Un hotel en el que la privacidad es el peaje que se cobra el propietario con cada pernocta. Huéspedes ignorantes a los que sacar más rendimiento que el económico. El periodista Gay Talese sacó a la luz, en 2016, la esperpéntica historia del dueño de un negocio de hospedaje en Denver (EE.UU.) que, durante décadas, se dedicó a espiar a sus clientes -con especial interés por sus encuentros sexuales- y a documentar sus rutinas en un diario. Dicen que la historia se repite; en este caso, mudando el escenario, de Denver a Lugo. Allí, la Guardia Civil acaba de detener a un hombre por colocar cámaras ocultas en las habitaciones de su establecimiento hotelero, en el municipio de Bóveda. Poco tiene que ver, sin embargo, la sofisticación tomada en cuenta en este caso con la del plan de Gerard Foos, aquel hombre del que habla Talese en su libro. Él había llegado a construir una serie de conductos en el desván de su edificio para observar directamente a los huéspedes desde una posición oculta y elevada, mientras se aseguraba de anotar cada crónica en su compendio. En este caso, el espionaje se realizaba a través de cámaras escondidas en el reverso de relojes colgados en la pared. Y, aunque Foos mantuvo su rutina durante más de 30 años sin ser cazado, la carrera del 'voyeur' de Lugo ha tenido un final más prematuro. La investigación de la Benemérita se había iniciado a finales del año pasado, tras denunciar una pareja que se alojaba en el referido hotel de Bóveda que había encontrado una cámara oculta detrás de un reloj de pared. Según el testimonio de la Guardia Civil, los denunciantes habían detectado un reflejo justo detrás del aparato cuando apagaron la luz de la habitación. Al comprobar la parte trasera, hallaron una mini cámara que enfocaba hacia la cama y que tenía conectada una tarjeta micro SD de grabación de imágenes. La pareja avisó a los huéspedes de la habitación contigua y todos comprobaron que había una segunda cámara de características similares escondida en el reloj de su cuarto. Lo siguiente fue comunicar los hechos al propietario del establecimiento. Al ser interpelado, aseguró a sus clientes que las cámaras no funcionaban y les devolvió el importe pagado por su estancia, además de otros 300 euros con los que intentaba que no llegasen a presentar denuncia. Fue el comienzo de las pesquisas de la operación «Norbates», durante la que el Instituto Armado recibió otra denuncia de la misma naturaleza y en el mismo hotel a razón de otro cliente, esta vez, incluso presentando un reloj con su respectiva cámara. Reunidos los suficientes indicios, se realizó un registro en el hotel y otro en el domicilio del propietario, hallándose dos ordenadores portátiles, una CPU, un disco duro externo, 15 pendrives, una mini cámara y tres relojes. Lo que todavía no se ha resuelto para qué estarían destinadas las imágenes que se grabaron de forma ilícita: para uso propio, su difusión online o el comercio. La operación, por el momento, continúa abierta, pendiente de su análisis.