecida temporada con los presos comunes, para que conozca de cerca la falta de higiene, la comida asquerosa, el dolor sin medicamentos, la sarna y los hongos en las celdas inmundas, los tratos denigrantes de los carceleros. Su flagrante traición a la patria no es, ni remotamente, tan grave como los “crímenes” de Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Osorbo, Lizandra Góngora, Aniette González, Jorge y Nadir Perdomo o cualquier otro preso del 11J, de Nuevitas o de Caimanera.
Alejandro Gil no volcó una patrulla en la esquina de Toyo, no envolvió su gruesa complexión en una bandera cubana ni se amarró a un garrote vil, no salió con un cartel a pedir libertad, no exigió alimentos ni medicinas para un pueblo que se moría de hambre y enfermedades tratables. Lo único que hizo fue desviar quién sabe qué cantidad de dinero del erario público para sus propios intereses. Gil no hizo nada, salvo asumir el rol de agorero mientras a Manuel Marrero le tocaba el de regañón, siempre exhortando a los campesinos y ganaderos a hacer más con nada.
Tras bambalinas ocurría y ocurre de todo. Este es apenas el primer acto de una obra que no terminará con Gil, porque ya no es posible burlar la inteligencia de un pueblo entero como se hizo en el caso del general Arnaldo Ochoa, cuando hubo que conformarse con la versión preparada para la televisión.
Hoy existe Internet y la situación nacional está fuera de control. Los cubanos quieren saber qué va a pasar con el exministro y quienes le permitieron traficar millones de dólares hacia Estados Unidos, mientras Cuba se quedaba sin pan y a oscuras.
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