Un suspiro, apenas unas horas, duraron las entradas para el estreno en directo y en solitario de Guillem Gisbert. Era septiembre del año pasado, de ' Balla la masurca!' aún no se sabía ni el título y, como reconoció ayer el cantante de Manel, muchas canciones ni siquiera habían pasado por el estudio. Y aún así, arrebato. Máximas expectativas, mínimas certezas. «He comprado las entradas para ir a ver a Guillem Gispert con la esperanza de que salga en chilaba, descalzo y rodeado de farfisas, teclados modulares hasta el techo, sándalo y un triángulo», escribió con guasa alguien en X. De la chilaba y el triángulo, claro, ni rastro, pero sí que se estrenó Gisbert a lo grande, primera noche de una extensa gira que llegará a Madrid el próximo 10 de mayo y hará parada en festivales como Primavera Sound, Cap Roig y Vida, soltando amarras, metafóricas y reales, para echarse a la mar al ritmo de 'Anyone can whistle', de Stephen Sondheim. Curiosa elección, casi un manual de instrucciones del dejarse llevar, para inaugurar una nueva era en la que los nostálgicos del grupo catalán revelación del 2008 debieron salir algo decepcionados: sólo 'Ai,Yoko', suavemente desmayada sobre el piano, volvió la vista atrás en una velada en la que todo fue proyectarse hacia el futuro, volver a empezar casi de cero y reivindicar las bondades (algunas más notorias que otras) de canciones como 'Les dues torres', 'Waltzing Matilda' o 'Un home realitzat'. Incluso la disposición del escenario, con la batería de Glòria Maural en un extremo, el micrófono de Gisbert en el otro y la cacharrería electrónica y eléctrica de Jordi Casadesús y Arnau Grabulosa en el centro, parecía marcar distancias con la 'mise en place' de los últimos conciertos de Manel. Orden y aventura con el tacto rugoso de los sintetizadores marcando el camino. Otra cosa es que el ambiente, ese bullicio eufórico y expectante, fuese prácticamente calcado al que se vivió en la misma sala en abril de 2022, cuando el cuarteto barcelonés selló el final de las restricciones con una tanda de conciertos memorables. Contra eso, claro, poco puede hacer un Gisbert al que se vio cómodo en su nuevo rol de artista solita. Parloteó menos de lo normal, amagó con bailar la mazurca (o algo parecido), solemnizó la noche como «un rito de paso» y maravilló con ese 'Dry Your Eyes' de Neil Diamond que, rebautizado como 'Prou de plors', parecía querer consolar a quienes habían venido buscando otra cosa. En uno de los balcones del piso superior de la sala Apolo, el cantautor galáctico Jaume Sisa bendecía la nueva maniobra de uno de sus más avezados discípulos. Y en la mesa de sonido, su compañero de banda y ahora manager personal Martí Maymó, susurraba a los técnicos un par de retoques para que aquello acabase de sonar del todo bien. Noticia Relacionada Música estandar Si Bigott: «He estado triste muchas veces y sigo igual de imbécil» Javier Villuendas El cantautor alternativo maño vuelve con 'Back to Nowhere', su nuevo disco con alta energía entre Feelies y Ramones La estructura de las composiciones, borbotones narrativos en bucle y sin estribillo, favorecían por momentos el parloteo y la dispersión -con 'Miracle a Les Planes' y 'Els gegants de la ciutat' (oli sobre tela)', más planas y lineales en directo, fue evidente la desconexión), pero cuando las canciones atrapaban, ya no había manera de salir de ahí. Ocurrió, por ejemplo, con ' Les aventures del general Lluna', una fabulosa odisea folk a mayor gloria de Bob Dylan; con los injertos sintéticos de 'Cantiga de Montse', 'Waltzing Matilda' y 'Hauries hagut de venir'; y, sobre todo, con esa 'Un home realitzat' que reúne todas las capas sonoras, narrativas y mitológicas que Gisbert ha buscado en su debut en solitario. Con hora y media le bastó para sentar las bases de lo que es (y será) su emancipación artística y confirmar que, como ya se intuía en 'Balla la masurca', el estilo, esa electrónica envolvente a ratos directa y electrizante, a ratos 'ferranpalauiana' y metafísica, es él mismo. Su voz, su manera de salirse del carril de la canción y, en fin, su valentía a la hora de saltar sin red (bueno, algo de red y de público prestado sí que había) cuando lo que suponía que tenía que hacer era seguir subiendo. Sin Manel, si, pero también sin miedo al escenario.