Editorial: La gran farsa electoral de Putin
Todo indica que, a partir de ahora, el régimen arreciará la represión y la agresión externa.
Fueron unas elecciones sin opciones, sin libertad y sin transparencia, pero abundantes en amenazas, manipulación, coerción y abierta represión. Fueron una burda puesta en escena para dar tintes de legitimidad a la continuidad de un autócrata que desde el comienzo de este siglo ha dominado el poder en Rusia. Y todo funcionó según lo previsto: al concluir tres días de votaciones, entre el 15 y 17 de este mes, Vladímir Putin se coronó nuevamente presidente, para un período de seis años.
Por la forma en que se desarrolló el proceso, todo indica que, a partir de ahora, el carácter del régimen será más dictatorial, y su voluntad expansionista, de la cual Ucrania es la gran víctima actual, se acrecentará. El mundo democrático debe tomar nota y actuar en consecuencia.
Cada uno de los posibles candidatos opositores que habrían podido desafiarlo fueron eliminados de la competencia, por prisión, exilio o prohibiciones producto de leyes represivas. Al último posible, Boris Nadezhdin, crítico de la guerra en Ucrania, le anularon miles de firmas que sustentaban su candidatura. Solo permanecieron entonces tres representantes de partidos mampara, sin credibilidad alguna. Y Alexéi Navalni, el gran líder y símbolo de la resistencia, murió un mes antes, el 16 de febrero, en una colonia penal del Ártico ruso, víctima de un auténtico crimen de Estado.
La posibilidad de libertad de expresión había sido eliminada muchos meses atrás. Los medios oficiales arreciaron su condición de megáfonos propagandísticos. Las grandes empresas, tanto públicas como privadas, tuvieron que conducir a sus empleados a los respectivos centros de votación; lo mismo ocurrió con los de instituciones estatales. El sistema de votación electrónico, sin supervisión independiente alguna, fue fácilmente manipulable. En las zonas ucranianas ocupadas, militares armados llevaron las urnas casa por casa y la votación tuvo que hacerse frente a ellos.
En tales condiciones, el “resultado” era conocido de antemano. Pero incluso así, los datos finales reportados, por su exageración, solo pueden calificarse de inverosímiles. Según las autoridades, la participación del 77,4 % rompió todos los récords históricos y en algunas distantes regiones de Siberia oriental se reportó el 100 %. A Putin le adjudicaron el 87,28 % de apoyo nacional, una cifra también sin precedentes.
La primera vez que ganó la presidencia, en el año 2000, en elecciones razonablemente honestas, alcanzó el 53,4 %; en las del 2018, ya con gran control y enormes limitaciones para la oposición, un 76,69 %. El porcentaje actual, superior en más de 10 puntos, revela el extremo desdén por la democracia y sus propios ciudadanos a que ha llegado el régimen.
No se puede descartar que, en medio de la retórica nacionalista inflamada que ha seguido el Kremlin durante poco más de un año de agresión a Ucrania, del control interno y de un impacto económico que aún no ha afectado considerablemente las condiciones de vida de la población, su apoyo sea aún considerable, potenciado por la falta de opciones electorales. Sin embargo, el aparato empleado para alcanzar una “victoria” irreal resta credibilidad a todo el proceso. Por esto, ni la Unión Europea, ni Estados Unidos, ni el Reino Unido lo han considerado legítimo.
Si tal grado de audacia se ha desplegado hacia dentro, es posible suponer que se acentúe la política agresiva externa, por el momento enfocada contra Ucrania, pero que luego podría dirigirse a otros objetivos. Esto hace que frenar sus pretensiones en ese país, mediante una generosa y permanente ayuda para su defensa, sea un imperativo democrático indispensable.
Hasta ahora, el tiempo ha jugado a favor de Putin en su estrategia de desgaste, pero puede volverse en su contra si los ucranianos continúan resistiendo y —mejor aún— recuperan territorio. Porque si bien la economía rusa se mantiene a flote pese a las sanciones occidentales, es prácticamente imposible que no comience a deteriorarse a corto o mediano plazo. Por esto, la resistencia de Ucrania no solo es un contén de la agresión, sino también un factor clave para erosionar el control del dictador. En esto, la acción de las democracias occidentales será clave.