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2024

Los intentos desesperados (e inútiles) de Franco para que Queipo de Llano no fusilara a su mejor amigo

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Abc.es 

Desde que Miguel Campins fue fusilado en las murallas de la Macarena de Sevilla, el 16 de agosto de 1936, ningún libro se ha ocupado de este episodio. Eran ya muchos los muertos que se habían producido en ambos bandos durante ese primer mes de Guerra Civil, que pasó totalmente desapercibido, incluso tratándose de uno de los mejores amigos de Franco. Ningún periódico español informó tampoco de la ejecución, a excepción de 'La Unión' , que le dedicó un breve en su edición del 17 de agosto de ese mismo año. La noticia anunciaba que la sentencia de Campins se había cumplido «a primera hora del día de ayer, en los momentos iniciales del movimiento militar salvador de España». En esas mismas fechas, de hecho, otras cabeceras como 'La Voz' le daban por vivo, pero lo cierto es que estaba muerto por obra y gracia del general Gonzalo Queipo de Llano, que no tuvo piedad a pesar de que el íntimo amigo de Franco había apoyado la sublevación desde su puesto de gobernador militar de Granada. Por lo que cuenta la tesis doctoral de Manuel Touron Yebra, presentada en 1992 en la Universidad Complutense de Madrid bajo el título de 'El general Miguel Campins y su época (1880-1936)' , Queipo de Llano quería acabar con él, hasta el punto de que ordenó su detención y aceleró a toda prisa el juicio sumarísimo al que fue sometido. Su odio debía ser tal que, incluso, hizo caso omiso de las peticiones de indulto que le hizo el futuro dictador. Estamos ante uno de los sucesos más extraños, misteriosos y olvidados de la Guerra Civil, que todavía hoy sigue sin ser aclarado. Noticia Relacionada estandar No Podcast | Las extrañas desapariciones de nazis en la España franquista: los «ilocalizados» Israel Viana En el siguiente podcast nos adentramos en la insólita historia de los cientos de generales y oficiales de Hitler a los que se dio por muertos, huidos o desaparecieron dentro de nuestras fronteras al acabar la Segunda Guerra Mundial Para realizarla, este historiador tuvo acceso al relato de su hijo y al archivo familiar para completar su trabajo. Hace dos años, además, el poeta Benjamín Prado encontró por casualidad algunos de los pocos documentos que deben existir sobre este crimen, que entregó al hispanista Ian Gibson y este, a su vez, los depositó en el Patronato García Lorca de la Diputación de Granada. Una figura desconocida «Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la figura del general don Miguel Campins Aura es prácticamente desconocida para el gran público y, también, para muchos de los historiadores que se ocupan de la Historia de España en el primer tercio del siglo XX. Esporádicamente, la compleja personalidad de este militar se ha visto reflejada de forma esquemática en aquellos trabajos que tienen por objeto el estudio del alzamiento militar en Andalucía y, de manera especial, en la provincia de Granada», apunta Touron al comienzo de su tesis. Miguel Campins era un militar muy respetado desde los tiempos de la Guerra de Marruecos. De hecho, el Gobierno del Frente Popular no puso ninguna objeción para que fuera ascendido a general de Brigada en mayo de 1936. Para ello contó con el apoyo de un buen número de mandos del Ejército, desde el subsecretario republicano del Ministerio de la Guerra, Manuel de la Cruz Boullosa, hasta generales que apoyarían el golpe de Estado, como Manuel Goded, Miguel Cabanellas, Joaquín Fanjul o el mismo Franco. En ese momento, Campins ya sonaba para el cargo de responsable de la Comandancia Militar de Granada, que ocupó finalmente el 7 de julio de 1936, pocos días antes del inicio de la guerra. Durante el tiempo que transcurrió hasta que fue nombrado, el general penduló entre la defensa de la República y el apoyó final a los golpistas. Desde un principio conoció la existencia de las asociaciones militares que combatían al Gobierno desde la clandestinidad, pero las consideraba nocivas al «perturbar la vida del Ejército» y se alejó de ellas. Formar parte de la sublevación En uno de sus libros de memorias, el primo de Franco, Francisco Franco Salgado-Araujo, cuenta cómo el futuro dictador sondeó a Campins pocos días