Terror en Moncloa
El pánico se masca en Moncloa. Temen que una sentencia condenatoria ponga fin a su mandato. Por eso han desplegado todas sus fuerzas para atacar a la realidad judicial. Al anuncio de que el juez Peinado llama a Pedro Sánchez a declarar en el caso que afecta todavía solo a Begoña Gómez, el sanchismo ha puesto en funcionamiento las tres cabezas de su hidra: ministros, prensa y fiscalía.
Empezaron los ministros de Sánchez, más preocupados por Begoña que por los problemas del país como la inmigración irregular, el empleo precario o el precio de la vivienda. Bolaños, el ministro trifásico, inició el ataque y declaró sin empacho que existe una “persecución política despiadada” contra la pobre pareja que habita Moncloa, y avisa a la “jauría ultraderechista” de que hay Pedro Sánchez “para muchos años”. A esto le han seguido otros ministros y portavoces del sanchismo, valga la redundancia, que no aportan nada.
A la coreografía ministerial siguió la tropa de la prensa del Movimiento Sanchista diciendo que hay una “persecución cruel e inhumana” contra Bego por ser la “mujer del presidente”, y que el llamamiento de Peinado vulnera la Ley de Enjuiciamiento Criminal, lo que es falso. La idea que quieren transmitir es que todo lo que haga dicho juez es prevaricación por odio político a Sánchez. Qué pena que la mentira no desautorice a un “periodista” lo mismo que un delito a un magistrado. Y luego, la tercera cabeza, la Fiscalía dependiente de Sánchez, recurriendo la citación a declarar del político que lo ha designado, algo inédito en la historia judicial de este país.
Si el sanchismo ha echado toda la carne en el asador es que la familia Sánchez-Gómez está temblando. El miedo debe ser lo único libre que debe quedar en Moncloa. El problema es que ese pánico es revelador. Si no hubieran cometido delito alguno, si su conciencia estuviera tranquila, si no hubiera nada que ocultar, si fueran tan amantes de la democracia, el Estado de Derecho y la justicia como dicen ser, no habría obstáculo para que Sánchez y Gómez declarasen. ¿Qué mal pueden hacer unas preguntas a un inocente?
El pánico ante la verdad es lo que convirtió a Begoña Gómez en una investigada muda. Su abogado no quiso que metiera la pata con su verbo torpe, y cuando se teme la torpeza verbal es que hay algo que no cuadra en su historia. Eso significa que hay algún detalle, una cita, un nombre, una fecha o una cantidad que es mejor dejar bajo una de las alfombras de Moncloa. La imputación del rector de la UCM, además, deja en peor situación a Begoña y a Pedro Sánchez, su valedor. Ya no se trata de un recorte de prensa, sino del informe técnico de una Universidad pública, y de la actuación de su Rector. La estrategia de la defensa fue guardar silencio para esperar que el procedimiento actué en su favor, y no acumular cargos con palabras que podrían incriminar aún más a la acusada y al presidente del Gobierno.
Lo mismo ocurre con Sánchez. El amo del PSOE podría declarar que no hicieron nada, que su actuación fue limpia, feminista y de empoderamiento, solo para seguir la carrera profesional de su esposa, pero no lo hará. Preferirá el silencio. Renunciará a abrir la boca porque un juez no es un diputado al que se puede insultar y burlarse de sus preguntas, ni en un juzgado hay un coro de aplaudidores como en el Congreso. El juez es Dios en su sala, y eso no lo soporta Sánchez. Su narcisismo es incompatible con la compostura en un tribunal.
Estamos asistiendo a la fase del miedo en Moncloa. Vemos los síntomas: todos sus peones en movimiento, con el argumentario populista a todo trapo, y la arrogancia de la familia presidencial, como si en lugar de ciudadanos corrientes de una democracia europea fueran caciques africanos del XIX.