En la tribu, las personas también tenían otros nombres, amén del suyo, nombres –o apodos– que a veces incluso dejaron sin sonido al de la pila del bautismo. Y así, la Niña Tía, la Chacha, el Rubio, Mojeda, el Niño Mata… O bien, en muchos otros casos, el nombre y la referencia inmediata de la madre, el padre, un lugar de trabajo o de nacencia: José Lutgardo, Esteban Bonares, Diego el de la Plaza, José el de Curro, Domingo el de Merceditas, Juanito Caridad, Joselito el de los Cerros, Manuel el de la Tiesa, Antonio el de Marlo… Tú, campo, tenías entonces cientos de nombres en las cosas que eran tuyas. No hacía falta decir campo para nombrarte; ni para...
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