El populismo hoy, una ideología en ascenso 

A principios del siglo XXI, nunca se ha hablado tanto de populismo en el discurso político y mediático. Curiosamente el término se atribuye a posiciones y partidos de izquierda o derecha. A menudo teñido de juicio y condena, a veces es el nombre que se le da a una nueva ideología que reemplazaría las viejas […]

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A principios del siglo XXI, nunca se ha hablado tanto de populismo en el discurso político y mediático. Curiosamente el término se atribuye a posiciones y partidos de izquierda o derecha. A menudo teñido de juicio y condena, a veces es el nombre que se le da a una nueva ideología que reemplazaría las viejas divisiones y antagonismos políticos y sociales.

Debido a su polisemia y la confusión que lo rodea, el populismo se ha convertido en un objeto de estudio legítimo para historiadores y teóricos políticos. Tantas razones para intentar caracterizarlo y comprender qué promesas y amenazas conlleva.

En Francia, cualquier ataque a la democracia tal como funciona a menudo es acusado de populista. Sin embargo, la observación de que la democracia no está en su mejor forma es ampliamente compartida. Varias observaciones muestran que las democracias representativas están debilitadas y vacilantes. En Francia y Europa, elección tras elección, el comportamiento abstencionista está empeorando. Dos categorías se están alejando de las encuestas: los jóvenes y las clases trabajadoras. La división generacional ha sido particularmente aguda en Francia en los últimos años. Se observa en las elecciones nacionales y locales. A esta ruptura se suma la de categorías populares que también desertan masivamente de los colegios electorales. Se trata de mucha gente y alimenta los juicios por ilegitimidad de líderes electos sin la participación del “pueblo” y las críticas de las elites tecnocráticas no electas, que dirigen las instituciones legales, económicas y sociales de los países llamados democráticos.

Este juicio y estas críticas a las elites están igualmente difundidas en América Latina en un contexto donde las amenazas se multiplican, las regresiones aumentan y se observan fracasos en las grandes crisis que preocupan a la humanidad: las guerras (Medio Oriente, África, Asia, Europa); inestabilidad económica y financiera; desregulación climática; degradación de la biodiversidad; pandemias (COVID); pobreza y migración masiva; globalización injusta.

Para una parte cada vez mayor de la población del planeta, el voto se considera cada vez menos como un medio para resolver conflictos y tomar decisiones colectivas. Esto da como resultado una abstención cada vez mayor y una volatilidad acelerada de los electores cuando el voto es obligatorio, como es el caso en muchos países latinoamericanos.

Desde su creación tras la Segunda Guerra Mundial -a pesar o gracias a la Guerra Fría entre las dos grandes potencias del siglo XX (URSS y Estados Unidos)- nunca la organización de las Naciones Unidas (ONU) y las instituciones internacionales asociadas parecía tan impotente.

En varios países y en todos los continentes, los principios legales que mantienen unidas a las democracias liberales están siendo socavados. En cuanto al derecho internacional, que se supone protege contra las guerras y la barbarie, su incumplimiento ha terminado por arruinar lo que llamábamos la “comunidad internacional”.

El pueblo y las élites

El populismo, consustancial a la democracia[1], ha adquirido un vigor sin precedentes con la acumulación de estas grandes crisis y la incapacidad de resolverlas a nivel nacional e internacional. Se está produciendo una brecha entre las elites nacionales y globales, por un lado, y la opinión pública, por el otro. Esta simple división entre élite y pueblo tiende a reemplazar los análisis más complejos en términos de clases sociales que estaban vigentes en el siglo XX. Entonces se convocó a las ciencias. Los análisis y compromisos políticos se basaron en teorías y filosofías. Los partidos crearon escuelas de formación para activistas y ejecutivos políticos que tuvieron un papel estructurante en la sociedad civil.

