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Июнь
2024

«Pobres, holgazanes e ignorantes»: los prejuicios contra España entre los historiadores extranjeros

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Abc.es 
Hace dos semanas, Richard Kagan (Nueva Jersey, 1943) contaba a ABC que, cuando tuvo al gran John Elliot como tutor en los cursos de doctorado durante la década de 1960, todo el mundo en Gran Bretaña y Estados Unidos le preguntaba, «con cierto prejuicio», por qué había decidido estudiar historia de España. Algunos, incluso, añadían: «¿Pero qué ha hecho España de la civilización a lo largo de la historia?». El profesor emérito de la Universidad John Hopkins, considerado desde hace décadas uno de los grandes especialistas en la historia moderna de nuestro país, siempre se sorprendió ante semejante desconocimiento y desconsideración. «Ese prejuicio tenía una larga tradición. El otro día, en un encuentro, me preguntaron por el declive de España y yo les decía: '¿Declive? Bueno, España mantuvo su imperio durante tres siglos, hasta el siglo XIX… ¡No está mal! Y en Cuba ganó más dinero en un siglo gracias a la esclavitud y el azúcar que todos los beneficios de la plata de Potosí en México en los siglos anteriores. Lo que ocurrió en España no fue un desastre total, como se quiere hacernos creer», añadía Kagan durante la entrevista, con motivo de las jornadas 'America&Spain250' organizadas por el Queen Sofía Spanish Institute y la Fundación Ramón Areces . Hasta que William Prescott inauguró la historiografía sobre España en Estados Unidos, en 1826, ningún estudioso norteamericano había utilizado documentos originales para escribir algo nuevo sobre la historia de cualquier otra nación que no fuera la estadounidense. «Fue el primero que intentó no caer en polémicas ni copiar las opiniones de sus colegas. Pidió copias de muchos manuscritos originales al Archivo de Simancas y al Archivo General de Indias, entre otros. Y sus libros sobre los Reyes Católicos y las conquistas de Perú y México tuvieron un gran éxito», explicaba Kagan. Noticia Relacionada estandar No Richard Kagan: «¿Declive? España mantuvo su imperio durante tres siglos... ¡no está mal!» Israel Viana Aún así, hubo que esperar hasta finales del siglo XIX para que otros compatriotas se interesasen por estos documentos originales. Sin embargo, esto no libró de prejuicios a los historiadores anglosajones al estudiar la historia de España. «Prescott protagonizó el primer intento de comprender y no condenar a España, pero debajo de sus tesis también había cierta moral inherente a la época. Defendió que, tras aquel momento de grandes hazañas en la conquista de América a principios del siglo XVI, España desaprovechó la oportunidad de modernizarse como nación, gracias a la monarquía absoluta de Carlos V y a la intolerancia de la Inquisición», apuntó Kagan. La leyenda negra Estas ideas de Prescott sobre la correspondencia entre la decadencia de España y el progreso de América –que el mismo Kagan bautizó como «el paradigma de Prescott»– ejercieron una gran influencia entre los hispanistas durante casi dos siglos. Prueba de ello es que, a principios del siglo XIX, la idea que se tenía en Norteamérica de las gestas de los españoles estaba impregnada por la leyenda negra que habían popularizado los protestantes holandeses e ingleses durante el siglo XVI. Según explica Kagan en su artículo 'El paradigma de Prescott: la historiografía norteamericana y la decadencia de España, una variante de esta leyenda, cuyo origen se remonta a la condena de las atrocidades de los españoles en el Nuevo Mundo hecha por Bartolomé de las Casas , describe a los españoles como bárbaros fanáticos con una codicia insaciable de oro. Otra variante pintaba a la sociedad española hundida en las simas de su decadencia: «Una nación que despilfarraba en monasterios y guerras religiosas la plata extraída en las minas de las Indias, sin preocuparse de invertir productivamente en el comercio». La antipatía del joven Estados Unidos hacia España, a pesar de la ayuda que había recibido de los españoles para lograr su independencia, debía mucho a los británicos. Por ejemplo, el historiador