El amor a la patria es un gozo
MATANZAS.— Una edición digital del libro Juan Gualberto. La palabra escrita (Ediciones Matanzas) será presentado por Cubaliteraria, del Instituto Cubano del Libro, a propósito del aniversario 170 del natalicio de este patriota, a cumplirse este 12 de julio.
Esta selección de cartas, poemas, crónicas, artículos y anécdotas recopilados por Norge Céspedes Díaz, nos adentra en la vida de una personalidad que no claudicó cuando otros lo hicieron, y mantuvo vivo el ideario martiano e independentista.
El periodista, narrador y editor parte de las breves líneas de una carta de Martí a su amigo, enviada el 5 de agosto de 1893: «Mi corazón Vd. se lo sabe de memoria, como que no tiene más que verse el suyo […]». Dicha misiva resume la comunión de ideales entre los dos próceres, su admiración recíproca y amor por Cuba.
El 11 de junio de 1892, en el periódico Patria, el Apóstol publica una semblanza sobre su hermano mulato: «Él sabe amar y perdonar, en una sociedad donde es muy necesario el perdón. Él quiere a Cuba con aquel amor de vida y muerte y aquella chispa heroica con que la ha de amar en estos días de prueba quien la ame de veras. Él tiene el tesón del periodista, la energía del organizador y la visión distante del hombre de Estado».
El texto reseña que Juan Gualberto Gómez Ferrer (Matanzas, 1854-La Habana, 1933) se aparecía de vez en cuando por el Club Atenas, donde solían reunirse personalidades negras de la capital cubana. «Habría que imaginarlo con una copa de vermut —la única bebida alcohólica que tomaba— servida en la mesa, fumando alguno de los cinco habanos que invariablemente colocaba en su tabaquera antes de salir de la casa, y no lejos de él, su infaltable paraguas», recoge Céspedes Díaz.
Se trata de una selección de textos acerca de su devenir, de la consagración a sus ideales patrióticos desde que en París, adolescente todavía, expresara: «El amor de la patria es más que una virtud, es un deber, es más dulce que un deber, es un gozo». Ya enfermo, ocho días antes de su muerte, dijo a la muchacha que lo ayudó a subir a un pequeño banco para izar la bandera en el asta del patio de su casa: «Mírala bien, a esta hay que defenderla hasta con la propia sangre».
Visiones sobre Juan Gualberto
Numerosas personalidades cubanas han aludido al patriota en épocas diversas. En la presente compilación se han seleccionado algunas de estas referencias en la sección Palabras diversas.
«…; no venía a exigir derechos especiales para los cubanos de color, sino a convidar a que se pensase sobre la inconveniencia de que los cubanos de un color tuviesen derechos especiales sobre los de otro», escribe en Patria José Martí, en 1892.
«En la historia de Cuba republicana el nombre de Juan Gualberto Gómez es inseparable del de Martí. Fue su mayor auxiliar en la preparación de su gran obra. No cabe más alto encarecimiento», sentenciaba otro grande, Enrique José Varona, en marzo de 1933.
«Juan Gualberto fue el primer gran ideólogo independentista y antimperialista de tez oscura que tomó sobre sí, dentro y fuera de nuestro país, la misión de atacar la discriminación racial por la vía de la prédica escrita y la educación sistemática, para la mejor orientación ideológica y organizativa de sus compatriotas negros y mulatos», subrayaba Sergio Aguirre.
«En la Convención Constituyente fue Juan Gualberto Gómez —y es este uno de sus mayores timbres de gloria— el paladín por excelencia de la lucha patriótica contra la Enmienda Platt, con lo que demostró como en tantas otras ocasiones, pero acaso más magníficamente que en ninguna, hasta qué punto se hermanaban en ideales, y en tesón para defenderlos, con el más grande de los cubanos: con José Martí», lo elogió Emilio Roig de Leuchsenring.
Mientras, Jorge Mañach mostró también su admiración: «Pocos hombres me han dejado una impresión tan genuina y sin embargo tan sencilla, de proceridad».
Así reflexionaba Nicolás Guillén: «Después de Martí, no hay en el período que precede al estallido de la segunda guerra de independencia, figura alguna con la sagacidad, el coraje, la fuerza
interior, la amplia mirada política de Juan Gualberto Gómez».