antes de la guerra, para ver si este quería formar parte en la conspiración. Al parecer, nuestro protagonista le contestó que era leal a la República y que se oponía a la intervención militar en los asuntos de Estado. «Franco, en esa época, todavía pensaba de forma parecida a Campins, es decir, que cualquier alzamiento contra la República era prematuro», explica Touron. Fueron muchas las incógnitas que rodearon a este crimen y que podemos enmarcar dentro de las matanzas protagonizadas en Sevilla por Queipo de Llano, el general franquista cuyos restos fueron exhumados en 2022 de la basílica de la Macarena. Lo que resulta más extraño de esta historia es que el general Campins fuese ejecutado por los sublevados a pesar de haberse sumado, finalmente, a la insurrección y de ser uno de los mejores amigos de Franco desde que se conocieron en la Academia General Militar de Zaragoza, a finales de la década de 1920. Campins tomó posesión como comandante militar de Granada solo una semana antes del alzamiento. Llegó a ese puesto de forma un tanto sospechosa. Dos días después de ser nombrado, se presentó ante su superior para que le explicara el urgente relevo de su antecesor, el general Llanos. La escena la reflejó así en una carta a sus hijos datada el 22 de julio: «Me dice que no pasa nada, simplemente que los oficiales de Granada parecen estar muy arraigados en el país y, quizá, un poco dolidos por la derrota electoral de las derechas. No me comenta nada de por qué se ha quitado a Llanos. Al preguntarle por la urgencia, se pone serio y me dice que me vaya a Granada enseguida». Días tranquilos Aunque nunca se lo confirmaron, cabe preguntarse si Campins fue colocado en ese cargo con el objetivo de parar en Granada la insurrección que ya se sabía que se estaba organizando. Aún así, los seis días que precedieron al alzamiento fueron los más tranquilos que nuestro protagonista tuvo en la ciudad andaluza en el mes que le quedaba de vida. «No puedo asegurar que me quiten de un plumazo [de mi cargo en Granada] si cambia la situación, que no es nada segura», advierte en otra de sus cartas, fechada el 14 de julio de 1936. Fueron las últimas impresiones que dejó escritas antes del golpe de Estado. A las 20.00 horas del viernes 17 de Julio, según recoge la tesis de Touron, el general Campins recibió la visita del médico del Regimiento de Artillería, que era radioaficionado, para informarle de que, dos horas antes, había establecido contacto con otro radioaficionado de Melilla. Este le había comunicado que unidades militares de allí se habían sublevado. Aquel suceso fue la chispa que encendió el movimiento militar que se venía preparando desde hacía meses. El Ejército de África se acababa de levantar en armas contra la República. Al día siguiente, Campins recibió una llamada de Queipo de Llano en la que le ordenó que declarara el estado de guerra con el objetivo de que su guarnición apoyara el golpe que este comandaba en Sevilla. En un principio no reconoció su voz, por lo que no se fio y dilató la decisión. A las 18.00 de la tarde, recibió otra llamada de Queipo, que él mismo describió así en un telegrama: «Me tuteó y me dijo que era un movimiento militar dirigido por Franco y no sé cuántos más. Yo me disculpé, diciendo que no tenía bastantes fuerzas y que no conocía la opinión de los cuerpos. Que aquí la tranquilidad era absoluta y que no veía la razón para declarar el estado de guerra. En fin, que no quería». Las dudas En opinión de Touron, Campins necesitaba un motivo para sublevarse. No le bastaban los discursos sobre los supuesto peligros que corría España y sobre la necesidad de salvarla. Tampoco debía ser suficiente para él que algunos de sus amigos, como Franco, se estuvieran sumando a la sublevación. Por eso ordenó que no le pasasen más llamadas de Sevilla. Con disciplina castrense, se siguió manteniendo dubitativo al golpe de Estado a pesar del triunfo de Queipo de Llano en Sevilla y continuó siendo presionado por mandos inferiores. A pesar de esta fidelidad inicial a la República, lo cierto es que Campins era también un enemigo del caos, el anticlericalismo y la violencia que según él estaba ejerciendo desde hace tiempo el Frente Popular. Por eso, acabó cediendo, sumándose a la sublevación y proclamando el estado de guerra. Destituyó al gobernador civil y puso en su