escocés John Campbell hizo un retrato bastante negativo del país en sus obras publicadas a mediados del siglo XVIII, William Robertson puso el acento en la supuesta indiferencia que los españoles sentían hacia la agricultura y el comercio y en el «enorme y costoso tejido de su estamento eclesiástico, que retrasó considerablemente el progreso de la población y la industria». «Una raza pobre» A continuación, los historiadores estadounidenses repitieron estas observaciones, añadiendo algunas de su propia cosecha. El libro 'American Universal Geography' (1793), de Jedidiah Morse , enseñó a varias generaciones de jóvenes de Estados Unidos que los españoles eran unos «fanáticos católicos» sometidos a una «monarquía despótica» y, por si no fuera suficiente, gente indolente y perezosa dada a la «práctica de todos los vicios». Otros obras de colegas suyos añadían que eran «una raza pobre, perezosa, holgazana e ignorante de gentes medio salvajes». A principios del decenio de 1820, poco antes de que Prescott hiciera su aparición en escena, algunos escritores de la escuela romántica ayudaron a suavizar esta imagen negativa. Washington Irving y Henry Wadsworth , aunque críticos hacia España y sus instituciones, tuvieron una disposición favorable hacia nuestro país y sus habitantes, con esa visión exótica y pintoresca de la sociedad rural española todavía medieval e influenciada por los árabes. «El carácter español ha cambiado tan poco, que lo encuentras todo tal como se dice que era hace doscientos años», escribió el segundo tras una visita a Madrid y Sevilla en 1827. La idea que el joven Prescott tenía de España debía ser, por lo tanto, parecida. La diferencia es que este primer hispanista consideraba que el pueblo español había sido valiente y próspero, pero, más adelante, se había convertido en una víctima de los desastrosos efectos del absolutismo monárquico y el catolicismo romano. En 1826 realizando toda una serie de paralelismos con la primera generación de estadounidenses tras la independencia de su país, escribió en su libro 'La conquista de Granada': «Eran tiempos de esperanza y de juvenil impulso emprendedor, en que la nación española parecía estar renovando sus antiguas energías y preparándose como un gigante para su carrera». Prejuicios En su artículo, Kagan advierte que pese a todas estas simpatías por España, Prescott no podía eludir los prejuicios protestantes de su tiempo: «Creía que España tenía dos defectos profundos de los que Norteamérica estaba exenta. Uno era el Catolicismo, cruelmente manifestado en la Inquisición que sus venerados héroes, los Reyes Católicos, habían contribuido a crear [...]. La otra enfermedad mortal de España fue el absolutismo monárquico, cuyos inherentes defectos se manifestaron menos en los Reyes Católicos que en sus sucesores Habsburgo, muy especialmente en Felipe II». A los ojos de Prescott, la España medieval había tenido «instituciones libres», «formas de gobierno liberales y equitativas», «independencia de carácter», «elevado entusiasmo» y «patriotismo». Sin embargo, a lo largo del siglo XVI, la monarquía de los Austrias, ayudada por la Inquisición, conspiró para aplastar las antiguas «libertades» y crear un inmenso abismo entre el continente americano y la nación que había ayudado a descubrirlo. La supuesta ausencia de esta libertad al llegar el absolutismo, había traído el atraso económico, el estancamiento intelectual, la debilidad política y la decadencia moral, todo ello mezclado con pereza y corrupción. En su 'Historia del Reinado de Felipe II', que dejó incompleta al fallecer en 1859, Prescott explicaba: «Doblada bajo el ala oscura de la Inquisición, España se cerró a la luz que en el siglo XVI amaneció para el resto de Europa, estimulando a las naciones a mayores empresas en cada parcela del saber. El genio del pueblo fue reprimido, su espíritu tronchado, bajo la influencia maligna de un ojo que jamás se cerraba, de un brazo invisible siempre alzado para el golpe. ¿Cómo podía haber libertad de pensamiento donde no había libertad de expresión? En todos los sentidos, el espíritu español estaba encadenado».



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