Intolerable violencia política
Intento de asesinato de Donald Trump es un hecho de extraordinaria gravedad del que deben tomar nota en todas las democracias occidentales. Que un candidato a la Presidencia de los Estados Unidos pueda ver amenazada su vida, a plena luz del día y en un acto de campaña, es algo inaceptable a estas alturas de la historia. Este suceso da cuenta de hasta qué punto está degradándose la convivencia en Estados Unidos y, desafortunadamente, encaja de forma coherente con la paulatina erosión que ha sufrido la vida política en aquel país. La tradición de magnicidios o de intentos de asesinato de presidentes estadounidenses es larga, lo que demuestra que ninguna época ha estado a salvo de riesgos desestabilizadores. Sin embargo, el disparo que pudo acabar con la vida del expresidente y ahora candidato en un mitin en Pensilvania no puede interpretarse como un hecho aislado y responde a un clima de tensión y crispación política que amenaza de forma clara y evidente los fundamentos de una de las democracias más robustas de occidente. Este atentado frustrado es la evidencia de que ningún régimen está a salvo de quebrarse por culpa de la polarización y de la demonización del adversario. Aunque algunos añoren la moral binaria donde sólo existen buenos y malos, ninguno de los errores cometidos por Trump, y son muchos, puede ni remotamente justificar un intento de asesinato. En un país y en un contexto mediático especialmente dado a las teorías de la conspiración, lo sucedido en Pensilvania sólo puede merecer la más rotunda reprobación y censura y cualquier análisis debe partir de ahí. La violencia jamás podrá estar justificada y no existe ningún motivo que permita ni tan siquiera atenuar la gravedad de un atentado de estas características. Los problemas políticos de EE.UU. son ya antiguos y, hasta ayer, tuvieron en el asalto al Capitolio en 2021 su expresión más incontestable. Muy probablemente el asesinato frustrado de Trump no hará más que exacerbar las peores pasiones políticas de aquel país. A falta de que puedan esclarecerse todos los detalles y las motivaciones de la agresión, la campaña electoral ha saltado definitivamente por los aires y muy difícilmente podrá volver a la normalidad. Joe Biden era un candidato inhábil y en las últimas semanas ha demostrado no estar en condiciones físicas ni cognitivas para poder disputar la Presidencia a Donald Trump. Los muchos problemas que afronta la política estadounidense requerirían una disputa leal y virtuosa entre candidatos solventes para poder elegir un presidente a la altura de los desafíos a los que tendrá que enfrentarse quien resulte vencedor. Un ataque como este siempre es un elemento distorsionador y la escalada de violencia o la legitimación de discursos excepcionales no haría más que añadir incertidumbre a una campaña que acaba de torcerse probablemente de manera definitiva. El atentado contra Donald Trump nos recuerda, además, que no existe ningún grado de odio tolerable en política. La violencia es, sin duda, la expresión más rotunda de un fracaso democrático pero siempre acontece sobre un clima de degradación y confrontación previo. La democracia americana cuenta con suficientes recursos para reconducir esta crisis de convivencia pero el retorno a la normalidad requerirá del concurso de todas las instituciones y de que todos los actores implicados demuestren un firme compromiso por retomar una serenidad política que nunca debió abandonarse.