A partir de ahora, recuérdelo cada vez que tenga la ocasión de saborear una buena copa de vino. Piense que ese placer es posible, por lo menos en parte, gracias a una de las mayores catástrofes sucedidas en el planeta, un acontecimiento muy lejano en el tiempo y que, aparentemente, no tiene nada que ver con su momento de relax: la extinción de los dinosaurios . Y no, no se trata de una broma. Muy al contrario, esa es la conclusión a la que ha llegado un equipo internacional de investigadores tras el hallazgo en Colombia, Panamá y Perú de semillas de uva fósiles con antigüedades comprendidas entre hace 60 y 19 millones de años, entre ellas el ejemplo más antiguo conocido de plantas de la familia de las uvas en el hemisferio occidental. En un artículo recién publicado en ' Nature Plants ', los investigadores explican que el hallazgo de esas semillas fósiles muestra el modo en que la familia de las uvas se extendió por el mundo, algo que empezó a hacer precisamente en los años posteriores a la desaparición de los dinosaurios. «Estas son las uvas más antiguas jamás encontradas en esta parte del mundo -dice Fabiany Herrera, autor principal del artículo-, y son varios millones de años más recientes que las más antiguas encontradas en el otro lado del planeta. Este descubrimiento es importante porque muestra que, después de la extinción de los dinosaurios, las uvas realmente comenzaron a extenderse por todo el mundo». Cuando se trata de frutas antiguas, es muy raro que sus tejidos blandos lleguen a conservarse como fósiles, por lo que su estudio suele centrarse en las semillas, más duras y con muchas más posibilidades de fosilizar y conservarse en el tiempo. Hasta ahora, los fósiles de semillas de uva más antiguos conocidos se han encontrado en la India y tienen 66 millones de años. Fecha que está lejos de ser una mera coincidencia, porque coincide con el momento en que un enorme asteroide chocó contra la Tierra y causó una extinción masiva, la quinta conocida en la dilatada historia del planeta, que acabó con el largo reinado de los dinosaurios y con el 75% de todas las formas de vida existentes. «Siempre pensamos en los animales, los dinosaurios, porque fueron los más afectados -dice Herrera-, pero la extinción tuvo un gran impacto también en las plantas. El bosque se reinició, y de una manera que cambió por completo la naturaleza de las plantas». En su artículo, Herrera y sus colegas plantean la hipótesis de que la desaparición de los dinosaurios podría haber contribuido a alterar los bosques. «Se sabe que los animales grandes, como los dinosaurios, alteran los ecosistemas que los rodean -explica Mónica Carvalho, coautora del artículo-. Creemos que si hubiera seguido habiendo grandes dinosaurios deambulando por el bosque, probablemente habrían derribado muchos árboles (como hoy hacen los elefantes), manteniendo efectivamente los bosques más abiertos de lo que están hoy». Pero cuando los grandes dinosaurios desaparecieron, algunos bosques tropicales, incluidos los de América del Sur, se volvieron más densos, con capas de árboles que formaban un sotobosque y un dosel. Estos bosques completamente nuevos y espesos brindaron a las especies vegetales una nueva oportunidad. «En el registro fósil -explica Herrera-, justo en esta época empezamos a ver más plantas que usan enredaderas para trepar a los árboles, como las uvas». La diversificación de aves y mamíferos en los años posteriores a la extinción masiva también puede haber ayudado a las uvas a dispersar sus semillas. Ya en 2013, el asesor de doctorado de Herrera y autor principal del nuevo artículo, Steven Manchester, publicó un artículo en el que describía el fósil de semilla de uva más antiguo conocido, descubierto en la India. Y aunque nunca se habían encontrado uvas fósiles en América del Sur, Herrera sospechaba que podrían estar allí también. «Las uvas tienen un extenso registro fósil -prosigue el investigador- que comienza hace unos 50 millones de años, así que quería descubrir uvas también en Sudamérica, pero era como buscar una aguja en un pajar. Llevo buscando la uva más antigua del hemisferio occidental desde que era estudiante universitario». Pero en 2022 llegó el tan esperado golpe de suerte. Herrera y su coautora Mónica Carvalho estaban realizando un trabajo de campo en los Andes colombianos cuando un fósil llamó la atención de Carvalho. «Ella me miró y dijo: '¡Fabiany, una uva! -recuerda Herrera-. Luego la miré y pensé: Dios mío. Fue muy emocionante». El fósil estaba en una roca de 60 millones de años, lo que lo convierte no sólo en el primer fósil de uva de América del Sur, sino también en uno de los más antiguos del mundo. A pesar de su reducido tamaño (la semilla fósil es muy pequeña) Herrera y Carvalho no tuvieron problemas para identificarla tanto por sus dimensiones como por su forma y otras características particulares. De regreso al laboratorio, los investigadores realizaron tomografías computarizadas que mostraron su estructura interna y confirmaron su identidad. El equipo nombró al fósil Lithouva susmanii, 'uva de piedra de Susman', en honor a Arthur T. Susman, un estudioso de la paleobotánica sudamericana en el Museo Field. El trabajo de campo del equipo de investigadores continuó en otras áreas de América del Sur y Central, de modo que en su artículo de 'Nature Plants' Herrera y sus colegas describen finalmente nueve nuevas especies de uvas fósiles de Colombia, Panamá y Perú, con antigüedades que abarcan entre 60 y 19 millones de años. En conjunto, estas semillas fósiles no solo cuentan la historia de la expansión de las uvas por el hemisferio occidental, sino que ilustran también las numerosas extinciones y dispersiones que ha sufrido la familia de las uvas a lo largo de su historia. «El registro fósil -afirma Herrera-, nos dice que las uvas son un orden muy resistente. Son un grupo que ha sufrido mucha extinción en la región de Centro y Sudamérica, pero también lograron adaptarse y sobrevivir en otras partes del mundo». Para los investigadores, y dado que nuestro planeta se enfrenta ahora a una nueva extinción masiva provocada por el hombre, estudios como éste resultan valiosos porque revelan patrones sobre cómo se desarrollan las crisis de biodiversidad.