Como en 'El rito y la regla', hoy la memoria hiere. En un viaje a sus entrañas la travesía se detiene en una nueva estación, desvencijada, octogenaria. El viento la golpea, a veces, con demasiados nudos. Pero ahí sigue, no tan erguida, pero en pie y con fuerzas, o al menos ese es su convencimiento. En la singladura a las entretelas del alma te das cuentas de los discípulos de Dios que caminan por la faz de la tierra. Sus manos dejaron ahí las manos que soportan el mundo y el peso de sus pecados abrazados a una cruz sobre su hombro izquierdo. El que siempre estuvo presente, pero detenido por las manecillas del reloj, el que siempre te protegió...
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