En el siglo XXI han surgido alternativas populistas en los espacios públicos, los medios de comunicación y las redes sociales, lejos del mundo anterior. Estaban estructurados en oposición a los partidos tradicionales (liberal, socialista, comunista). Estas alternativas están surgiendo rápidamente y son indicativas de una erosión de los partidos. También en América Latina “las lealtades ideológicas y el patriotismo partidista se ven erosionados, ya sea que el gobernante sea de derecha o de izquierda, por la inflación, la pobreza, el desempleo y la informalidad.[2] »

Estas alternativas se han consolidado en partidos, «movimientos»[3] o coaliciones[4]. La ira, el resentimiento, la pobreza, el odio, la humillación económica y social y las protestas individuales se coagulan regularmente en explosiones sociales que los líderes populistas siempre intentan rápidamente recuperar y explotar. La gestión y la retórica de las emociones y pasiones se ha convertido en una de las características de los movimientos populistas. Sus líderes se basan en divisiones simples: ellos/nosotros; casta/masa; pueblo/oligarquía; ultrarricos/pobres; grande/pequeño, 1% versus 99%.

La explotación de los afectos está explotando y los levantamientos populares son difícilmente predecibles en cuanto a sus causas, su escala, su duración y sus efectos. En Brasil, en 2013 y en Chile, en 2019, fue el aumento del precio del transporte público lo que encendió la mecha. Los manifestantes atacan a todas las élites, incluso nombrándolas ante la opinión pública, considerando que el odio es un combustible eficaz para los levantamientos. La estrategia de los líderes que se basan en estos acontecimientos se ha traducido en ocasiones en victorias imprevistas para la mayoría de los observadores, como fue el caso de Boris Johnson en el Reino Unido, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Milei en Argentina…

En todo el mundo, líderes descritos como populistas han ganado elecciones o se han fortalecido a partir de posiciones que defienden una mezcla variada de odio a las élites gobernantes vigentes, al soberanismo, al rechazo de las instituciones supranacionales, al rechazo inmigración, limitación de los controles y equilibrios constitucionales, debilitamiento de los medios de comunicación y control de las autoridades independientes. Donde los líderes populistas no han experimentado una victoria electoral, sus partidos o movimientos, de extrema derecha o extrema izquierda, han capturado muy rápidamente grandes porciones del mercado electoral.

El Chile de Gabriel Boric, presidente de una izquierda victoriosa en 2021, muestra de manera acelerada la volatilidad de los electorados. José Antonio Kast, líder populista de extrema derecha, candidato a las elecciones presidenciales de 2017 obtuvo 7,9% de los votos en la primera vuelta. En las elecciones de 2021 quedó primero en la primera vuelta con 27,9%. Dos años después, en las elecciones a la Asamblea Constituyente de mayo de 2023, obtuvo 35% de los votos y los medios para mantener la Constitución de Augusto Pinochet.

Democracias en recesión

Visto desde el punto de vista de las democracias occidentales y liberales, sólo 24 países se clasificarán en 2023 como «democracias completas»[5] según 60 indicadores que cubren varios ámbitos, como los procesos electorales y el pluralismo, el funcionamiento de los gobiernos, las libertades civiles o, también, la participación, y cultura política de las poblaciones. Esto representa menos de 8% de la población mundial. América Latina aparece en este grupo con dos países que no son los más influyentes del subcontinente: Uruguay y Costa Rica.

En muchas partes del mundo, la democracia occidental ya no se considera un horizonte, un ideal o una utopía deseable. Además, su juicio lo están llevando a cabo en varios frentes líderes políticos e ideólogos de potencias grandes, medianas y pequeñas. Cualquiera que sea el continente considerado, hay críticos de la democracia al estilo occidental, con una audiencia cada vez mayor. América Latina vive hoy este fenómeno en formas “puras” o diluidas. Por supuesto, el populismo no es nuevo en América Latina.Tiene una larga trayectoria desde los años 30 del siglo pasado. Con Eliécer Gaitán en Colombia presentado como “tribuno del pueblo”, Juan Perón en Argentina, Getúlio Vargas en Brasil o Lázaro Cárdenas en México, estamos ante líderes que actúan como portavoces de las masas populares que vienen “de entrar en política” con la extensión del sufragio. Estos líderes nunca se llamaron a sí mismos populistas. Sin embargo, su negativa a suscribirse a una ideología estrictamente capitalista o socialista los convirtió en precursores del populismo que conocemos hoy.