lugar al comandante franquista José Valdés, lo que no le impidió enfrentarse también a él por la brutal represión que este estaba desencadenando en Granada. A raíz de este enfrentamiento, Valdés denunció a Campins ante Queipo de Llano. Aquello fue su perdición, puesto que el jefe de la sublevación en Sevilla le tenía muchas ganas por no haberse sumado a la insurrección desde el primer momento. A continuación lo destituyó de su cargo y ordenó que lo trasladaran a la capital hispalense. Llegó el 4 de agosto, donde fue sometido a un juicio sumarísimo en el que fue condenado a muerte el 14 de ese mismo mes por «rebelión militar y oposición al alzamiento». La ayuda de Franco Cuando Franco se enteró, rápidamente pidió clemencia a Queipo de Llano por su amigo. El primer telegrama se lo envió el día 15 de agosto. A este le siguieron otros, pero ninguno dio resultado. Cuenta Franco Salgado-Araujo que cuando tuvo conocimiento de la difícil situación en la que se encontraba el condenado, intentó lo imposible: «Franco me entregó otra carta insistiendo una vez más en su petición de indulto para Campins. En esta enaltecía la historia militar de su compañero y reiteraba su deseo de que, en atención a la misma, le salvase la vida, pero Queipo me recibió y me dijo en voz alta: 'No quiero abrir ninguna otra carta de su general que trate de este enojoso asunto. Dígales que mañana domingo será fusilado'». Se sabe que Queipo odiaba a Franco y viceversa. El primero llamaba al segundo «Paca la Culona». Puede ser que esa razón personal fuese la que explique la decisión urgente de ejecutar a Campins. Franco Salgado-Araujo describió así esos últimos momentos en 'Mi vida junto a Franco': «Esperamos a que por la mañana del día 15 llegara el indulto, pero pasó el día y aumentó el pesimismo. Mandamos un recado al cardenal, pero el indulto no llegó y pasó el día». A partir de ese momento, Queipo se hizo el loco. Al día siguiente Franco intentó interceptarle en una ceremonia de restitución de la bandera rojigualda que ambos tenían en el Ayuntamiento de Sevilla. El general gallego llegó pronto junto al fundador de la Legión, Millán Astray, pero se dio cuenta de que este no estaba. Su ausencia produjo una situación un tanto violenta para las personalidades que le esperaban. Es probable que llegara tarde para evitar el encuentro. Dio un primer discurso que, según el historiador Ian Gibson, fue muy confuso y provocó las sonrisas mal disimuladas de sus invitados. La muerte «No lejos del lugar donde las multitudes aclamaban a los generales de la 'nueva España', otro general pasaba sus últimas horas de vida recordando a los suyos y escribiendo la última carta a su querida esposa. En ella, le decía que iba a la muerte tranquilo por estar en gracia con Dios y satisfecho de haber cumplido con su deber en todo momento. También le pedía que su familia supiese perdonarle, al igual que hacía él con todos los que le habían hecho daño. También, que tuviesen fe en Dios y entereza para sobrellevar su muerte», detalla Touron. A las 4.30 horas de la madrugada del día 16 de agosto de 1936, se presentaron en la prisión el juez, el secretario y el abogado defensor para leerle la sentencia e, inmediatamente, lo llevaron a la capilla para que se confesara y comulgara, además de entregarle los efectos personales a su cuñado. Se despidió de él emocionado: 'Antonio, tú márchate ya a preparar el entierro. Que sea regular'. En el lugar destinado a la ejecución se congregó bastante público. Campins llegó en un coche de la Guardia Civil vestido de paisano y esposado. Su aspecto era sereno. Uno de los jefes presentes, antiguo alumno suyo, se acercó para despedirse de él. El relato de sus últimos minutos lo recogió Tourón en su tesis: «El general se colocó frente al pelotón, rechazando la posibilidad de volverse de espaldas o de que le vendaran los ojos. Al oír las primeras voces de mando, se irguió con gallardía, pero sin jactancia. La voz de '¡apunten!' fue obedecida por el pelotón de forma irregular, por lo que el oficial al mando desenfundó su pistola y amenazó con ella a sus hombres. Se produjo un momento de desconcierto, que terminó cuando el pelotón afrontó correctamente al general e hizo fuego al oír la correspondiente orden. El general Campins cayó fulminado».




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