Cuestión de gustos
Volviendo al tema sobre algunos cambios en el lenguaje y la forma de entendernos que nos ha traído novedosas variantes introducidas en nuestro sistema económico y social, me detendré en un asunto que me llama poderosamente la atención, porque de gustos se trata.
Ya saben que no por casualidad los analistas estudian las preferencias del consumidor realizando encuestas dirigidas a sus gustos y basado en los resultados dirigir el mercado. Por supuesto, son parámetros que están condicionados por variables como edad, raza, sexo, coeficiente intelectual…
Hasta aquí nada que no sepamos, ni pedo que rompa calzoncillos, como diría mi abuela. Sin embargo, en los últimos días he visto que existe una variante que parece ser determinante a la hora de profundizar en el márquetin, te guste o no, acondicionando la imagen subjetiva, de manera gentil, a un gentilicio muy cercano. Te mastico la idea, para que no te atragantes.
Lo primero que vi, rodando por una conocida avenida de nuestra ciudad, fue un lujoso auto, de esos que más bien parece, un avión por su diseño y tamaño, con relucientes letras pintadas en su chasis que aseguraba: Para cubanos con buen gusto.
Yo, que iba montado en mi vieja moto eléctrica, y que además no he conocido otro medio de transporte particular a mi alcance, superé ese primer impacto pensando, con cierta y para nada saludable envidia: «¡Deja que se te acabe la gasolina!».
Días después, volví a ver el notable eslogan: Para cubanos con buen gusto, en la entrada de unos de esos mercados-dulcería-cafetería donde debían de ofertar nasobucos (gratis) a la entrada, porque no logras cerrar la boca, ni los ojos, de admiración por los precios.
Entré, por curiosidad (lo juro), y para colmo escuché a una cliente (que nada tenía de extranjera) que elogiaba al dependiente diciendo: «¡Es que ustedes tienen tan buen gusto!», tras pagar 300 pesos por una señorita. Sí, el conocido y popular dulce al que todos adicionan un estúpido e inapropiado chiste sexual.
En otra ocasión, en una improvisada feria donde se vendían plantas ornamentales, junto a los ya conocidos cactus, begonias y malangueta de agua, se ofertaba una especie conocida como pata de elefante, cuyo precio parecía incluir al elefante completo. Una compañera, que no estaba familiarizada con la Beaucarnea recurvata, de la familia Nolinaceae, preguntó el porqué del desorbitante precio, a lo que el botánico vendedor respondió: «Porque es una variedad exótica, de mucho cuidado, para jardines amplios y de buen gusto».
Ya lo dice el refrán: ¡Para muestra, un botón!, así que yo saqué mis propias conclusiones: el gusto, al parecer, se ha convertido en una eficaz herramienta de segmentación económico-social. Para qué rompernos más la cabeza: no es un problema de precios, ni de inflación, ni de tiempos difíciles, ni siquiera de oportunismo y descaro, es una cuestión de gustos. ¡Entiéndalo! Así será más fácil que usted sepa con claridad cuál es el referente al que se reduce su poder adquisitivo: cubanos con buen gusto, y como antónimo, cubanos con mal gusto.
Lo que realmente me duele es que cada vez, a pesar de mi esfuerzo y trabajo de muchos años, me siento con el gusto más perdido.