Elecciones en Venezuela: la victoria viciada de Nicolás Maduro no resolverá sus problemas
En los tensos días previos a las elecciones presidenciales del domingo, los venezolanos barajaron escenarios cada vez más elaborados para el resultado. Al final, el resultado fue el más sencillo y previsible: el líder autoritario del país sudamericano, Nicolás Maduro, fue declarado ganador, mientras la oposición denunciaba fraude.
A pocos convencerá la victoria de Maduro. Los sondeos de opinión y los recuentos rápidos no oficiales habían pronosticado una victoria aplastante de la oposición. La autoridad electoral, controlada por el Estado, guardó un largo silencio tras el cierre de los centros de votación, seguido de la declaración de un triunfo "irreversible" del presidente, sin ningún desglose de las cifras. A continuación, felicitaciones rápidas de Rusia, China y Cuba, aliados clave, y amenazas contra quienes cuestionaran el resultado.
"Ante la alta participación electoral y el fuerte apoyo a la oposición, el régimen de Maduro tenía dos opciones", dijo Ryan Berg, director del programa de las Américas en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington. "Admitir la derrota (...) o incurrir en un fraude hasta límites que no habíamos visto antes en Venezuela". La declaración de victoria "indica el camino por el que ha optado: el megafraude y la potencial represión de las protestas callejeras", dijo.
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La oposición había montado su desafío más serio hasta la fecha a los 11 años de gobierno de Maduro. Se unió en torno a un único candidato, llevó a cabo una campaña insurgente muy eficaz en las redes sociales y desplegó decenas de miles de voluntarios para actuar como testigos en los centros de votación. Sin embargo, la mayoría de los testigos fueron despachados sin el recuento final de votos oficial impreso al que les da derecho la ley, y los líderes de la oposición se vieron reducidos a cuestionar el resultado.
Maduro ya había inclinado fuertemente el campo de juego antes de la votación, prohibiendo a la principal líder de la oposición, María Corina Machado, ordenando a los medios de comunicación controlados por el Estado que ignoraran a la oposición y utilizando recursos estatales para comprar apoyo. Pero a medida que aumentaba su diferencia con el candidato sustituto de Machado, Edmundo González Urrutia, el chofer de colectivo y sindicalista parece haber optado por lo que un analista de Caracas llamó su "botón rojo nuclear".
"Los resultados del Gobierno son muy poco creíbles, no sólo porque desafían las encuestas de opinión pública previas a las elecciones, sino también porque implican que la gente reelegiría libremente a un presidente que ha supervisado un desastre económico de la magnitud del de Venezuela", dijo Christopher Sabatini, investigador principal para América latina en Chatham House, refiriéndose a la pérdida de tres cuartas partes de la productividad del país bajo Maduro.
La impugnada victoria electoral de Maduro no resolverá sus mayores problemas: la falta de reconocimiento internacional, las sanciones de Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido y las causas judiciales contra él y su círculo íntimo.
En cambio, el resultado viciado plantea un dilema a la administración de Biden. Deseoso de frenar el flujo de refugiados venezolanos hacia la frontera estadounidense y de mejorar el suministro de petróleo a los mercados mundiales tras la invasión rusa de Ucrania, Washington había apostado fuertemente por una estrategia para inducir a Maduro a celebrar unas elecciones competitivas a cambio de un alivio de las sanciones, un enfoque que ahora está en ruinas.
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Los inversores internacionales se sentirán decepcionados. Muchos esperaban que las elecciones pudieran acelerar un proceso de recuperación gradual del colapso económico de la última década, durante la cual la producción de petróleo se desplomó y uno de cada cuatro habitantes emigró. Ahora parece poco probable.
Es poco probable que las críticas molesten excesivamente a Maduro: su anterior victoria electoral en 2018 también fue declarada falsa por Occidente. Sus aliados clave, Rusia, China, Cuba e Irán, lo apoyarán.
Lo único que podría temer es a su propio pueblo y queda por ver si tienen el estómago para otra lucha. De no ser así, el que fuera uno de los países más ricos de América latina podría seguir el camino de Cuba y Nicaragua y dejar incluso de celebrar elecciones competitivas en el futuro.