Se ven las brazadas de León Marchand y Katie Ledecky en la piscina. Casi como si fueran la ola de un mar que ellos agitan por debajo. Se ven los drive de Rafael Nadal y Carlos Alcaraz , puro músculo convertido en un rayo que atraviesa la pista. Se ven los saltos de Noemí Romero y David Vega, casi incorpóreos sobre el trampolín. Se ven las piruetas de Simone Biles, un vuelo hacia las estrellas propulsado como por arte de magia. Todo lo que se ve se ha trabajado al milímetro en un gimnasio, en una camilla del fisio, en un diván. Pero para conjuntar todo, sin olvidar la presión, en el momento adecuado, en el día preciso, hay un ingrediente básico que muchas veces se queda oculto, y es lo contrario a todo lo que los ha llevado hasta este punto de sus vidas y de París: la desconexión. Y aquí hay tantas como atletas pueblan la Villa Olímpica . Nunca una igual que la otra porque cada uno necesita algo distinto para superar la tensión, para afrontar la competición, para calmar los nervios después del esfuerzo. De Nadal se conocen casi todas las rutinas que lo hacen centrarse en su trabajo: las botellas alineadas, los saltos en el túnel de vestuario, los toques en los hombros y en la cara, los golpecitos a las zapatillas, las toallas debidamente puestas en sus cajones, la prohibición de pisar las líneas. Y también es famosa su 'adicción' al parchís. Tablero en ristre bajó del avión que lo llevaba a Bastad, estas semanas antes de los Juegos, y sobre él se lo ha visto jugar entre partido y partido. En este juego de mesa ha incluido a Alcaraz, con quien tiene partidas a todo o nada, no podía ser de otra manera, a las que se apuntaron también Carlos Moyà, entrenador del balear, y David Ferrer , capitán del equipo español. «Intentamos pasárnoslo bien. Nos vamos conociendo mejor en pista, y fuera de la pista es de los pocos torneos que podemos convivir juntos. Tener ese ambiente familiar ayuda», decía estos días. El murciano tiene sus propias normas para afrontar la competición. Era un fijo de las siestas antes de los partidos, costumbre que también tiene la futbolista Becky Sauerbrunn : «Normalmente me pongo muy ansiosa los días de partido, así que, para mí, un ritual muy importante es la siesta». Pero Alcaraz se ha descubierto en este torneo olímpico con una habilidad nueva. Una actividad para evadirse del nerviosismo justo antes de saltar a la pista a recibir el calor y el apoyo del público francés: los malabares. Un juego de prestidigitación con las pelotas de tenis en el que tienes que enfocar toda tu atención y te impide pensar en otra cosa. Lo mejor cuando aspiras a dos medallas de oro, en individual y en dobles. Sin pelotas, pero también enfocando la atención respira con pausa Marchand. Un ejercicio que repite con los ojos cerrados que le sirve no solo para salir a la piscina sin los nervios que lo atenazaban antes de despuntar, sino también para dormir e incluso para afrontar cualquier presencia mediática, que es un héroe local pero no deja de ser pura timidez cuando se enfrenta a los focos. «Me siento a respirar únicamente por la nariz durante unos minutos. Me ayuda a mantener la calma», admitía a Olympics antes de acudir a París. Para Ledecky lo que funciona es la música y la ropa en los minutos previos: cascos enormes en sus orejas y la capucha por encima para que se produzca la transformación: de la dulce Katie a la letal Ledecky. Ya en la piscina, golpea tres veces el poyete antes de subirse. La velocista británica Imani-Lara Lansiquot piensa en su carrera como una gran actuación, por eso necesita pasar por el proceso de arreglarse y pintarse las uñas antes de ponerse el dorsal. Una forma divertida de añadir una emoción distinta a la preparación para la carrera, que la mantiene centrada en ese momento y no en lo que llegará después. La saltadora de altura Vashti Cunningham comienza la rutina de desconexión y reconexión el día antes. Y no se trata ni de meditar ni de respirar: la noche anterior a la competición ve la película 'Kill Bill'. Y el día de la prueba, hace un estudio de la Biblia con su padre antes de salir y prepararse para el calentamiento y el salto. Jordan Larson, jugadora estadounidense de voleibol mantiene una práctica más pequeña, dinámica y curiosa: mascar un chicle durante el entrenamiento antes del partido y otro cuando empieza la competición de verdad. Una costumbre que le permite centrar los nervios en la mandíbula y mascarlos hasta eliminarlos por completo. Desde que comenzó a hacerlo en su época universitaria, ya no lo ha dejado. Más contundente es la futbolista Emily Sonnett: necesita comer una tortita, mejor si es de plátano, antes del partido. Sunisa Lee , compañera de fatigas de Simone Biles , necesita tener su pelo recogido dos horas antes de salir al tapiz. Pero, ojo, porque es obligatorio que le hagan unas trenzas perfectas. «Si no lo hacen bien a la primera, sé que va a ser un mal día. Sé que es mucha presión para quien me peina». Lee, Biles y sus compañeras han añadido un nuevo integrante en su equipo que también las ayuda a centrarse y a relajarse antes y después de la competición. Se llama Beacon y es un Golden Retriever de cuatro años que las acompaña y las sigue, sobre todo, si nota tensión en ellas. Desde que Biles sucumbiera ante esa tormenta emocional que le impedía saber en qué punto del cielo estaba, la federación buscó formas de rebajar la presión de su deportista estrella y, por ende, de todas las demás. Y encontraron que la presencia de un animal como este colabora en eliminar la presión arterial y rebajar la hormona del estrés. Y sirve de distracción, por lo que la mente no está en un bucle interminable sobre la competición. Un apoyo al trabajo de diván, aunque sea con pelo y cuatro patas. Formas de desconectar, de conectar, de quitar presión e incluir concentración. Ese detalle que puede acercar a las medallas y que a veces puede ser tan sencillo como un 'cuento veinte' o un juego malabar.