Ha evolucionado la situación de los años sesenta y ochenta del siglo pasado donde dos ideologías estructuraban las luchas políticas: las dictaduras militares contenían movimientos a favor de la democracia y el socialismo o derrocaban mediante la violencia armada los regímenes resultantes de elecciones libres (Chile).

Los líderes más asertivos en la lucha contra el occidentalismo y su modelo político, económico, social y cultural se encuentran hoy en Rusia y China y su estándar no es el marxismo.

Su soberanismo se adapta a un deseo imperialista armado con una poderosa capacidad de influencia. Su objetivo es aliarse con países de todo el mundo y de América Latina en particular. El concepto de “Sur Global” incluye varios países latinoamericanos con regímenes democráticos, iliberales, autoritarios o dictatoriales y economías administradas o ultraliberales. Esta aleación fusionada en la expresión “Sur Global” tiende a borrar las viejas confrontaciones de la Guerra Fría que opusieron ideologías y regímenes comunistas y capitalistas.

¿Sería el populismo una nueva ideología que pretende remediar los males del presente con soluciones que podamos identificar claramente o es sólo una retórica y una estrategia para conquistar el poder? En América Latina, el ejercicio del poder de Bolsonaro (Brasil), el de los seguidores de Perón (Argentina), Correa (Ecuador), Morales (Bolivia) o Chávez (Venezuela) han demostrado cambios donde es difícil ver una regeneración democrática y el progreso de la igualdad, la fraternidad, la justicia social, la seguridad.

Los autores que estudian el populismo, esta “ideología emergente del siglo XXI”[6] identifican el populismo por cinco elementos que constituyen su “anatomía” o su “tipo ideal”[7]: la concepción del pueblo, único, homogéneo y sin clases; la teoría de la democracia, polarizada, directa y referéndum; la cuestión de la representación del pueblo por una figura carismática de “hombre-pueblo”; la economía, nacional-proteccionista; y la explotación desenfrenada de emociones y pasiones comunes.

A estas características del populismo habría que añadir como tal la cuestión nacional, aunque se acentúe a través de la economía con el rechazo de la globalización y el retorno al proteccionismo. El populismo es siempre “nacional-populismo” y el nacionalismo disfrazado de patriotismo económico va más allá de la economía.

Esto lo podemos observar en el tratamiento de las cuestiones relativas a las fronteras, la seguridad, la cohesión religiosa y cultural de la nación, cubiertas por una demanda de identidad a menudo teñida de xenofobia. Estos marcadores llevan a los populistas a reconocerse en Europa como antieuropeístas, en Estados Unidos como aislacionistas, en Chile, Brasil, Perú… como xenófobos ante las oleadas migratorias, haitianas y venezolanas en particular. Para los populistas, los opositores a su discurso, a sus políticas y a su poder se convierten muy rápidamente en “agentes extranjeros” que son denunciados cuando no criminalizados.

En última instancia, el populismo aparece como un maniqueísmo asumido que se adapta a diferentes contextos y que incluso puede recomponerse en un “pospopulismo” cuando gana poder y confronta las realidades. Evidentemente, las instituciones democráticas, los derechos y las libertades no salen incrementados. También puede conducir a democracias iliberales o dictaduras como es el caso de Venezuela.

[1] Jan-Werner Müller: ¿Qué es el populismo? (2016).

El populismo tiene una larga historia que Pierre Rosanvallon traza en El siglo del populismo – Historia, teoría, crítica (Ed. du Seuil, 2020).

[2] Jean-Jacques Kourliandsky, América Latina en 2023: ¿un nuevo ciclo electoral? (www.jean-jaures.org).

[3] Para Jean-Luc Mélenchon, el partido debería prohibirse porque es una herramienta de clase. El movimiento es la “forma organizada del pueblo”, citada por Pierre Rosanvallon en El siglo del populismo.

[4] La coalición italiana del Movimiento 5 Estrellas de 2018-2019 reunió a dos partidos populistas de izquierda y derecha, aliados para derribar el sistema.

[5]The Economist Intelligence Unit publica cada año un índice de democracia.

[6] Pierre Rosanvallon, El siglo del populismo, Ed. du Seuil, 2020

[7] Herramienta metodológica forjada por Max Weber. Ayuda a teorizar los fenómenos, sin pretender ser exhaustivo.

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