¿Para qué sirve el arte hoy en día?
Son tiempos donde las decisiones económicas dictan nuestro destino y es habitual escuchar las opiniones de expertos en la materia, sugiriendo hacia dónde deberíamos dirigirnos para ser un mejor país. El economista Sebastián Edwards propuso congelar las becas en humanidades, para priorizar el desarrollo de competencias técnicas y especializadas. Además, separar las escuelas de ingeniería de las universidades, permitiéndoles avanzar sin el “freno” de la teoría crítica. Sus ideas plantean una pregunta incómoda: ¿Para qué sirven el arte y las humanidades hoy en día?
En una era donde la competencia y la hiper-productividad parecen dominar todas las esferas de la vida, el arte y las humanidades emergen como necesarios contrapesos:
Ante el individualismo, la creación artística promueve la colaboración, ya que un intérprete no puede subirse a un escenario sin la labor del iluminador o el sonidista. Ante las presiones de rendimiento, la creación artística sostiene la importancia del proceso, como instancia de prueba y error que requiere perseverancia para llegar a un resultado satisfactorio. Este contraste no es fortuito, sino esencial, ya que nos recuerda que no todo puede ser medido en términos de producción y consumo.
En suma, la importancia del arte y las humanidades sigue siendo prácticamente indiscutible: nos conectan con la sensibilidad, la empatía y la trascendencia, aspectos fundamentales para el pleno desarrollo humano. También nos permite comprender críticamente hechos complejos, haciéndolos más cercanos, y propiciando la participación ciudadana.
Sin embargo, es curioso cómo el propio campo cultural ha internalizado prácticas neoliberales, viendo al arte cada vez más como un producto comercial: el artista se somete a la competencia, y cotidianamente hablamos en términos de “producción cultural” y “consumo cultural”.
Los cuestionamientos sobre el valor del arte y las humanidades se presentan como una oportunidad para que la propia escena cultural se replantee a sí mismo: ¿Cómo puede el arte ser verdaderamente transformador, en lugar de sólo adaptarse a las lógicas del mercado?
Finalmente, si el arte se preocupa únicamente por producir y consumir, corre el riesgo de carcomer sus propios cimientos.
Esta columna fue parte del Boletín DiCREA. Inscríbete para recibirla cada viernes.