El prócer en la patria escrita
La segunda propuesta de esta compilación la conforman diez cartas que Juan Gualberto dirigiera a su madre, Serafina Ferrer, y a su padre, Fermín Gómez, en algunos de los períodos en que sufrió condena por sus actividades revolucionarias.
Tras su muerte, los archivos privados del patriota se trasladaron hacia el Archivo Nacional, pero su hija Juana separó documentos, imágenes y otras pertenencias de carácter personal, que permanecieron en lo adelante bajo custodia de la familia. Esta es la procedencia de las cartas que se dan a conocer en el libro, facilitadas por Mercedes Ibarra Ibáñez, su bisnieta.
La palabra escrita asume también una muestra de la incursión de Juan Gualberto en la poesía, con un fuerte acento autobiográfico, que escribió en francés y en español.
Anécdotas de su bisnieta
La bisnieta Mercedes Ibarra Ibáñez se integra al texto con dos trabajos testimoniales. Ella cuenta en una de sus anécdotas el recorrido de su bisabuelo camino al funeral de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, quien iba a ser enterrado en el cementerio de Colón, en La Habana. La comitiva oficial que llevaría a cabo este acto solemne se desplazaba en un numeroso grupo de automóviles. La mayor parte de ellos eran muy lujosos, de último modelo, y contrastaban con la modestia del medio de transporte alquilado en el que iba Juan Gualberto.
En medio de su proverbial honradez, él nunca había contado con recursos para comprarse un auto propio. Tomaba ómnibus como un ciudadano cualquiera y en momentos especiales como aquel, a lo que más podía aspirar era a contratar los servicios de un chofer llamado Manuel, dueño del Ford bastante pasado de moda en el que viajaban hacia el cementerio de Colón. Durante el trayecto, en cierto momento, un policía de tránsito los hizo detener. Juan Gualberto pensó que era solo una breve parada para realizar ajustes en la marcha de la comitiva. Pero se percató alarmado de que ellos habían dejado de avanzar y la comitiva se alejaba a toda marcha. De inmediato, Juan Gualberto le pidió a Manuel que le preguntara al policía de tránsito qué pasaba.
La bisnieta alude que así lo hizo el chofer y la respuesta que le dieron fue que se encontraban dándole paso a la comitiva oficial del entierro, a la que los viajeros del vetusto Ford no parecía pertenecer, por el aspecto «poco distinguido» del vehículo.
—¡Pero es que ahí dentro va nada más y nada menos que don Juan Gualberto Gómez! ¡Y además, él es quien va a despedir el duelo! ¡Tiene que llegar entre los primeros!— aclaró exaltado el chofer. Apenado, y luego de ofrecer disculpas, el todavía asombrado oficial de tránsito les permitió avanzar a toda marcha para unirse de nuevo a la comitiva oficial.
Ibarra Ibáñez relata que en 1932 fallece doña Manuela, en Lealtad 106. Poco después, debido a la apretada situación económica que presentaba, y aquejado de asistolia, don Juan se traslada definitivamente hacia Villa Manuela, donde podría contar más de cerca con el apoyo de familiares y amigos. Ya en esa etapa, Villa Manuela se hallaba resentida físicamente. El comején y el paso de los ciclones (1920 y 1926…) habían dejado sus huellas devastadoras, deteriorando aquella hermosa casa de madera y tejas. La limitada economía de don Juan no permitiría su mantenimiento. Como mismo hicieron Enrique José Varona y Manuel Sanguily, él no aceptó la pensión perpetua del Estado de 12 000 pesos que le correspondía en su carácter de Veterano de la Guerra de Independencia, con grado de brigadier del Ejército Libertador.
Ni siquiera estando en su lecho de enfermo claudica. Machado encomienda a Octavio Zubizarreta, compañero de prisión de don Juan en Ceuta, para llevarle de regalo 2 000 pesos, pero fueron rechazados por este.
Fue el 5 de marzo de 1933, pasadas las seis y cuarto de la mañana, cuando Juan Gualberto murió en Villa Manuela. Allí mismo se tendió su cadáver. La biblioteca interior sirvió de cámara mortuoria. Un emisario del Presidente presentó a los dolientes la invitación para velarlo en el Capitolio y brindarle los honores oficiales. No lo aceptaron las hijas, conocedoras de las convicciones antimachadistas de su padre.