A las 23.05 horas del pasado 26 de junio, Samuel se despide de su esposa, Jesli, y de la empleada que justo ese día cumple su primer día de trabajo, Jessica. Lo hará por poco tiempo, solo el necesario para entregar un pedido a domicilio a un vecino de la zona; el primer servicio de 'delivery' en todo el día. Con la comida en una bolsa, este venezolano de 32 años sale del local que regenta en la calle del Cisne (Getafe) y se marcha a bordo de su patinete eléctrico. Mientras, las dos mujeres se quedan dentro conversando, ajenas a que un individuo encapuchado, con gafas de sol y una navaja espera agazapado el momento para atacar. «¡Trae el dinero, vamos, todo lo que tengas!», irrumpe en el comercio, ante la incredulidad de las abordadas. «¡El dinero, quita!», grita de nuevo, directo a la caja. Jesli y Jessica huyen al fondo de la barra, ya conscientes de que los dos minutos más angustiosos de sus vidas no han hecho más que empezar. El atracador, cuya voz es claramente española, coge los pocos billetes y el pequeño cajetín de monedas. «¿Dónde está el dinero? Dame el dinero», repite una y otra vez. El botín, de apenas cien euros, no parece ser suficiente. En un momento dado, Jesli trata de engañar al malhechor para salir a la calle y pedir ayuda. «El dinero está allá, en el baño», señala ella, con la idea clara de echar a correr cuando este se encamine al lavabo. Pero no lo consigue y vuelve a ser encajonada dentro de la barra. El delincuente, con el abrigo gris marca The North Face subido hasta la nariz, está desesperado y rebusca sin ton ni son. Pese a la gravedad de los hechos, la escena es tan surrealista que Jesli se acerca de nuevo al ordenador de la caja para mostrarle la exigua recaudación de la jornada. Al menos de dinero en metálico, ya que alrededor del 90 por ciento de los clientes pagan con tarjeta, como reconocerá Samuel días después del atraco, en conversación con ABC. «Cuando se fue el ladrón, bajaron el cierre metálico y mi esposa me llamó muy nerviosa», recuerda el franquiciado de Perreando, un negocio de perritos calientes y hamburguesas ubicado en el barrio de la Alhóndiga. En la calle, dos ciclistas que previamente han pasado por delante del establecimiento se acercan a preguntar. «Vieron lo que sucedía y se quedaron en la esquina a esperar a que se fuera», añade Samuel, a quien la Policía Nacional le preguntó después si reconocía al autor. «Por su voz, él ha estado en el bar», sostiene, tras ver el vídeo de la cámara de seguridad infinidad de veces. De lo que sí está seguro es de su edad, de entre 40 y 45 años, y de que llevaba esparadrapos en las yemas de los dedos a excepción de los pulgares. De hecho, la Policía Científica encontró dos huellas del sospechoso, una en la llave de la caja y otra en la tablet que utilizan para tramitar los pedidos. Desde entonces, Samuel y Jesli han decidido adelantar la hora de cierre a las 23.30 por el miedo de ella. Él, por su parte, tampoco ha vuelto a repartir a domicilio. «Avisé a los clientes conocidos de lo que nos había pasado y todos los entendieron», señala, dejando la opción de pedir a través de una conocida app de reparto de comida. Otra de las medidas adoptadas por los dueños ha sido la de ampliar el contrato de otra empleada para que sean dos y no una las encargadas de cerrar cada noche. «Nosotros estamos ahora de vacaciones en nuestro país y por eso contratamos a Jessica», añade. Ahora, dos semanas después de los hechos, Samuel y Jesli confían en la labor de los investigadores para dar caza al ladrón, cuya actuación, en palabras de las fuentes policiales consultadas, «es bastante chapucera». Por sacar algo positivo, el joven matrimonio se queda con la respuesta del vecindario, volcado estos días en apoyar a un negocio con la hamburguesa Shakira o el perrito caliente Karol G entre su oferta de platos.
