El tránsito del paso de la Presentación al Pueblo entre el Duque y la Campana puede considerarse como el momento de oro de la última Semana Santa. Lo tuvo todo. Primero el impactante grupo escultórico que permanece casi como salió del taller de su autor a excepción del plumerío macareno que adorna a los soldados romanos y que es la única mancha que emborrona el conjunto. Después porque es un paso que se mueve muy bien con un estilo propio sin caer en la emulación. Y en tercer lugar por el repertorio que eligió la agrupación de la hermandad y que supuso una raya en el agua en medio del desconcertante panorama de la música cofradiera. La banda de la Encarnación se fue al extremo opuesto de la tendencia, si los demás se dedican a estrenar marchas que no reconoce nadie y por lo general de dudosa calidad, ellos tiraron por un repertorio de la mítica banda de Arahal a la que quisieron homenajear. Pero al mismo tiempo le dieron un homenaje a todos quienes estábamos viendo la escena en el sitio o a través de la radio y la televisión. La música reconocible estimula, activa el subconsciente al tiempo que potencia la comprensión y la asimilación de la escena. Ves lo que escuchas. Escuchas lo que ves. En las celebraciones no se pone ni una canción desconocida. Por eso este año San Benito dio una lección que a decir verdad era más necesaria que nunca.