80 años del alzamiento de Varsovia contra el nazismo
Aquel verano, aprovechando que las tropas soviéticas avanzaban a toda prisa hacia Varsovia, los jefes del Armia Krajowa, un auténtico ejército clandestino y la pieza más destacada de la resistencia polaca, decidieron que había llegado el momento de lanzar un arriesgado gambito para liberar la capital y así poder reclamar su derecho a la independencia. A la hora W (inicial de wolność, libertad) numerosos insurgentes identificados con brazales blancos y rojos –los colores de la bandera polaca– se hicieron con puntos clave, atacaron las guarniciones alemanas y colocaron barricadas para interrumpir el tránsito en las arterias más importantes de la urbe. Al anochecer, buena parte de la ciudad estaba en manos de los alzados, que habían derrochado valor a raudales pero habían sido incapaces de ocupar objetivos fundamentales como la sede del gobierno alemán en el palacio Brühl o los puentes que cruzaban el Vístula. Volverían a intentarlo durante las dos jornadas siguientes, antes de que los alemanes iniciaran el contraataque.
Para la cúpula nazi, enfrentada a la ruptura del frente de Normandía en el oeste y al avance arrollador del Ejército Rojo en el este, la sublevación de Varsovia no podía quedar impune. Si ya antes habían tenido planes para destruir la ciudad, ahora la orden iba a ser arrasarlo todo y masacrar a los civiles. Para ello Hitler envió a sus unidades más execrables, como el Regimiento Especial de las SS Dirlewanger, detestado incluso por sus correligionarios de las Waffen SS, o la Brigada Kaminski, formada por combatientes del RONA (Ejército Popular de Liberación de Rusia); pero también iban a participar en la acción unidades de la policía y de la Wehrmacht, cuyas manos acabarían igualmente teñidas de sangre. El contraataque alemán comenzó el día 4 de agosto. El primer objetivo de las fuerzas dirigidas por el SS-Obergruppenführer Erich von dem Bach-Zelewski –que pasaría a la historia por la muerte de decenas de miles de civiles, no solo en Varsovia– fue llegar hasta las unidades propias cercadas en diferentes edificios y acuartelamientos de la ciudad, para luego ir reduciendo las posiciones de los insurgentes barrio a barrio. Para ello los alemanes iban a emplear bombarderos en picado Stuka, diferentes modelos de carros de combate y vehículos blindados, minas teledirigidas, lanzallamas y gases inflamables e incluso un gigantesco cañón ferroviario de 600 mm, cuyos proyectiles eran capaces de derribar un edificio de un solo impacto; pero su arma principal fue la masacre indiscriminada de la población, hasta tal punto que las unidades enviadas pronto se quejaron de que no tenían balas suficientes.
Por su parte, los insurgentes del Armia Krajowa, y de otras organizaciones que no dudaron en unirse a la acción como las guerrillas del PPS (el Partido Socialista Polaco) o del Armia Ludowa (el Ejército del Pueblo, de ideología comunista), trataron de resistir lo mejor posible durante todo el tiempo posible. Armados solo con aquello que habían conseguido ocultar antes del 1 de agosto, los pertrechos tomados al enemigo y el equipo recibido por vía aérea desde los países aliados occidentales, convirtieron cada barricada y cada sótano, cada fábrica y cada vivienda en un punto de resistencia que los alemanes tuvieron que destruir metódicamente antes de poder conquistarlo. Wola, Ochota, la ciudad vieja, Żoliborz, Powiśle, Czerniaków, Mokotów y Sródmiescie se convirtieron en pequeños Stalingrados en los que los insurgentes resistieron casi hasta el agotamiento antes de escabullirse por las alcantarillas para luchar otro día.
Sesenta y tres días duró la resistencia prácticamente solitaria de los hombres del general Bor-Komorowski. Los aliados occidentales, lejos y poco dispuestos a enturbiar sus relaciones con la Unión Soviética, tan solo consiguieron trasladar algunas toneladas de armas y suministros por vía aérea; y Stalin, agotados sus ejércitos tras la gran ofensiva y poco interesado en dar carta de naturaleza a una acción que entorpecía sus planes futuros para Polonia, se limitó a enviar elementos de la 3.ª División del Ejército Popular Polaco (bajo control del Ejército Rojo) que no sirvieron para mucho.
La gran rebelión murió el 2 de octubre, cuando el general Bor-Komorowski firmó la rendición. Habían luchado tan bien que Von dem Bach-Zelewski acordó tratar convenientemente a los civiles supervivientes –muchos de ellos acabarían vagando por lo que quedaba de la Polonia ocupada– y dar la consideración de prisioneros de guerra a los combatientes de la insurgencia. Varsovia, por el contrario, quedó prácticamente destruida, y los alemanes iban a arrasar posteriormente casi todo lo que quedaba. La ciudad que a fecha de hoy recuerda y festeja tiene muy pocos edificios que fueran testigos del alzamiento.
Para saber más:
"El alzamiento de Varsovia 1944"
Desperta Ferro Contemporánea n.º 64
68 pp
7,50€